Sección patrocinada por sección patrocinada

Génova

Renzo Piano, el reto de reconstruir el puente de Génova

El arquitecto estrella presenta una estructura en acero para sustituir durante siglos al puente Morandi de Génova. La obra contará con 18 pilares y 43 linternas, una por cada muerto en el derrumbe

Renzo Piano (a la izquierda) junto a un colaborador, ante los bocetos de su puente, que de haber acuerdo político sustituiría al de Morandi que cedió el pasado14 de agosto, falleciendo 43 personas / Shunji Ishida
Renzo Piano (a la izquierda) junto a un colaborador, ante los bocetos de su puente, que de haber acuerdo político sustituiría al de Morandi que cedió el pasado14 de agosto, falleciendo 43 personas / Shunji Ishidalarazon

El arquitecto estrella presenta una estructura en acero para sustituir durante siglos al puente Morandi de Génova. La obra contará con 18 pilares y 43 linternas, una por cada muerto en el derrumbe

Su voz se compone de líneas tan sutiles como su trazo. Obsesionado siempre por integrar las construcciones en su contexto natural, las palabras de Renzo Piano apenas eran audibles durante la presentación del nuevo proyecto para sustituir al malogrado puente de Génova. Debe ser «simple, sobrio, parsimonioso», relataba, como si grabase el perfil del modelo encima del recuerdo deaquel 14 de agosto en el que 43 personas perdieron la vida. Genovés de nacimiento, el arquitecto confiesa que desde aquel día no ha parado de pensar en ello, como esos sueños recurrentes en los que uno cae al vacío. La idea le persigue –«el puente no se cayó ese día, ha caído muchas veces», dijo– hasta el punto de haber ideado en menos de un mes una construcción destinada a soldar ese socavón bien visible en su mente.

«El puente debe reflejar un luto terrible. Debe tener algo que recuerde a las víctimas, mi presencia es lo menos importante», señaló Renzo Piano ante una maqueta aparentemente sencilla. En ella se ven 18 pilares y 43 linternas, una por cada víctima del antiguo diseño de Morandi, que desfilan por una pasarela huérfana de los grandes pilones que se vinieron abajo. Pero «simplicidad no es banalidad». Lo advierte él mismo. Y por eso, para escapar de un momento de debilidad hay que pensar con contundencia. El viaducto no será del cemento que tanto gustaba en los sesenta, sino en moderno acero de un color claro, que por la noche recuperará el brillo gracias a esas luces que recuerdan a los fallecidos. «Debe durar mil años», sentenció aún más rotundo Renzo Piano. «Pero no es ninguna broma, hay otras muchas obras que han durado ese tiempo. Es necesaria la calidad, la excelencia de las cosas bien hechas», añadió.

Algo que le faltó al antiguo puente de Génova. No está tan claro si durante su construcción, pero más que probablemente durante su mantenimiento como han demostrado las investigaciones posteriores. Tras ellas Gobierno, región de Liguria y concesionaria de las autopistas se han enredado en una enorme polémica que ha atrapado al propio arquitecto. El proyecto fue presentado por Renzo Piano junto a los responsables de la administración local y al administrador delegado de Autostrade –la sociedad privada que gestionaba el viaducto–, Giovanni Castellucci, quien además tiró la maqueta en el turno de las fotografías. Desde el Ejecutivo, el Movimiento 5 Estrellas, que gobierna junto con la Liga, ya ha reiterado que de la reconstrucción se hará cargo el Estado, sin aclarar si seguirá con el modelo del arquitecto genovés.

Un arquitecto senador

Piano se mantiene al margen de las batallas políticas, aunque tampoco le son absolutamente ajenas. En 2013 fue nombrado senador vitalicio por el entonces presidente de la República italiana Giorgio Napolitano y desde su escaño ha tratado de orientar el debate hacia la revitalización de las periferias. Su experiencia le lleva a pensar que desde las obras públicas se puede modificar la demografía de las ciudades. «Los muros no deben ser construidos, más bien habría que demolerlos. Pero un puente no debe caer, es un símbolo que une», resume. En el caso de Génova, es muy evidente, pues la pasarela unía el centro histórico con el polo industrial. Pocos días después del desplome, ya reconoció que este hecho hundió la moral de la urbe, llevándose por delante buena parte de la suya.

Génova es una de esas ciudades desalentadas ante una globalización que desmontó una potente industria naval. Pero no es una ciudad indolente, todo lo contrario. Lejos queda el potente comercio marítimo que la convirtió en una ciudad floreciente en el siglo XV, pero ha mantenido un carácter orgulloso que el propio Renzo Piano reflejó en el actual puerto, levantado en dos etapas, entre 1992 y 2001. Con él quiso resaltar modernidad, a través de unos estilizados brazos que recuerdan a las grúas de los astilleros, e historia, mediante un mirador desde el que se puede ver todo el casco viejo de la ciudad. Todo ello integrado en el paisaje y tras un estudio minucioso de la naturaleza urbana, que aquí ya la traía aprendida. Que nadie piense que se trató de resaltar la obra del hijo pródigo del lugar, sino más bien de convertir profeta en su tierra a un artista mundialmente conocido.

La fama le llegó casi por sorpresa en 1971, cuando con 33 años ganó junto a su colega Richard Rogers el concurso para construir el museo de arte moderno Georges Pompidou de París. Coleaba todavía el mayo del 68, jóvenes como Piano y Rogers coreaban aquello de la imaginación al poder e inventaron un edificio tan imposible como el que hoy se ve en el centro de la capital francesa. En 1997 levantaron una compleja amalgama de escaleras y conductos de humo protegidos por una estructura de vidrio, con la que ofrecieron su visión de un mundo en cambio. La obra dejó tan pasmados a casi todos que Renzo Piano se tiró casi una década sin otro gran proyecto. De nuevo Génova –con el puerto y otros proyectos– se convirtió en cuna de su propio renacimiento y también entonces volvieron los grandes encargos internacionales.

Ligado al mar

Como le pasó a buena parte de sus coetáneos, en los noventa Piano abandonó el rupturismo que dejó el 68 para convertirse en un estilista como Niemeyer o Foster. Con la diferencia de que en la armonía del genovés siempre quedó esa ligazón con el mar, tan presente en su obra. En esa época diseñó con forma de onda la terminal del aeropuerto internacional de Osaka o el Centro Cultural Jean-Marie Tjibaou en Nueva Caledonia, una de las más celebradas junto al Pompidou. Aquí hizo una especie de canastos de mimbre, realizados en una madera que vibra con el viento, mirando a la bahía. Era cuestión de tiempo que llegara el premio Pritzker, el famoso Nobel de los arquitectos, que le fue otorgado en 1998.

Desde entonces, no podía ser de otra manera, el prestigio no ha parado de crecer. Le encargaron la famosa sede acristalada de «The New York Times» y un rascacielos de más de 300 metros en Londres, demostrando que un buen arquitecto no tiene miedo a la modernidad aunque esté ya en edad de jubilación. La torre Shard de la capital británica no solo es su edificio más grade, sino el más alto de toda la Unión Europea. Sin el mar de fondo, pero con el Támesis, el punto más alto de su skyline se convierte en una especie de faro para los habitantes de la City.

Quizás éste fue el punto crucial para que este sábado estrene muestra en la Royal Academy londinense, uno de los templos de las artes de nuestros tiempos. La exposición se inaugurará un día después de su 81 cumpleaños, demostrando una vez más que la madurez le sienta bien. El año pasado abrió también el Centro Botín que el fallecido presidente del Banco Santander quiso levantar en su ciudad natal, mientras que en estos días sigue ocupado en cómo recuperar del shock a su propia urbe, a Génova. Cuando tras la caída del Muro de Berlín le encargaron que reconstruyera la Postdamer Platz, convertida hoy en una de las postales más modernas de la ciudad, pensó que había que remendar las heridas con elegancia. Con un trazo fino, casi invisible. Que se integre, como su discurso, en el fondo de todo lo que lo rodea.

Londres encumbra al artista del momento

La Royal Academy de Londres inaugura el próximo 15 de septiembre la exposición «Renzo Piano, el arte de construir edificios». Se centrará en 16 de los más emblemáticos, entre los que destacan el Centro Georges Pompidou de París, la torre Shard de Londres, el Centro Cultural Jean-Marie Tjibaou en Nueva Caledonia o el edificio de «The New York Times» en Manhattan. Los organizadores destacan que a través de «un característico juego de luces y la interacción entre tradición, invención, funcionalidad y contexto, los edificios de Piano vuelan en el imaginario colectivo como ellos mismos lo hacen en sus skylines». En la muestra también se podrán ver fotografías, bocetos o piezas de un centenar de sus proyectos. La exposición ha sido aclamada en la prensa internacional como una de las grandes citas de este año y destacan al artista como uno de los más influyentes del momento. Renzo Piano es uno de esos emblemas que mejor han sabido vender el «made in Italy» más allá de sus fronteras, hasta el punto de haber creado una marca propia. La muestra en la Royal Academy se podrá ver hasta el próximo 20 de enero.