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«Paraules d’amor» para Carmen Balcells

El Palau de la Música acogió anoche un gran homenaje que llenó el palacio modernista de familia, amigos y colaboradores de la agente
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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El Palau de la Música acogió anoche un gran homenaje que llenó el palacio modernista de familia, amigos y colaboradores de la agente
Pese a que Carmen Balcells falleció el pasado 20 de septiembre en Barcelona, ayer, en el Palau de la Música, su recuerdo revivió con gran fuerza, la misma con la que muchos recuerdan su capacidad para gestionar los contratos de algunos de los autores más grandes de la literatura española y latinoamericana del siglo XX. Amigos y conocidos, lectores y melómanos llenaron el auditorio del mítico edificio modernista para recordar las dos grandes pasiones de la Mamá Grande: la literatura y la música. Fueron ellas los ejes de un acto que desprendía cariño y admiración hacia quien hizo del cuidado de sus autores su oficio.
A Balcells le gustaba decir que «he sido, por lo tanto, agente con licencia para matar, sí, pero en realidad sólo con el deseo interior de ser Alicia en el país de las maravillas o una princesa medieval, y he derramado lágrimas en las batallas, he regado maravillas con guaraná y risotto, he querido a los autores sin cámaras ni micrófonos, y he evadido miedos con mil rosas literarias». Ese amor por los escritores se pudo apreciar en el auditorio, lleno de gente de letras, no solamente autores sino editores e incluso otros agentes literarios.
Los numerosos invitados eran recibidos con la voz en off de Balcells recitando los versos de Gil de Biedma del poema «De vita beata», donde el poeta habla de «vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia». A la manera de declaración de principios sobre alguien que vivió la vida a su manera, el tenor Antoni Comas y el pianista Kitflus interpretaron el mítico «My Way». La letra de Paul Anka, internacionalizada por Sinatra, parecía anoche que había sido compuesta para Balcells cuando sonaron esos pasajes que dicen «he vivido una vida plena, viajé por todas y cada una de las autopistas, y más, mucho más que esto, lo hice a mi manera».
La emoción se sentía en el Palau de la Música cuando subieron al escenario algunos de los nombres que han constituido el catálogo de la Agencia Literaria Carmen Balcells, como Carme Riera, Mario Vargas Llosa o Eduardo Mendoza. Riera recordó a «superagente 007», como la llamaba Vázquez Montalbán como una mujer que decía «somos más que amigas, clientas. Seguimos notando sus milagros». La escritora y académica pidió a Colau que Barcelona tenga una «plaza, calle o jardín» con el nombre de Balcells.
Por su parte, un emocionado Vargas Llosa recordó que, sin Balcells «Barcelona no habría sido la capital cultural de los 60 y 70, ni habría sido puente cultural con latinoamérica». El Premio Nobel se refirió a Balcells como «la persona más generosa y limpia» que había conocido», añadiendo que ella nunca padeció «ni de envidia ni de rencor». También se rememoró a aquellos autores ya desaparecidos, pero que forjaron la historia de la agente. Fueron los casos de Montalbán, Jaime Gil de Biedma o García Márquez, cuyo hijo Gonzalo García Barcha leyó un fragmento de «Memorias de mis putas tristes», el último libro de ficción escrito por su padre Gabriel García Márquez, todo ello mientras Lluís Heras interpretaba el preludio de la suite número 2 de Johann Sebastian Bach.
Fueron muchos los momentos emocionantes, como cuando pudimos ver proyectada la imagen de Vargas Llosa hablando con Balcells, en compañía de Carlos Fuentes, en un trabajo filmado por Poldo Pomés o cuando subieron todos los miembros de la agencia al escenario del Palau de la mano del hijo y heredero de Balcells, Luis Miguel Palomares. Pero hubo un nudo en la garganta cuando Joan Manuel Serrat cantó «Paraules d’amor» porque las palabras formaban parte del oficio de Balcells, el oficio de permitir que los escritores accedieran a los lectores.