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Crítica de clásica

Un postromántico Wozzeck en la OCNE con Afkham

“Wozzeck” de Alban Berg. Martin Winkler (Wozzeck), Lise Lindström (Marie), Rodrigo Garull (Tambor mayor), Stephen Milling (Doctor), Jürgen Sacher (Capitán), Tansel Akzeybek (Andres ), Solgerd Isalv (Margret), etc. Orquesta y Coro Nacionales de España. Director: David Afkham. Auditorio Nacional. Madrid, 03 de octubre de 2025.

«Estamos viviendo el final de cinco mil años de una historia y una cultura»
«Estamos viviendo el final de cinco mil años de una historia y una cultura»Gonzalo Alonso

Concluye el periodo de titularidad de David Afkham con la Orquesta Nacional. Ha estado ligado a ella desde que fue su director principal en 2014, para asumir su titularidad en 2019. Es cierto que conviene que todo nombramiento tenga su caducidad, pero es una pena que ésta coincida con el mejor momento del director alemán. Ha sido una etapa muy provechosa tanto para nuestra orquesta como para él.

Afkham ha elegido “Wozzeck” para abrir su última temporada. Ya dirigió otras óperas en el Auditorio Nacional, recordemos “El holandés errante” y “Tristán e Isolda” de Wagner, “Elektra” y “Salome” de Strauss y “El castillo de Barbazul” de Bartók. Sin embargo, no parece un título para ser ofrecido en concierto. De hecho, son prueba de ello los numerosos asientos vacíos en una sala que suele estar llena con la OCNE dado, entre otras razones, sus precios populares. Y Afkham lo sabía y por ello, aunque también lo ha hecho otras veces, recurrió a la manida “semiescenificación”. Acertó en todo lo posible. Esta crítica podría haberse titulado también “En torno a una silla”, pues mucho de la obra discurre en el entorno de una silla, desde el comienzo en la barbería hasta en el asesinato de Marie. Pero el éxito de esta apuesta fue sin duda alguna contar con Martin Winkler como protagonista. Ha vuelto a abordar el personaje después de sus muy aclamados Alberich del “Anillo” y ha demostrado el gran animal de escena que es. Fue inenarrable su modo de dar vida al personaje en el pequeño añadido, de apenas tres metros de ancho, que se montó en el escenario para que los cantasen actuasen. Con un aspecto de enajenado, se contorsionó, tiró por los suelos… Además, también estuvo formidable en la vocalidad y su expresión. ¡Bravo! A su lado palidecieron todos y eso que vocalmente también estuvieron magníficos Lise Lindström como Marie, Rodrigo Garull como el Tambor mayor, Stephen Milling como el Doctor, Jürgen Sacher como el Capitán) Tansel Akzeybek como Andres y el resto del reparto.

Alban Berg afrontó un reto al componer esta ya emblemática ópera, basada en drama de Büchner al renunciar a la tonalidad como principio unificador de la acción dramática en lo relativo a la armonía y a la unidad musical. Utilizó series y células dodecafónicas, conviviendo con anclajes tonales, leitmotives y referencias cifrables, favoreciendo con esta ambivalencia una expresividad inmediata. Ingenio y maestría, como opina Ramón Puchades en su estupenda nota al breve programa de mano, y fue consciente de ello: «No importa cuánto se conozca sobre las formas musicales presentes en esta ópera, cuán estricta y lógicamente está todo “elaborado”, y qué habilidad artística se encuentra incluso en todos los detalles… desde el momento en que se levanta el telón hasta que cae por última vez, nadie en el público debería notar las diversas fugas e invenciones, suites, movimientos de sonata, variaciones y passacaglias; nadie debería ser consciente de nada más que de la idea de esta ópera, algo que va mucho más allá del destino individual de Wozzeck. Y eso -creo- lo he logrado».

También lo logró Afkham en el podio, con la orquesta y el coro en buen momento. Las veintiséis escenas se sucedieron sin caída alguna en la tensión, con sus suites, passacaglias, invenciones, fugas, rondós, variaciones o las macroformas de cada acto y la rigidez de esas formas encarnando la claustrofobia que aplasta a Wozzeck. Y, al tiempo, respetó su carácter de “estudios” con los contrastes de color netos entre escenas, respetando que cada número es una micropieza con su propia lógica. Habría muchos momentos a comentar, como el interludio orquestal tras el asesinato, un mar de culpa que sonó como una ola que no tiene a dónde retirarse y, especialmente, todo el tercer acto tras el asesinato. Controló las dinámicas para no saturar, reservando el impacto de los fortísimos al interludio y al clímax del estanque, de tremenda sonoridad subrayada con unas proyectadas luces rojas. Berg admiró a Mahler y Afkham denotó también hacerlo, con una lectura menos agria que las de otros directores y más postromántica, algo que encajó a la perfección con el final. Un gran concierto que le habrá servido a Afkham de ensayo para cuando afronte la obra en un teatro.