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Historia

¿Qué tiene que ver Darth Vader con el franquismo carcelario?

Un estudio ofrece una visión integral de la cárcel de Carabanchel desde su construcción hasta su cierre y sobre qué mecanismos de control se implementó el régimen de Franco en la vida cotidiana de los reclusos

Estado de la cárcel de Carbanchel en la época franquista
Estado de la cárcel de Carbanchel en la época franquistaArchivo

He aquí uno de esos libros que representan un paso significativo en la recuperación de la memoria de nuestra historia, esta vez por medio de la que fue tal vez la cárcel más famosa de España. Así, en «Carabanchel. La Estrella de la Muerte del franquismo», Luis A. Ruiz Casero (1985) habla de esta cárcel, inaugurada en 1944, que se convirtió en uno de los símbolos más emblemáticos de la represión franquista en España tras haber sido construida por prisioneros republicanos tras la Guerra Civil. Su cierre en 1998 y posterior demolición en 2008 supusieron la pérdida de gran parte de su archivo histórico, lo que dificultó la preservación de su memoria. En este contexto, el historiador madrileño presenta una monografía que reconstruye la historia de la cárcel, sus mecanismos de control y la vida cotidiana de los reclusos.

Ruiz Casero es doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y arqueólogo por la Universidad de Alcalá, y su labor investigadora se ha centrado en la Guerra Civil Española y sus consecuencias. Desde 2021, está colaborando con la Plataforma por el Centro de Memoria de la Cárcel de Carabanchel, lo que le ha llevado a esta investigación que cuenta con un prólogo de Carmen Ortiz, que hace mención a la otra famosa cárcel española: «Por lo que respecta a los centros de detención y prisión, algunos importantes, como la Modelo de Barcelona, se han conservado manteniéndolos como centros que es posible visitar y sobre los cuales puede tenerse además un conocimiento accesible a través de muchos medios de difusión».

Esto contrastaría, como se apuntaba, con el caso de Carabanchel, «la cárcel más grande, más poblada y con una historia más exclusivamente relacionada con la dictadura franquista, no solo como prisión donde se castigó la disidencia y la resistencia política antifascista, sino también donde se manifestaron de la forma más virulenta y dramática posible la desigualdad y las tensiones sociales provocadas por el régimen, que dieron lugar a oleadas de delincuencia común y desembocaron en las revueltas de los presos sociales y comunes en los años de las décadas de 1970 y 1980», prosigue Ortiz. El lector se adentra de esta manera en una prisión que fue concebida como un centro de máxima seguridad, con una capacidad para más de 2.000 internos. Su diseño arquitectónico, basado en el modelo panóptico (edificio circular con una torre de vigilancia en el centro), permitía una vigilancia constante de los prisioneros, simbolizando el control absoluto del régimen sobre la vida de los detenidos.

Preventivos y penados

El autor da inicio a su libro con una frase del propio Francisco Franco: «Las cárceles no serán en lo futuro mazmorras lóbregas, sino lugares de trabajo». Están extraídas de «Redención» (20-IV-1940), el semanario oficial de las prisiones franquistas, que hablaba del proyecto de la cárcel de Carabanchel, que se iba a llevar a cabo durante cuatro años. De tal cosa hay registro visual gracias al fotorreportero Santos Yubero, que captó a las autoridades en torno al ministro de Justicia, Eduardo Aunós, paseando por varias estancias de la cárcel. «Ante ellos los presos, en formación armoniosa, asistían al paso de los jerarcas franquistas que hacían el saludo romano ante la prensa, con el telón sonoro de fondo de marchas militares», escribe Ruiz Casero.

Por supuesto, se daba un choque de realidades y visiones. Como todo gobierno, el franquista quería presumir de sus instituciones; por el otro, los represaliados tenían una versión muy diferente de cómo eran tratados. En este sentido, el historiador cita a Melquesidez Rodríguez Chaos, Melque, comunista veterano de las unidades de choque del Ejército republicano, uno de los primeros en la prisión, que describió con estas palabras el lugar al que le habían encerrado: «La cárcel no estaba terminada de construir. Solo había ocho o diez galerías en condiciones de ser habitadas. Las obras continuaban. Sin embargo, allí nos concentraron a los cinco mil presos de Porlier [la cárcel de la que solían provenir los presos]. Como en todos los sitios, teníamos que dormir en el suelo, y prácticamente unos encima de otros. A las galerías apenas subía el agua. Pasábamos una sed terrible y lavarse constituía casi un lujo».

Así las cosas, se va contando cómo era el día a día en Carabanchel y se dan detalles del organigrama de funcionarios responsables de esa construcción tan mastodóntica, llena de departamentos, galerías, naves reservadas a los locutorios (colectivos y sin asientos), y, muy significativamente, dos grandes espacios, «en función de si sus ocupantes habían sido ya juzgados o no: la prisión preventiva y el correccional». Esto indica, a juicio del autor, que había una llamativa saturación penitenciaria en 1940, con centenares de miles de prisioneros de guerra; para iluminar este particular, recurre a una comparación de este mismo siglo en España, donde uno de cada cinco presos es preventivo. Es decir, la prisión de Carabanchel se concibió pensando en albergar siete veces más preventivos que penados.

Afán de vigilancia

Cual «Infierno» dantesco, la prisión estaba estructurada en cuatro plantas llenas de galerías, más una baja y un ático, y en el plan original existía un área destinada a los presos políticos, una escuela general y una biblioteca, mientras que en la parte inferior estaban los comedores, los talleres, el economato y los servicios higiénicos. Había, asimismo, celdas individuales y colectivas, y hasta pabellones de incomunicados. Todo, al fin, convergería en un eje ocupado por el centro de vigilancia, una especie de Gran Hermano vigilante. Cuenta, en efecto, Ruiz Casero, que semejante centro de vigilancia era el equivalente a la manera «en que todos los españoles en el Nuevo Estado debían someterse al Caudillo. La planta radial, a diferencia de los denostados experimentos liberales, era una expresión de dominación». Junto con esto, destacaría un cierto «afán clasificatorio del enemigo. Los prisioneros de guerra eran catalogados en los campos de concentración según su adhesión al régimen como afectos, dudosos o desafectos. Esas categorías permearon a las cárceles, y en seguida se ampliaron: presos comunes, políticos, vagos y maleantes, homosexuales…».

También se adentra el investigador en aspectos muy duros, en torno a los sufrimientos de los reclusos, con diversos tipos de castigos, como «la práctica de mantener a los condenados a muerte bajo la incertidumbre de no saber si esa noche llegaría su turno para la fatídica saca». Al parecer, los presos podían saber cuándo se iba a producir un fusilamiento porque ese día se redoblaban las medidas de seguridad. El autor va poniendo ejemplos concretos de personas con un destino aciago y otros que protagonizaron intentos de escapatoria o fugas exitosas; según otro investigador, Daniel Oviedo Silva, se produjo medio centenar de trabajadores prisioneros fugados, entre marzo de 1942 y la inauguración en junio de 1944. Incluso el mes siguiente se llegaron a escapar once presos en cuatro huidas prácticamente consecutivas, lo que dio como resultado que ese mismo verano se construyeran ocho garitas de vigilancia y una alambrada.

Dentro de este ambiente represivo y asfixiante, sin embargo, también había tiempo y ganas para entretener el paso del tiempo, de tal modo que la música se transformó en una vía de escape, en especial en los años ochenta, «con Carabanchel contagiada del espíritu de su tiempo»; se refiere aquí Ruiz Casero a que «los presos escuchaban la radio del exterior, y los locutores de los programas con más tirón entre la población penitenciaria eran conscientes de ello. Mariano García, de Radio Centro y Paco Pérez Bryan de Radio Juventud apadrinaron iniciativas para llevar a estrellas de la música a tocar dentro de la cárcel».

Gracias a ellos, por Carabanchel pasaron Miguel Ríos (que había estado tras sus muros 27 días en 1972, al ser denunciado por fumar marihuana), el grupo folk francés Gwendal o Ramoncín. Esto último dio más de una anécdota, como cuando «desapareció la cartera del guitarrista de la banda del rey del pollo frito “con 1000 duros” dentro. Apareció la billetera al poco de solicitarse desde el escenario, pero sin las 5.000 pesetas (30 euros)». Pero… ¿y la alusión a la Estrella de la Muerte, la estación espacial imperial dentro del universo de ficción de «Star Wars»? No se explica en el libro, si bien el lector podrá hacer sus propias correspondencias entre esa historia galáctica y el pasado franquista penitenciario.

Adaptaciones literarias y cinematográficas

Diversos libros y películas han abordado la historia de la cárcel de Carabanchel. Uno de ellos fue «Paisajes de la memoria. La cárcel de Carabanchel», de Carmen Ortiz García (2014), en que explora cómo el espacio físico de la prisión se convirtió en un lugar de memoria colectiva, y examina las huellas dejadas por la represión y cómo estas han sido interpretadas por diferentes generaciones. En cuanto al mundo audiovisual, cabe citar «El pico 2» (1984), película dirigida por Eloy de la Iglesia sobre un joven que, tras ser encarcelado en Carabanchel, se ve envuelto en el mundo de las drogas y la delincuencia. «La cámara de la cárcel de Carabanchel» (2017) está dirigido por Susana Martíns y es un cortometraje que relata cómo un grupo de presos introdujo clandestinamente una cámara fotográfica en la cárcel en 1973. «Conversaciones desde el solar de la Cárcel de Carabanchel» (2021) también es otro cortometraje documental dirigido por Jon Cuesta que reúne a varios exreclusos en el solar donde estuvo ubicada la cárcel. Y en «Pocos, buenos y seguros» (2021), en clave de ficción se narran los orígenes de la revuelta de los presos sociales en la transición española. Ambientado en Carabanchel en 1975, muestra cómo un preso común se enfrenta al régimen penitenciario y motiva una movilización entre los reclusos.