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Pierre Assouline: «Cartier-Bresson lamentó no hacer fotos de la Guerra Civil»

Henri Cartier-Bresson en una imagen del archivo de la revista «Life» con su Leica
Henri Cartier-Bresson en una imagen del archivo de la revista «Life» con su Leicalarazon

El biógrafo del maestro del fotoperiodismo recuerda los tres documentales que realizó sobre la contienda de nuestro país y explica que el francés, que siempre quiso ser cineasta, «no hizo más cine porque era demasiado individualista.

Es uno de los escritores y biógrafos más reputados de Francia. Pierre Assouline (Casablanca, 1953) ha buceado en aguas procelosas como los son la vida y milagros de Hergé, Simenon y Henri Cartier-Bresson, entre muchos otros. La presentación en el Insituto Francés de un documental del fotógrafo que marcó la edad dorada del fotoperiodismo lo trae a España.

–Más que biógrafo, usted llegó a ser amigo íntimo de Cartier-Bresson.

–Mi relación con él se inicia a los 14 años. Yo era un loco de la fotografía y lo admiraba. Con el tiempo escribí libros y trabajé como periodista, y le pedía regularmente entrevistas. Pero él siempre se negaba. Un día hablamos dos horas por teléfono y me dijo: venga a verme. Pasamos una jornada entera juntos y a última hora de la tarde, en la terraza de un café, con un burdeos, nació nuestra amistad.

–Y con ella su famosa biografía «El ojo del siglo»...

–Yo iba a su casa o él venía a la mía, viajábamos, visitábamos exposiciones. Al cabo de un par de años, le expliqué que quería hacer el libro. «Odio las biografías», me dijo. Yo no tomaba notas delante de él, pero sabía que estaba escribiéndola. Al final estaba contento cuando salió.

–¿Cuáles son las cualidades que hacen de Cartier-Bresson algo tan definitivo como «el ojo del siglo XX»?

–Su ojo era el del pintor. Estudió pintura, así que en su cabeza había obras de arte. Su formación lo distingue, pero además su ojo era muy nervioso, iba muy rápido y siempre estaba disponible. Esas cualidades se suman al hecho de que se encontró con un momento histórico de grandes acontecimientos y una coyuntura tecnológica adecuada con la invención de la Leica. Se convirtió en fotógrafo casi al mismo tiempo en que nació esta cámara, parecía inventada para él. Finalmente, está la suerte: fue un hombre con fortuna.

–¿Por qué no cuajó como cineasta?

–Siempre quiso serlo. Fue asistente de Jean Renoir en varias películas y era amigo de Buñuel. En Nueva York se encontró con Richard Banks, que era un gran fotógrafo, e hicieron películas documentales sobre España («Victoria de la vida», 1937, y «España vivirá», 1938). El propósito de las mismas era militante, no artístico. De regreso de España se hizo fotoperiodista, pero es cierto que siempre quiso hacer cine. Realizó 5 documentales.

–¿Qué falló entonces?

–Lo que de verdad lo echó para atrás es que el cine era una actividad de equipo, y él era individualista. Luego creó el colectivo Magnum, pero en el seno de ese grupo maravilloso eran todo individualidades y el más individualista era él.

–¿Le marcó mucho la Guerra Civil española?

–En España no hizo ninguna foto y siempre lo lamentó. Le quedó un sentimiento amargo. Pero la guerra fue muy importante para él porque fue su primera vez. Allí forjó su personalidad de antifascista. Toda la vida siguió siéndolo, incluso cuando ya no había fascistas.

–Su generación forjó una imagen romántica de aquella guerra.

–Existió ese romanticismo. Ahí estaban ellos y Hemingway... Era la época del comunismo y el antifascismo era muy fuerte en Francia. Gracias a ese romanticismo se crean las Brigadas Internacionales.

–En los tiempos de las «fake news», la posverdad, las redes sociales como fuente de información, ¿podemos aprender algo de él?

–Es difícil porque todo ha cambiado. Las cámaras ya no son la que son, estamos en la era digital y con el photoshop se puede sospechar de cada imagen. Antes no se dudaba de una fotografía potente. Es triste.

–Está claro que la imagen se ha banalizado.

–En el documental que le dediqué («El siglo de Cartier-Bresson», 2012) él mismo dice: «Cuando usted va hoy a una boda todo el mundo hace fotos». Es cierto, todos cogen al novio entrando en la iglesa con su teléfono. El estatus de la fotografía ha cambiado. Todo el mundo hace fotos pero hay muy pocos fotógrafos.