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Récord de visitas en Auschwitz: ¿memoria o morbo?

larazon

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A los supervivientes de Auschwitz (pienso en Primo Levi, que supo formularlo mejor que nadie) les angustiaba el hecho de que su experiencia traumática, la más enorme quizás que vieron los siglos, fuese intrínsecamente incomunicable. Un sufrimiento no solo carente de sentido sino, para más inri, inefable. «¿Quién nos va a creer?», se preguntaban los pocos que quedaron con vida. Por si aquello estaba llamado a desaparecer bajo los hierbajos, Eisenhowher hizo desfilar al alcalde, la población local y sus propias tropas por el recién liberado lager de Ohrdruf (Alemania): para que no dijeran que no lo sabían o quizás para poder creer él mismo lo que allí habían visto sus ojos. Hace tiempo ya que el Holocausto pasó de tabú a tótem. Tanto que la sobreexposición de la Soah irritaba al director del documental homónimo, Claude Lanzmann. Él había mostrado el infierno de los judíos solo a través de su testimonio frente a la cámara y, cuando el mundo se rindió a «La lista de Schindler», protestó contra aquello: «Estoy totalmente convencido de que se debe prohibir la representación del Holocausto». ¿Qué pensaría hoy Lanzmann, qué pensaría Levi y los ajusticiados en los hornos si supieran que, en 2018, un total de 2,15 millones de personas visitaron Auschwitz, 50.000 más que en 2017, batiendo su propio récord histórico de visitas? Llegados a este punto, ¿de qué hablamos al hablar de Auschwitz? ¿De memoria o de morbo? ¿O quizás de las dos? Como acercarse a Versalles una vez se está en París, visitar el lager más famoso del mundo ha pasado a ser un «must» turístico en Polonia, carne de selfie frente a los hornos (sí, ha sucedido), un paseo fetichista por el dolor que, probablemente, haya empezado a perder su sentido original. «Ah, ¿que no estuviste en Auschwitz?», te preguntan recién regresado de la zona. La extraña y morbosa atracción por todo lo que tenga que ver con los nazis, junto con los mensajes de punta a punta del globo sobre el auge de la extrema derecha, así como esa conversión de la «experiencia inefable» del lager en cliché turístico, están detrás (supongo) del brutal estirón de visitantes en Auschwitz, que en 2015 eran «solo» 1,5 millones. Bien visto, ¿no suena ridículo, marciano, hablar de «turistas» en Auschwitz? Y, sin embargo, para bien o para mal, así es. Turistas en el dolor ajeno, satisfechos de quedar en la superficie, al otro lado de la alambrada.