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Pamela Anderson saca pecho otra vez por Assange

La actriz estadounidense fue la primera en visitar al quimérico inquilino de la embajada ecuatoriana a la cárcel.
larazon

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La actriz estadounidense fue la primera en visitar al quimérico inquilino de la embajada ecuatoriana a la cárcel.
Existen varias maneras efectivas de hacer naufragar un proyecto político, pero solo dos son inapelables: la primera es que lo apoye Noam Chomsky; la segunda que lo haga Pamela Anderson. La confluencia de ambas, que a día de hoy resulta inevitable, es directamente letal. Como arrojar una bomba de hidrógeno sobre un campo devastado por el napalm. Desconocemos si las dos musas ecuménicas, la gafapastas y la bombástica, de las causas perdidas han llegado a tomar el té juntas, pero no hay aventura que suscriba uno sin el refrendo de la otra (y viceversa). «Con su cabeza y mi presencia, nada puede fallar», podrían haberse dicho en aquel encuentro que un Zweig del futuro debería consignar en algún lugar. Momentos estelares de la posmodernidad.
El «acontecimiento histórico planetario» de la Pajín elevado a la enésima potencia del kitsch. Pamela (nombre de novela edificante) fue en nuestra adolescencia un sueño húmedo neumático en horario apto para todos los públicos. Con ella aprendimos física, química y cirugía plástica al tiempo que nos reventábamos los granos. Pero la mujer objeto por excelencia, como en una novela edificante, creció y desarrolló su conciencia social, conoció a Chomsky y el irresistible encanto de las causas perdidas, que tiran más que dos carretas. Fue así como vino a saber de aquel pequeño país arrinconado, colonizado, al norte de la Península Ibérica: «El Gobierno de España es imbécil, y el Rey, un inútil», declaró. La independencia catalana, para Anderson, es cuestión de justicia, algo que en España no se practica desde, al menos, los tiempos de los toros de Guisando. En los últimos meses se la ha visto en plan «abajofirmante» con Chomsky y otros irreductibles apoyando a candidatos una y otra vez sumidos en el descalabro: Corbyn, Varoufakis, Bernie Sanders...
Además, Anderson fue la primera en visitar a Julian Assange, el quimérico inquilino de la embajada ecuatoriana, a la cárcel. Ayer, relataba en «The Hollywood Reporter» las miserias del fundador de WikiLeaks y exaltaba su causa: «Está asilado, vilipendiado, es un gran tipo pero está crucificado; lo amo y no puedo imaginar lo que está pasando». Que Assange esté en la cárcel, opina, solo se explica por una «combinación de violaciones de derechos humanos», entre las que nada tiene que ver la causa por violación (ésta física, real) a la que el activista se enfrenta. Pasando por encima de la «espiral de silencio» (por usar una terminología chomskiana) que se ha instalado en Hollywood con el MeToo, Pamela pide a las estrellas del cine que desoigan las acusaciones de abuso sexual y se vuelquen con Assange: «Necesita apoyo público y la gente de Hollywood tiene una voz».
En marzo de este año, el «exiliado» Toni Comín posaba con Pamela Anderson desde Bruselas, tan ufano que parecía haber olvidado por un instante que tiene detrás todo el peso de un Estado colonizador que lo espera a su regreso. «Este encuentro inesperado es la prueba de que para estar con nuestra causa solo se necesita una cosa: ser demócrata», escribió Comín a pie de foto. Pocos días después, el apoyo a la independencia en Cataluña bajaba ocho puntos, hasta el 40%, según el CIS catalán. En los centros de decisión política ya rezan para que ni Anderson ni Chomsky se fijen en su causa.