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Cine

Ruben Östlund vomita encima de los ricos: "Me parece un lujo poder permitirte decir que el dinero no es importante"

Nos embarcamos con el ganador de la última Palma de Oro en un yate de lujo al estilo del que aparece en su nuevo filme, «El triángulo de la tristeza», para hablar de cosas tan poco superficiales como los orígenes del capitalismo, los egos, el poder o la paradoja del privilegio

Ruben Östlund ha ganado la Palma de Oro en Cannes hasta en dos ocasiones
Ruben Östlund ha ganado la Palma de Oro en Cannes hasta en dos ocasionesSina Östlund

Aseguraba Karl Marx en ese texto fundacional publicado en 1848 y conceptualmente agrupado bajo el nombre de «Manifiesto del Partido Comunista», que la burguesía no sólo forja su propia destrucción, sino también a su propio sepulturero: el proletariado. En «El triángulo de la tristeza», manifiesto satírico contra los poderosos encargado de inaugurar el Mallorca International Film Festival en el que nos encontramos y culpable de la que ya es su segunda Palma de Oro en la pasada edición de Cannes (no podemos decir que la primera, la fabulosa «The Square», fuera por una causa menos sugerente), los segundos, los sepultureros, aspiran fuertemente a enterrar a los primeros, a los burgueses, que en este caso quedan representados por una embarcación que no tiene miedo de parecer idiota, sencillamente porque lo es.

Capitularmente repartidos por una trama en la que Östlund se ríe de manera provocativa y casi autoparódica (pese a tener una madre comunista y venir de familia de izquierdas) de la ostentación insostenible -y obscena- de los ricos, una pareja de modelos que fotografían la comida antes de metérsela en la boca, un magnate ruso turbocapitalistas dedicado a la venta de fertilizantes o "mierda", tal y como él mismo sintetiza de manera pretendidamente escatológica y propietario del barco, o traficantes de armas que sobrepasan los setenta viajan en un yate de lujo liderado por un lucidísimo Woody Harrelson transformado ahora en beodo capitán marxista, ligeramente similar al que nos encontramos.

A pesar de ser octubre, el Puerto Deportivo de Mallorca (lugar de residencia del cineasta) nos recibe con un sol de justa incidencia mientras los centenares de barcos de lujo atracados en fila se abren paso en ejercicio de poesía visual marítima. Östlund tiene fama de narcisista y agitador. Apuramos un último trozo de queso con uvas que nos acaban de servir en la planta de abajo, justo al lado de la botella de cava y después de sacudirnos de encima la simulación ilusoria de vida opulenta que no tenemos, nos sentamos frente a él, gafas de sol mediante, para comprobar hasta qué punto los rumores forman parte del mito y conversar sobre cosas tan poco superficiales como los orígenes del capitalismo, el poder, los egos, la paradoja del privilegio o la provocación en el arte.

Woody Harrelson y Ruben Östlund en el rodaje
Woody Harrelson y Ruben Östlund en el rodaje Archivo

P. ¿Por qué elige esta vez la industria de la moda (en «The Square» lo fue el mundo del arte) para trasladar una crítica a la superficialidad y al individualismo?

R. Mi mujer es una fotógrafa de moda y durante estos años ella me ha ido contando muchas cosas acerca de cómo funciona la industria. Me interesaba arrancar desde este terreno entendiendo la belleza como una moneda de intercambio. Me contó la historia de un chico que era mecánico de coches y fue “rescatado” para dos años más tarde convertirse en uno de los modelos mejor remunerados del mundo de la moda. Paso de cero a cien en muy poco tiempo y cuando tenía 21 años hizo una campaña de perfumes. Estando arriba del todo se dio cuenta de que estaba empezando a perder el pelo y esto podía repercutir en las campañas. Imagínate esa bajada tan fuerte de repente que le obligó a volver a ser mecánico. Me resultó muy interesante reflexionar sobre lo que ocurre en el caso de las mujeres que son modelos, porque algunas consideran que una vez se acaba su carrera, pueden convertirse en una mujer florero. Era muy interesante ver cómo la mujer y el hombre pueden utilizar su belleza como elemento de intercambio de forma absolutamente distinta.

"Odio profundamente las cenas en las que uno está de acuerdo con todo y habla del tiempo"

Ruben Östlund

P. ¿Qué importancia le concede al dinero alguien que habla con tanto sarcasmo de la gente que tiene demasiado?

R. Me parece un lujo poder permitirte decir que el dinero no es importante. Teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad consumista, la respuesta a ¿con qué podemos remediar esto o de qué manera podemos invertir esa realidad? creo que sería la creatividad. La creatividad es algo que puede reemplazar en el disfrute al mismo placer que uno siente consumiendo. Nosotros como personas podemos decir “no, yo personalmente no estoy interesado en el dinero”, pero al final, no dejamos de ser una consecuencia directa del entorno en el que vivimos.

P. ¿Se conforma con señalar los problemas a través de sus películas? ¿Cree que éstas pueden llegar a tener un impacto real en la conciencia de la gente?

R. (Medita durante unos segundos la respuesta). Considero que las películas que yo hago pueden tener un impacto real en la sociedad pero igual que pueden conseguirlo en general todo tipo de publicaciones, libros, obras de arte o los propios medios de comunicación. Quizás empujo a la sociedad, aunque sea un poco, hacia una dirección, pero luego puede llegar otra película como Top Gun Maverick que justamente empuje a la sociedad en la dirección opuesta. Si me paro a pensarlo, hacer “El triángulo de la tristeza” ya es una forma de movilizarme de algún modo, de pasar a la acción. Las explicaciones que doy en las entrevistas, cómo explico mis sentimientos y mis visiones del mundo, también forman parte de esa acción.

Östlund en una escena de "El triángulo de la tristeza"
Östlund en una escena de "El triángulo de la tristeza"La Razón

P. ¿Tiene el sufrimiento de los ricos la misma legitimidad que el de los pobres?

Por supuesto que tiene la misma legitimidad. Pero es interesante esto, mira, voy a contarte una anécdota. Una vez, yendo de San Rafael a Saint Tropez iba en un bus con gente normal y se subió una mujer que era muy rica, muy llamativa, que no podía sentarse porque todo estaba lleno. La pobre mujer rica, que se notaba además que no estaba acostumbrada a situaciones cómo tener que ir de pie en un autobús, lo estaba pasando fatal: sudaba, ponía caras largas, era un infierno para ella. Casi podía sufrir con ella y sentir su agobio. Es curioso cómo normalmente sentimos de forma absurda más empatía por las personas que están en la parte de arriba de la jerarquía que por las personas que están en una situación más vulnerable. En la escena del vómito por ejemplo quería conseguir eso, que el espectador sintiera cierta empatía con los ricos, que deseara que dejaran de sufrir.

R. "Provocativo" es un adjetivo que suelen ir asociado a su cine.

(Ríe consciente de ello). Adoro la provocación. Una de las mejores sensaciones que puedo experimentar con las películas es cuando noto que el artista está provocándome, porque de esa forma genero nuevos pensamientos, nuevas reflexiones. Es exactamente lo mismo que cuando alguien introduce un comentario incómodo o socialmente provocativo en una conversación que está teniendo lugar alrededor de una mesa con amigos para cómo reaccionan estos: es la mejor parte de una buena cena, ese juego que enciende la llama. Odio profundamente las cenas en las que uno está de acuerdo con todo y habla del tiempo.

"Mi ego no sufre tanto por el exceso de reconocimiento sino por la falta de él"

Ruben Östlund

P. En la tercera parte de la película, la que transcurre en la isla (después de dejar atrás el festín escatológico de la segunda), retorna de manera más explícita al origen del capitalismo, las jerarquías se invierten y ahora quien más poder tiene ya no es quien tiene más dinero (como ocurría a bordo del yate) sino quien es capaz de sobrevivir, de pescar, de hacer fuego.

R. Sí, sin duda. La verdad es que esta última parte es de las más importantes para mí de la película y quería introducir varias cosas. Para empezar, poner a la mujer en la parte más alta de la jerarquía. Quise enfocarlo narrativamente en esa idea de que las mujeres son más solidarias que los hombres y también me interesaba pensar en por qué cuando uno ha vivido un sistema totalitario, o una dictadura, toda esa parte revolucionaria, aquella que quiere generar un cambio en la sociedad, fracasa. Desde una dictadura es imposible evolucionar hacia un sistema que no vaya a ser corrupto. De hecho, se puede ver en algunos ejemplos que se han dado en Latinoamérica, donde esta situación es bastante recurrente. Me desilusiona esa vertiente tan utópica del comunismo porque la desigualdad por desgracia es algo que va a existir siempre.

P. ¿Hasta qué punto haber ganado dos Palmas de Oro le dificulta la posibilidad de tener una relación sana con su ego?

R. En realidad es curioso, porque tengo a mi madre diciéndome cómo tengo que responder a la prensa, después está mi mujer que cada vez que estrenamos me hace comentarios sobre las nuevas modificaciones o ediciones de las películas. Muchas veces tengo que frenar a la gente y decirles: perdón, tengo algo de experiencia. Mi ego no sufre tanto por el exceso de reconocimiento sino por la falta de él.