Cataluña

¿Pero quería Companys la independencia?

El político ha quedado en el ideario catalanista como ejemplo para conseguir un «estat catalá», dejando a un lado sus pensamientos y demás debilidades como dirigente

«Madrileños, Cataluña os ama». Éstas fueron las palabras que el president Companys pronunció el 14 de mayo de 1937 durante su mítin en la Monumental, con motivo del Día de Madrid
«Madrileños, Cataluña os ama». Éstas fueron las palabras que el president Companys pronunció el 14 de mayo de 1937 durante su mítin en la Monumental, con motivo del Día de Madridlarazon

El político ha quedado en el ideario catalanista como ejemplo para conseguir un «estat catalá», dejando a un lado sus pensamientos y demás debilidades como dirigente

El catalanismo ha convertido a Lluís Companys en el mito perfecto: el máximo representante de Cataluña fusilado por un Gobierno español (y fascista), acusado de defender la diferencia nacional de su tierra. Apartado el mito, que es una instrumentación política de la Historia, queda un personaje definido por su lealtad a una república española de izquierdas que estableciera la autonomía catalana. Companys no se sintió catalanista hasta sus últimos momentos, y fue por el fracaso del republicanismo. Es más; los independentistas le odiaron porque primó el obrerismo al nacionalismo, y se apoyó en los anarquistas; los «murcianos», en la jerga fascista del independentismo de la época. El odio llegó hasta tal punto que Joan Casanovas y Estat Català planearon un golpe de Estado contra Companys y su asesinato.

Lluís nació en una rica familia campesina de Urgel en 1883. Estudió Derecho en la Universidad de Barcelona, pero prefería los ambientes republicanos izquierdistas. La relación con el obrerismo la inició en el Ateneu Enciclopèdic Popular, que presidió entre 1906 y 1907, donde promovió la reforma social. Al año siguiente acudió a Alicante como miembro de Solidaridad, donde dijo «somos muy españoles y muy orgullosos de haber nacido en Cataluña por ser Cataluña y por ser española».

Companys pasó por dos formaciones autonomistas: la UFNR, cuyas juventudes dirigió entre 1910 a 1912, y el Bloc Republicà Autonomista, al tiempo que se dedicaba a la abogacía defendiendo a los rabassaires, y a escribir para la Prensa. En 1912 fue redactor de «La Barricada», autonomista, y de «El Diluvio», anticlerical y anticatalanista hasta 1906. Eusebio Corominas le llamó en 1912 a «La Publicidad» para apoyar al Partido Reformista de Azcárate y Melquíades Álvarez. El reformismo era una opción regeneracionista que pregonaba la democracia, el laicismo, la educación y la descentralización. Companys se presentó en sus filas a las municipales de 1913 sin éxito. Dos años después dejó el Reformista para crear junto a Marcelino Domingo otra agrupación autonomista y obrerista: el Partido Republicano Catalán. Aquel tiempo de revueltas, con el momento crítico de 1917, sirvió a Companys para atar lazos con el anarquismo, por lo que fue deportado a Mahón en noviembre de 1920. Encontró entonces una fórmula para salir rápido de la cárcel: su elección como diputado. En diciembre fue elegido por Sabadell (Barcelona) en la candidatura del PRC. Continuó con el obrerismo, y fundó en 1922 el principal sindicato agrario catalán, la Unió de Rabassaires (UR), por lo que fue conocido como el político rabassaire.

Al lado de Azaña

No se refugió en la cultura durante la dictadura de Primo de Rivera, como hizo el catalanismo, sino que siguió con la defensa jurídica de sus amigos de la CNT y la UR, y se unió a la Alianza Republicana, junto a Azaña y Lerroux. En enero de 1929 formó parte del comité revolucionario barcelonés en la intentona golpista de Sánchez Guerra. El fracaso le condujo tres meses a la cárcel, pero no le impidió promover la unión de republicanos de izquierdas que culminó en el manifiesto «Inteligencia Republicana».

Pero fue Macià el que creó en marzo de 1931 la coalición de ERC, poco antes de las elecciones municipales. El 12 de abril fue elegido concejal de Barcelona. A mediodía del 14, Companys entró en el Ayuntamiento y tomó posesión de la alcaldía. Salió al balcón y, ante la atónita mirada de los pocos viandantes, proclamó la República en Cataluña. Macià le rectificó esa tarde proclamando la «República catalana de la Federación ibérica», y le sustituyó por el separatista Aiguader. Macià renunció a la independencia a cambio de la autonomía, y Companys adoptó un tono populista que identificaba al líder Macià con una nación, un partido único, y una aspiración colectiva.

En las elecciones de junio de 1931 fue elegido diputado a Cortes, dirigió el grupo parlamentario de ERC, y se hizo con La Humanitat. Pero la Esquerra era una coalición heterogénea y mal avenida, que a la muerte de Macià, en diciembre de 1933, eligió con alguna dificultad a Companys como Presidente de la Generalitat. Companys permitió que las Juventudes de Esquerra, los Escamots de Dencàs y Badia, tuvieran aspecto y maneras fascistas; e identificó a las derechas como el enemigo de la República y, por tanto, de Cataluña. La victoria electoral de la CEDA, en consecuencia, era un peligro.

Companys aprovechó el conflicto rabassaire para hacer un frente de la izquierda republicana. Presentó una ley de contratos de cultivo que tumbó el Tribunal de Garantías Constitucionales a instancias del gobierno radical-cedista de Samper, y lo tomó como un ataque a la República. Organizó un desfile multitudinario el 29 de abril, mientras la Prensa adicta llamaba a la insurrección. Companys nombró entonces al separatista Dencàs como consejero de Gobernación, quien organizó el «Ejército catalán». Pero se supo que Companys no quería la secesión, sino rectificar la República, al punto de que fue abucheado por los independentistas en la Diada de 1934. Su gobierno entró en crisis, así como ERC, por lo que Companys decidió unirse a la insurrección de octubre de ese año. El 6 salió al balcón de la Generalitat, dijo que los fascistas habían tomado el poder, y proclamó el Estado catalán en la República federal española. Era una vía intermedia, no separatista. La revuelta duró hasta las seis de la mañana del día siguiente.

Las fotos en la cárcel y la argumentación de su abogado madrileño Ossorio y Gallardo, convirtieron a Companys en el mito de la Cataluña «lliure» sometida por el fascismo. La condena de 30 años la evitó con el aforamiento por la elección como diputado. Desde la cárcel contactó con los anarquistas para que participaran en un frente de izquierdas, y apartar al Estat Català, al que consideraba un lastre. Tras las elecciones de febrero de 1936 accedió de nuevo a la presidencia de la Generalitat, y visitó Sevilla en mayo en loor de multitudes mostrando que no quería la independencia, sino que la República fuera de izquierdas.

Baño de sangre

La Guerra Civil mostró su debilidad. El 20 de julio quedó claro que quien controlaba Cataluña era la CNT-FAI. García Oliver, Abad de Santillán y Durruti le visitaron para negarse a devolver las armas que habían arrebatado al Ejército, y Companys les entregó el poder creando los Comités de Milicias Antifascistas. Anarquistas y comunistas comenzaron los asesinatos indiscriminados, la organización de campos de concentración, para luego enzarzarse en una guerra entre ellos, con cerca de 10.000 muertos. Companys se sumó a ese baño de sangre firmando sentencias del Tribunal Popular, dominado por los cenetistas, y alejado de la realidad se declaró partidario de un Estado federal. Esta «tibieza» identitaria y la alianza con la CNT llevaron a Casanovas y al Estat Català a planear un golpe de Estado contra Companys, y su asesinato, para proclamar la independencia. Lo consultaron con los gobiernos británico y francés, que se negaron. Todo estaba ya perdido.

El 20 de enero de 1939 dijo por radio que había que defender Cataluña, la República y los derechos humanos. Seis días después, el ejército sublevado entró en Barcelona, y el 30 de enero Companys pasó a Francia. Entonces sí se refugió en la cultura: creó la Fundación Ramón Llull, la «Revista de Catalunya», y el Consell Nacional compuesto por intelectuales. El republicanismo había fracasado y se envolvió en la senyera. Cataluña, dijo, había sufrido una doble agresión: la de Franco y la de Negrín, que había dado la espalda a la autonomía catalana. Los nazis le capturaron y entregaron a las autoridades franquistas. El 15 de octubre de 1940 le fusiló el nuevo régimen, no España.