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Historia

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Psicodrama

La Razón
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«A última hora/como decía el viejo Ernest Hemingway/al que tanto quiero/ ''el que no es hijo de nadie es hijo de puta''». Así resumía Juan Luis Panero su papel en esa familia de poetas malditos, madres pasivas-agresivas, alcohólicos y lunáticos, que de forma tan descarnada retrató Chávarri en «El desencanto» (1976), uno de los hitos del documental español. Juan Luis, que nunca quiso compartir plano con Leopoldo María, fue el que, según el director, asumió con naturalidad que aquella radiografía en negativo de la filiación y la herencia del franquismo durante el primer año de la democracia era una representación, una obra de teatro en la que cada miembro de los Panero interpretaba un papel que luego se transformaba en otro... «A Juan Luis el proyecto le interesaba poco», admitió Chávarri, «y creo que hizo una cosa muy difícil y noble, que fue establecerse como el personaje absurdo, tonto y cómico».

Chávarri pensaba que Juan Luis no quedaba bien parado por voluntad propia, aunque, vista la película en su conjunto, nadie se libraba de mostrar sus mezquindades. Tal vez por ser el primogénito de los Panero, el que no llevaba la etiqueta ni de esquizofrénico (Leopoldo María) ni de noctámbulo (Michi), se sentía con la responsabilidad de ser el maestro de ceremonias. Más allá de todos los reproches y contradicciones que surgieron ante la impávida cámara de Chávarri durante un rodaje que se alargó varios meses, la figura del padre ausente, poeta oficioso del franquismo, adquiría una dimensión simbólica no por más obvia menos valiosa.

«El asunto de tu bebida ha dado ya mucho que hablar... También se han comentado tus proezas en los burdeles», recita Juan Luis ante la estatua de su padre. Desmitificar el fantasma de la autoridad paterna es darle forma, corroborar su papel en la biografía de una institución represiva y asfixiante como la «típica» familia de padres franquistas e hijos intelectualmente insumisos. Junto a su madre y sus hermanos, Juan Luis Panero convirtió esa ausencia en excusa pseudoterapéutica, en psicodrama de dos generaciones de una España blanquinegra, deprimida y exaltada por igual. No es extraño que «El desencanto», que nació como corto impulsado por el inquieto Elías Querejeta, se transformara en un largo: Chávarri, que no las tenía todas consigo antes de conocer personalmente a los Panero, encontró material de sobra, material que, dos décadas más tarde, Ricardo Franco desarrollaría de un modo un tanto melancólico en «Después de tantos años» (1994). A «El desencanto» le costó encontrar a su público porque tenía madera de clásico. Es lo que ocurre con las películas que tratan sobre la erosión del tiempo. Sólo el paso de los años las hace brillar.