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Gonzalo Alonso

Poco Beethoven y mucho Mahler

Gustavo Gimeno dirigió ambos programas en el Auditorio
Gustavo Gimeno dirigió ambos programas en el Auditoriolarazon

Obras de Beethoven y Chaikovski. Violín: Vilde Frang.

Una azafata salió al inicio del primer concierto a explicarnos que la violinista noruega Vilde Frang tenía una especial predilección por el concierto para violín de Beethoven y que lo concebía como una obra de cámara para tal instrumento. La sorpresa por el anuncio de tal concepción quedó pronto aclarada porque su sonido es pequeño. Tocó bien, pero con una evidente falta de empuje que obligaba al director a mantener muy en piano el acompañamiento y que contrastó con el poderío, algo desenfrenado, de los tuttis.

Algo menos pronunciado se vivió en el primer concierto de Bartok con sus dos violines. Hay carreras que no se alcanzan a justificar. La «Quinta» de Chaikovski mostró una buena orquesta, de un segundo nivel entre las europeas, cuyo titular es el propio Gustavo Gimeno. Había mucho interés por verle al frente de su agrupación y ante los rumores según los cuales podría recalar en el Palau de les Arts y su reciente nombramiento como titular en Toronto. Gimeno empezó su carrera como solista de percusión en el Concertgebouw y, con el apoyo de Abbado, Jansons y Haitink, empezó su carrera como director. Algunos recordarán que Abbado le «cedió» la batuta en marzo de 2013 en el Auditorio Nacional para la «Sinfonía concertante en si bemol mayor» de Haydn en otro concierto de Ibermúsica. No hubo tanta generosidad en el acto como falta de ganas de dirigir él, pero no es historia para contar aquí.

La lectura de Chaikovski tuvo impulso y vitalidad, pero hubo una clara descompensación entre los metales y la cuerda a favor de los primeros. El público requirió propina y le fue concedida una vibrante «Polonesa» de «Eugenio Onieguin». Mucho mejor fueron las cosas en la «Cuarta» de Mahler, una partitura en la que se notaron las enseñanzas de Abbado. Con gesto elegante y preciso ejecutó una versión personal desde el pausado inicio que enlazaba claramente con el romanticismo en ese «adagio» sereno, grave y profundo. La soprano sueca Miah Persson, precedida del clarinete, cantó angelicalmente, como corresponde, el sorprendente movimiento alabando los placeres gastronómicos del más allá. Al desvanecerse la música el público bajó del cielo para ovacionar a los intérpretes.