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Plácido Domingo, misión posible

Dicen también quienes le conocen bien que para Plácido Domingo debutar en el foso del Festival de Bayreuth no era tarea baladí, no era un objetivo a cumplir más, una muesca más en su dilatada lista de récords, sino un reto

Plácido Domingo, misión posible
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Dicen también quienes le conocen bien que para Plácido Domingo debutar en el foso del Festival de Bayreuth no era tarea baladí, no era un objetivo a cumplir más, una muesca más en su dilatada lista de récords, sino un reto.

Andaba el maestro entre partituras tan ensimismado, trabajando con el ímpetu de un director que tuviera su debut en la batuta, de esos de pelo ensortijado oncrespo, que lo mismo da, y carrera mediada. Dicen quienes han estado muy cerca de él estos días que el tenor ahora barítono no ha dejado de mimar el pentagrama, de volver una y otra vez a las notas hasta interiorizarlas y hacerlas suyas.

Dicen también quienes le conocen bien que para Plácido Domingo debutar en el foso del Festival de Bayreuth no era tarea baladí, no era un objetivo a cumplir más, una muesca más en su dilatada lista de récords, sino un reto. Y dicen esos mismos que le saben mirar el talante por un simple gesto que está satisfecho de la noche que vivió el martes, entre el cielo y el suelo, con tantos ojos y no menos oídos pendientes de él. Y ha sido la primera de tres. El templo wagneriano no es precisamente un santuario fácil y la encomienda resultaba titánica. El maestro cumplió con creces e hizo historia: ya figura entre los elegidos que han dirigido a Wagner en su casa. ¿Osadía? Unos dirán que no.

Otros, que los hubo, responderán que claro y por eso le castigaron con algún abucheo que taparon los aplausos, pero los más prefirieron quedarse con la hazaña. A los 77 años, aguantar en el foso de Bayreuth, repetimos, del templo de Wagner, seis horas, con chaqué y a una temperatura de más de cuarenta grados solo lo pueden hacer unos pocos. Los más grandes, y teniendo en cuenta que el patio de butacas es espartano, no hay butacas sino sillas de madera y el aire acondicionado es inexistente la hazaña se redobla. Todo fuera por conseguir ese trance que al maestro Richard le iba la vida en conseguir.

Cero distracciones, concentración máxima. Domingo ya puede respirar. Aliviado. Ahora descansa el guerrero en su paraíso mexicano donde repone las energías gastadas a golpe de sol y familia. Después le espera un avión que le devolverá a Bayreuth para volver a bajar al foso los días 18 y 29 de agosto con «La Valquiria» bajo el brazo de nuevo. No descansa porque si no se oxida. Ese mantra que repite, que siempre esgrime, para justificar su plácido tráfago de vida.