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Hallazgos arqueológicos

Los pescadores intrépidos de Aso

La constante revisitación de la ciudad griega de Aso propició el descubrimiento de una fuente monumental de época romana y el cabezal de un tridente de hierro usado por los trabajadores del mar

Las columnas del antiguo Templo de Atenea en Aso (Turquía)
Las columnas del antiguo Templo de Atenea en Aso (Turquía)Dreamstime

Aso es una polis griega ampliamente desconocida para el gran público situada en la Troáde, al noreste del Egeo, en el terreno de la la actual población turca de Behramkale. Sin embargo, esta polis, una antiquísima colonia fundada por habitantes de la isla de Lesbos, tiene una historia curiosa. Al final de la era clásica griega fue dominada sucesivamente por el banquero Eubolos y por Hermias, un antiguo esclavo eunuco del magnate que había estudiado en la academia ateniense de Platón que, una vez en el poder, invitó a residir a su amigo Aristóteles. Allí el filósofo de Estagira se casó con la fascinante Pitias, la hija adoptiva del tirano, y creó su primera escuela, que mantuvo hasta que los persas asaltaron la ciudad, mataron a su suegro y, como consecuencia, huyó a Macedonia, donde se convirtió en el tutor de un prometedor joven llamado Alejandro. Dominada posteriormente por Roma, Aso adquirió renombre por su industria del sarcófago y ser parada de san Pablo en uno de sus viajes.

Por otro lado, Aso es una ciudad con un riquísimo patrimonio arqueológico que continúa siendo revisitado. Hace poco se publicitó el descubrimiento por un equipo de la Universidad Çanakkale Onsekiz Mart liderado por Nurettin Aíslan de un ninfeo, una fuente monumental de época romana, además de otros hallazgos procedentes de un basurero anexo. Se hallaron numerosas piezas como un peso decorado con un grifo, el ser legendario símbolo de la ciudad y, muy en particular, el cabezal de un tridente de hierro fechado hacia los siglos III-IV d.C. Este hallazgo no se corresponde en absoluto con otros tridentes reconocibles de la antigüedad, como el de Poseidón o el utilizado por los gladiadores reciarios en sus combates.

La presencia de púas en sus tres dientes, diseñadas para aferrarse a una presa, avalan que es una herramienta más prosaica: es un arpón de pescador, es decir, el modesto apero de un trabajador. Es una pieza notable. Por una parte, resulta asombrosa su buena conservación, pues el hierro es un material que se degrada rápido, y asimismo es un hallazgo inusual que, como tantos otros objetos del día a día de la antigüedad, no suele resistir el paso del tiempo. Este tridente nos retrotrae a una persona humilde, apartada de la alta política, de los mandos del ejército, de las grandes polémicas religiosas o del pensamiento, pero tan real en su anonimato como los grandes personajes de la antigüedad. Una vida que, además, le vinculaba a un medio alejadísimo de la inmensa mayor parte de las élites imperiales como lo era el mar pues, aunque conozcamos su uso en la captura de grandes peces fluviales, indudablemente esta pieza se utilizó en las aguas del Egeo.

El mar, a diferencia de la estable tierra, aparece referido generalmente en las fuentes antiguas con miedo y desconfianza. Adjetivos como funesto, amargo o desleal no son infrecuentes por su peligrosidad y, de hecho, hasta en el propio derecho romano se recomendaba hacer testamento antes de emprender una travesía naval. En consonancia, la figura del pescador a menudo era tratada con desdén y desprecio. Así, un topos poético muy habitual era denunciarles como ladrones del mar, ya fuera por su labor predadora de las riquezas del piélago o por la sospecha indisimulada de que actuasen como verdaderos piratas, aunque se les reconociera su valor.

Así, Opiano, autor de la “Haliéutica”, un fantástico tratado sobre la vida marítima y su pesca, recalcó que “siempre están en contacto con el agua fría y salvajemente enfurecida que incluso produce espanto contemplar desde la tierra”. En esta línea, disponemos de numerosos epitafios de pescadores muertos en la mar. Lo cierto es que, con todo, el pescado era muy apreciado en Roma e, incluso alguna vez se cometía alguna locura como la descrita por un escandalizado Plinio el Viejo al rememorar el capricho de un rico que pagó ocho mil sestercios por un salmonete.

Con respecto al empleo del tridente, mientras Opiano, que atribuye la creación de los aparejos de pesca al dios Hermes, señala como el tridente se podía usar desde tierra o desde una embarcación, Platón describió en su diálogo “Sofista” como podía emplearse de día o de noche, siendo ayudados en este último caso los pescadores por lámparas que actuaban de señuelo para atraer a sus presas en la negrura, siendo congruente con su uso en la pesca del calamar descrita por Plinio. Entre otros usos, Opiano enfatiza su empleo en la arriesgada captura de grandes animales marítimos como focas, tortugas, peces perro, es decir, tiburones, o delfines, cuya pesca le merece el calificativo de “abominable” y propia de “hombres duros y malvados” y, muy especialmente en el caso de la caza de ballenas a través de un relato apasionado y apasionante, digno de Melville, de su caza. Es, en definitiva, una simple herramienta que nos transporta a un mundo diferente, aventurero y peligroso.