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Lo que debemos a Plácido Domingo

Pudo haber actuaciones discutibles, pero no hay derecho al trato que está recibiendo
A pesar de lo sucedido, cuando Plácido Domingo reapareció en España, el Auditorio Nacional de Madrid le ovacionó durante largos minutoslarazonEfe

Madrid Creada:

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Me siento absolutamente libre al escribir este artículo. Muchos me creen muy ligado a Plácido, cuando realmente no es así. Nuestra relación ha pasado por muchos altibajos desde nuestras primeras conversaciones paseando por Las Ramblas hace ahora 50 años. Ha habido momentos peculiares, como cuando me llamó al Escorial para pedirme que a los dos días estuviese en su debut en Bayreuth, lo que hice, y su secretario me pidió allí, antes de entrar, el importe de la localidad. Muchos reproches, uno de los últimos en la estación del AVE en Valencia: «Has escrito que quiero morirme en el escenario y eso no es cierto porque yo no quiero morirme». También muchas reuniones agradables y, sobre todo, mucha admiración y el inmenso agradecimiento por lo que me ha hecho disfrutar en sus años dorados. Eso no tiene precio. Pero la relación es hoy inexistente, a pesar de mi seguimiento a su última enfermedad y mi defensa a su «causa». Él, su familia y su agente, no ajenos a su situación, saben la «causa». Algún día llegará en que hablemos a solas.
Hace meses me contactaron de "Salvados" para participar en un programa en el que se trataría esa «causa». Fui dando largas porque imaginaba lo que se pretendería y no tenía la seguridad de que la emisión respetase todas mis opiniones. El programa se emitió este domingo –curioso que coincida cuando el artista desea unos terrenos de la Comunidad de Madrid en donde crear una escuela de canto– precedido de anuncios sobre una artista española que iba a contar su experiencia. El resultado era absolutamente previsible.
Miren, se puede acercar al País Vasco a los presos de ETA, se les puede sacar de prisión a pesar de las condenas existentes. Se puede indultar a imputados y condenados por sublevación, se puede hasta eliminar el concepto de sublevación de nuestras leyes penales y también intentar reducir a conveniencia de los implicados el delito de malversación. Se puede sacar de la cárcel a acosadores, violadores y asesinos… pero Plácido no es «salvable». No, él no, aunque no se encuentre condenado, ni juzgado, ni siquiera imputado porque en sus eventuales actuaciones no hubo delito. No, él no, porque es un artista universal, porque es mucho más grande que esa minoritaria ralea de amargados que desean imponernos su ideología y hacernos comulgar con ruedas de molino a la mayoría. Y ya es hora de que esa mayoría que aún conservamos el sentido común tomemos medidas, nos rebelemos y actuemos.
Llevamos mucho tiempo comportándonos como borregos, adocenados tras una pandemia en la que nos han manejado como han querido, a pesar de que después esos manejos hayan resultado inconstitucionales. Un poco tarde, ¿no? Y eso no es justicia. Me entristece enormemente pensar en cómo se sentirá Plácido tras este «Salvados» y también su familia. Pudo haber actuaciones discutibles, mas no hay derecho al trato que está recibiendo. Pero, claro, tenemos otro ejemplo aún más notorio de otro «insalvable» al que, según hemos leído esta semana, no se le piensa organizar un funeral de Estado si fallece. Él, sin tampoco juicio, está condenado por algunos hasta más allá de la muerte. Habrá cometido errores –por cierto, respaldados de una u otra forma por toda la clase política de una época–, como lo de Plácido, que ahora se dice que era un secreto a voces, pero, ¿acaso no le debemos gratitud por todos sus aciertos, como se la debemos a Plácido por cuanto arte nos ha regalado?