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Crítica de clásica

El pianismo poético y atmosférico de Christian Zacharias

El músico alemán eclipsa el Auditorio Nacional con una pulsación de absoluta nitidez, una digitación muy limpia y un dominio exquisito de las dinámicas

Christian Zacharias en el Auditorio Nacional
Christian Zacharias en el Auditorio NacionalArchivo

Obras de: Chaikovski y Schubert. Piano: Christian Zacharias. Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 7-II-2023.

Volvía a Madrid este pianista alemán nacido en la India en 1950. Ya peina canas y ha perdido algo, no mucho, de vitalidad; pero sus constantes siguen incólumes. Posee una pulsación de absoluta nitidez, una digitación muy limpia y un dominio exquisito de las dinámicas. Contempla con cuidado el uso del tempo y establece unos muy flexibles parámetros rítmicos, de manera que su discurso siempre resulta elástico y fluido sin que pierda por ello la cuadratura. A menudo alcanza un alto grado de concentración, que le lleva a desempeñarse con un cierto hermetismo.

Su Schubert ha sido siempre muy reconocido. Y el mejor ejemplo lo tuvimos en este recital, en el que interpretó la bellísima y no tan frecuentada “Sonata D 850” del músico vienés. Lo hizo con suma concentración, delicadeza, variedad de colores, dinámicas muy calculadas y una espirituosidad venida del Prater. Desde el mismo comienzo, con ese tema fornido, fuertemente ritmado, constituido por un diseño de blanca y cuatro corcheas repetidas, supimos que el pianista tenía un buen día. Su batir era constante y clarificador. Y los severos acordes tenían cada uno su carácter. Admirable la forma de cantar el segundo tema, “Poco più lento”, con una simplicidad danzable desarmante y con el empleo de una fina mano izquierda: y la manera en la que lo fue ensanchado paulatinamente. Las bases de una gran interpretación estaban sentadas.

Los dos temas que pueblan el “Con moto” fueron delineados casi con delicuescencia sin perder nunca el norte de una severa recreación, bien diferenciada y regulada. Asistimos al típico y silencioso juego de infinitas dinámicas tan propio de Schubert. El tan curioso “Scherzo. Allegro vivace”, tercer movimiento, brilló en sus contratiempos y en su característico aire danzable, que, de manera sorprendente nos conduce a una suerte de meditación. La danza vienesa re revela en todo su fulgor en el “Rondó-Allegro moderato” final. La inventiva del intérprete se emparejó con la invención del compositor hasta alcanzar la mayor de las sutilezas en un cierre atmosférico y exquisito. Gran interpretación premiada por un público animado y animoso que distaba de llenar la sala (¡otros tiempos fueron!).

En la primera parte habíamos escuchado la no muy frecuente “Las estaciones op. 37” de Chaikovski. 12 breves composiciones que se identifican con los 12 meses del año y que hace algún tiempo, en el mismo ciclo y en la misma sala, tuvimos ocasión de seguir en la recreación del ruso Denis Mantsuev, un hercúleo virtuoso. La visión de Zacharias fue radicalmente distinta, pues se alejó de las posibles connotaciones paisajísticas o atmosféricas para recrearse en las sutilezas tímbricas, en los variados matices que las colorean.

Así, en una pintura musical casi acuarelística, fuimos pasando del intimismo poético de Enero a la animación de el “Carnaval” de Febrero o al “Canto de la alondra” de Marzo en un “Andante espressivo” lleno de encanto. Los dedos ágiles del pìanista, su firme digitación, su limpieza en las ligaduras y en los ataques y sobre todo su sentido de la frase y de su evocación sentimental, como reflejo de la contemplación de los fenómenos naturales, fueron labrando poco a poco una magnífica interpretación, caleidoscópica y vitalista. Hasta que llegamos a Diciembre y con él a la Navidad en un tempo de vals y en un gozoso La bemol mayor. Hubo un regalo al término del concierto: una impecable reproducción del vals de Debussy “La plus que lente”.