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Libros
La Rusia distópica, corrupta y grotesca de Vladímir Sorokin
El provocador escritor imita formatos literarios tradicionales y su parodia se convierte al instante en una mirada de fuerte crítica política

Vladímir Sorokin (Moscú, 1955) es en la actualidad una de las voces más provocadoras de la literatura rusa actual, que encontró en Alfaguara un canal sólido hacia el lector en español. En novelas como «El día del opríchnik» y «El hielo» desplegó toda su mezcla de sátira política, distopía y violencia que incomodaba tanto como fascinaba. En el primer caso, imaginó una Rusia futura donde el autoritarismo se camufla con símbolos del pasado zarista. En el segundo exploró el fanatismo y la identidad desde un ángulo casi místico; pues bien, actualmente tenemos al alcance otra oportunidad para reconocer en el autor a alguien que no teme la irreverencia y que convierte la literatura en una de las herramientas más eficaces para sacudir las conciencias de los lectores: «El Kremlin de azúcar» (traducción de Jorge Ferrer).
Ese monumento efímero de azúcar, regalado a niños en Navidad y luego diseminado por toda la sociedad, se vuelve en uno de los emblemas de una Rusia oficial e hipnotizada, de dulzura aparente, pero que, en realidad, encubre la corrupción y el poder abusivo. El azúcar, que es soluble, sugiere la fugacidad de las esperanzas populares: lo que parece majestuoso se deshace al momento al contacto con una realidad en la que aparecen desde niños encantados hasta torturadores o presos desaparecidos.
Sorokin imita formatos literarios tradicionales –crónicas festivas, epístolas, textos etnográficos– y su parodia se convierte al instante en una mirada de fuerte crítica política: lo reconocible se convierte en insólito, y lo solemne, en grotesco. La ambientación en 2028 fusiona tecnología de vanguardia con retroceso social, y así vemos cómo, por ejemplo, la robotización convive con las dictaduras y hay hologramas con rituales medievales.
Lo mejor:
El autor desarrolla un estilo brillante y una crítica despiadada al autoritarismo contemporáneo que existe hoy
Lo peor:
Lejos de ser una debilidad, la estructura fragmentada permite mostrar múltiples caras del régimen
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