Acoso sexual

Plácido Domingo: Superman es él

Imagen de Plácido Domingo tras una representación de Giovanna D'Arco
Imagen de Plácido Domingo tras una representación de Giovanna D'Arcolarazon

Ahora Plácido Domingo ni es barítono, ni es tenor, es Plácido Domingo y, créanme, merece la pena seguir escuchándole. Es un artista único en la historia lírica por muchos motivos.

Es justo dar al Cesar lo que es del Cesar y el título no es mío, sino de mi colega y amigo José María Irurzun pero, plenamente de acuerdo con él, lo tomo prestado. Recuerdo que hace años hablábamos de la longevidad canora de Alfredo Kraus. Nada comparable a aquella de la que está haciendo gala Plácido Domingo. El recorrido por unas fechas muy recientes dará idea de la inusitada actividad de una persona de 78 años.

Durante la semana del 21 al 26 del pasado julio estuvo al frente de su Operalia, el concurso de canto creado por él en 1993, en la ciudad de Praga. Allí tuvo que ocuparse de cuestiones organizativas y, también, de dirigir la orquesta en las pruebas. Al terminar, ese mismo domingo, se incorporó a la Arena de Verona, donde ya el día 28 dirigió una «Aida» que hubo de ser interrumpida en múltiples ocasiones a causa de la lluvia y que terminó pasadas las dos de la madrugada. El día 1 de agosto cantó el papel de Giorgio Germont en «La Traviata», junto a Lisette Oropesa y Vittorio Grigolo. Pero eso no era todo, porque aún quedaba el colofón: la gala de homenaje a los cincuenta años de su debut en la Arena el día 4. Y, para celebrarlo, nada menos que escenas de tres operas verdianas – «Nabucco», «Macbeth» y «Simon Boccanegra»– entre las que se incluían los últimos actos en los que Domingo abordaba la muerte de los tres protagonistas que dan título a las obras. La gala concluyó pasada la una de la madrugada y, a continuación, tras firmar miles de autógrafos, se incorporó poco antes de las dos a una cena de homenaje, que abandonó casi a las cuatro. Tres días después, el 7 de agosto, estaba en Caracalla (Roma) recordando los 29 años del célebre concierto de los tres tenores que, para bien o para mal, cambió todo en el mundo de la lírica. Se trataba de un concierto –«Noche española»– centrado en la zarzuela, junto a Ana María Martínez, con un recuerdo especial a sus padres, cantantes del género.

Pero no sólo hay que participar en esos espectáculos, es que también hay que ensayarlos. Y, por si fuera poco, la energía aún le da para tirarse al suelo simulando la muerte de Macbeth o Boccanegra de una forma que no podemos hacer muchos de nosotros con unos cuantos años menos.

Sinceramente, dudo que le queden energías para otras cosas... aunque sea el Supermán de la ópera.

Ahora Plácido Domingo ni es barítono, ni es tenor, es Plácido Domingo y, créanme, merece la pena seguir escuchándole. Es un artista único en la historia lírica por muchos motivos. Artista en el más amplio sentido de la palabra, por encima de cantante, que siempre imprime a sus interpretaciones una musicalidad excepcional, que ama con intensidad a su profesión y que, probablemente, no puede vivir sin ella. Esperemos que las cosas no se embarullen y pueda seguir haciéndolo.