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Panzers en las Termópilas

En 1941, más de dos milenios después de la gesta de los trescientos espartanos, el paso de las Termópilas se convertía de nuevo en campo de batalla.
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En 1941, más de dos milenios después de la gesta de los trescientos espartanos, el paso de las Termópilas se convertía de nuevo en campo de batalla.
El 25 de abril de 1941, una fuerza de retaguardia se vio abocada a defender un estrecho paso entre la montaña y el mar frente a un ejército mucho más poderoso. Aunque los neozelandeses de la 6.ª Brigada no eran espartanos, ni su jefe, el general sir Harold Harrowclough, fuera Leónidas, y aunque los alemanes no fueron persas, el desfiladero sí resultó ser el de las Termópilas y el objetivo era casi el mismo: ganar tiempo para que los ejércitos aliados reembarcaran, y aunque en esta ocasión el destino no sería Salamina sino Creta, uno no puede dejar de ver cierto paralelismo entre la Royal Navy y las murallas de madera de Temístocles.
MÁS ALLÁ DE LO CIVILIZADO
En 1941, en pleno desarrollo de una guerra que Europa no olvidará jamás, el nazismo, triunfante, decidió enviar sus Panzer, sin duda los carros de combate más famosos de la historia, más allá de lo que por aquel entonces era el «mundo civilizado»: a las secas extensiones de Libia, donde la arena se comía los motores mientras la sed devoraba a los hombres; a las quebradas ásperas de los Balcanes, donde las montañas se cernían sobre los valles como rapaces dispuestas a desplomarse, donde cada curva llevaba a la siguiente y cada cauce era una riada violenta; y a la inmensidad inmisericorde de la Unión Soviética, manchada por extensos pantanos y surcada por ríos insondables y primitivos, un mar de barro dos veces al año, durante la terrible rasputitsa, el tiempo sin caminos, un erial gélido en invierno, cuando se helaba hasta el alma. La historia que se escribió en cada uno de estos escenarios es distinta. De la guerra en el desierto nos ha llegado la gloria de Erwin Rommel, uno de los jefes mejor conocidos de aquella contienda, y la del hombre que lo derrotó, Bernard L. Montgomery, cuya fama se forjó entonces; de la inmensidad del frente del Este recordamos los asedios más terribles, como el de Stalingrado, y las penurias más extremas de una lucha sin cuartel, por violenta y por ideológica, que acabó con la destrucción completa de Alemania, que podemos personificar en los intensos combates por Berlín. ¿Qué podemos recordar de Grecia? La invasión de Grecia fue, para las fuerzas armadas alemanas, una distracción desagradable. Aquella guerra la había provocado su aliado italiano en el otoño de 1940, invadiendo el país balcánico desde Albania con la intención de derrotarlo en tan solo unos pocos días. Todo salió mal. La lluvia y el barro se aliaron con las montañas para detener a los invasores, y las tropas griegas contraatacaron y obligaron a los ejércitos de Mussolini a retirarse en desorden más allá de sus líneas de partida. Entonces, el Duce tuvo que pedir ayuda a Hitler y, el 6 de abril de 1941, los ejércitos germanos cruzaron la frontera de Yugoslavia y de Grecia para dirigirse hacia Belgrado y Atenas. En el sur, las tropas helenas tenían el apoyo de una fuerza expedicionaria formada por la 1.ª Brigada Acorazada, la 6.ª División Australiana y la 2.ª División Neozelandesa, que se había desplegado a ambos lados del río Haliacmón.
La historia se repite
La ofensiva germana no tardó en desbaratar el plan defensivo y en muy pocos días helenos y aliados decidieron retirarse y reembarcar hacia Creta, dando lugar a una de esas ocasiones en las que la historia se repite. El asalto alemán contra las Termópilas también repetiría en parte la leyenda. En el primer asalto las tropas germanas aparecieron casi de improviso sobre el flanco del 25.º Batallón neozelandés, que, gracias a un eficaz apoyo artillero, destruyó uno de los carros de combate y los obligó a retirarse. El segundo asalto tuvo lugar a las 14.00 horas, y esta vez la batalla la iniciaron, a modo de flechas, los bombarderos en picado Stuka. El resultado fue una nueva derrota alemana, pero algunos de los agresores habían conseguido internarse por la montaña para flanquear a los defensores. La tercera intentona tuvo lugar a las 18.00 horas y los neozelandeses hostigados, de frente y desde las alturas, tuvieron que ceder terreno. Para rematarlos, los alemanes decidieron enviar una veintena de Panzer hacia el interior del desfiladero pero, haciendo honor a los espartanos caídos en aquel mismo lugar, los defensores resistieron y, de nuevo gracias a una artillería eficaz, derrotaron a sus atacantes. El paralelismo se rompió aquella noche. Aunque los germanos habían iniciado una maniobra para rodear el paso por el interior, la 6.ª Brigada neozelandesa se retiró a tiempo hacia el sur; en esta ocasión no hizo falta resistir hasta el último hombre para cumplir con la misión.

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