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Historia

Salen a la luz las batallas olvidadas de Pelayo

Se identifica Homón de Faro como el lugar donde el rey astur quebró de nuevo al Islam con un triunfo como el de Covadonga

Los restos que quedan de la torre que había al extremo de Homón de Faro
Los restos que quedan de la torre que había al extremo de Homón de FaroAlberto R. Roldán

No es necesario, pero quizá sí resulta conveniente visitar Homón de Faro acompañado de un guía. Nosotros vamos con dos: Asier Rojo y José Ramón Fernández Cueto. El primero, profesor; el segundo, ingeniero; los dos, curtidos montañeros y ambos, hombres con la mirada modulada y afinada por las humanidades, de manera especial, por la materia de historia y, en este caso particular, por esa encrucijada de acontecimientos que discurren entre la caída del reino godo, la conquista del Islam, el alzamiento de Pelayo y el nacimiento del reino astur.

Enfrente aguarda una pista de tierra y losas de piedra; una pista que en realidad no es una pista ni tampoco un sendero y mucho menos un camino forestal, sino la calzada de La Carisa, que debe su nombre a Publico Carisio, legado de Augusto, que los romanos abrieron con derroche de esfuerzo y alarde de pericia entre el 26 y el 22 a. C. y que recorre un sinuoso trazado a través de un cordal de montañas de diferente altura. Una obra civil que, a pesar de los siglos transcurridos, todavía se conserva, lo que habla bien de los ingenieros romanos. Conectaba la meseta con Asturias y servía, como prueban los vestigios aún visibles de un campamento destinado a albergar legiones, para controlar los pueblos levantiscos de esta compleja parte de la cornisa hispánica.

Un fortaleza lejana

La ruta comienza en una cota modesta y remonta lentamente el paisaje, convirtiendo la llanura en valles y serpenteando en un entorno rodeado de cimas dentadas y abruptas, como si fuera una quijada de piedra. Al final del recorrido, que no es difícil, pero sí largo y fatigoso, aguardan las ruinas hoy olvidadas de una fortaleza lineal –uno de los escasos ejemplos que se conservan en la Península Ibérica– de Homón de Faro.

Durante años, todos consideraron que formaban parte de las defensas autóctonas y alrededor de sus vestigios se construyeron diferentes tesis. Ahora su significado ha cambiado por completo y se ha convertido en una pieza angular para completar ese puzle sin completar que es la biografía de Pelayo. «Estudiando las fuentes, me llamó la atención un detalle en un texto de Al-Maqqari, un historiador que cita autores que no conservamos del siglo X o documentos primarios árabes. Él hace referencia a Pelayo y lo sitúa en una campaña en 722 que no cuadraba con la batalla de Covadonga. Se asegura que se había hecho fuerte en las montañas», comenta José Soto Chica.

El autor de «El dios incomprendido» y «Los visigodos» acababa de toparse con una pista que le ha llevado a una conclusión sorprendente que cambia lo que hasta ahora conocíamos sobre Pelayo al asignarle dos batallas más; dos enfrentamientos más con los musulmanes que recogen los documentos, pero que nadie había mencionado en la crítica moderna. «Antes de mí, un erudito, Manuel Lafuente Alcántara, ya decía que todo indicaba que hubo varias batallas y que las fuentes hablaban de enfrentamientos».

Figura silueteada por el atardecer de una escultura de Pelayo
Figura silueteada por el atardecer de una escultura de PelayoAgencia EFE

Lo primero que hizo Soto Chico fue evaluar otras posibilidades, someterlas a un juicio y luego comprobar si su hipótesis encajaba. «Al analizar los restos con carbono 14 salió el resultado de que eran de finales del siglo VII y mediados del VIII. Es importante. Siempre se dijo que este muro lo levantaron los asturianos para protegerse de los godos, pero no puede ser porque Sisebuto y Suintila acabaron mucho antes con la resistencia en el norte. Otra teoría afirmaba que las construyeron los locales por motivo de los árabes. Pero esas defensas, a 30 y 40 kilómetros cada una, en una línea visual clara, tienen una intención estratégica de defender toda la región. Están pensadas por alguien que tiene poder centralizado y pretende aislar Asturias y Cantabria del resto de la península. Solo cuadra con Pelayo, porque Alfonso I está ya a la ofensiva».

Las fechas cruciales

El siguiente paso fue establecer la cronología, un importante baile de fechas, proposiciones y especulaciones. Pero Soto Chica, afianzándose en lo que se sabe de manera fiel, concluyó «el orden de las batallas» que libró Pelayo, incluidas esas dos olvidadas. «Covadonga se libró el 27 de octubre de 718, porque la inscripción que consagra la iglesia de Santa Cruz, que construye Pelayo, pero consagra su hijo el 27 de octubre de 737, a una semana de la muerte de Pelayo, ensalza la victoria de la cruz. La inscripción es un guiño, por símbolos y expresión, a Constantino, que venció en el puente de Milvio a los paganos. Viene a decir que yo he derrotado a los musulmanes aquí y la consagra el 27». Pero, ¿y las otras dos? Ahí es donde interviene Homón de Faro.

Aquella victoria de Covadonga tuvo una repercusión clara. En la alta Edad Media, los que abaten a los adversarios están bajo la protección de Dios. Quiere decir que el Altísimo está con él. Pelayo había sido elegido en un concilium como princeps. Al repeler a los árabes, todos dedujeron lo mismo: Dios está con él. No pudo ser una escaramuza, porque sin un triunfo relevante, gente más poderosa que Pelayo, como Pedro de Cantabria, no se le hubiera sometido». Aquí discurre un plazo de tiempo sin más incursiones desde el sur. Todo termina cuando una derrota frente al duque de Aquitania empuja a los musulmanes a resarcir la moral con otro hito. Eligen a Pelayo. Es el año 723. «Él todavía está al inicio del reinado y es ahí en Homón de Faro, que es lo que describen los documentos. Pelayo se impone de nuevo y los árabes desisten porque concluyen que les va a costar mucha sangre», explica Soto Chica.

Sus palabras adquieren relieve y se entienden mejor en el lugar. El camino es estrecho, para apenas un frente de cinco o seis hombres. A un lado, hay una caída pronunciada y, por el otro, un terraplén escarpado, muy pronunciado, impracticable para remontar con armas. Ese camino estaba cortado por un muro con zarpa de piedra y rematado por una alta empalizada de madera en forma de «uve». Algo que permitía a los defensores rodear a la columna y castigarla con flechas, piedras y lanzas. Un tramo del muro, además, discurre por el lado derecho de los hombres que remontan La Carisa. Eso es una situación ideal, porque el escudo que emplean los soldados durante las campañas se coge con la izquierda -aquel es un mundo de diestros., así que tienen todo el lado derecho a su disposición para apuntar bien. «Los propios árabes reconocen después que haberse retirado de allí fue un error, porque eso permitió a Pelayo asentar su poder, hizo que los cristianos se hicieran fuertes y con las centurias, les arrebataran Al-Ándalus».

Parte de los restos hoy están invadidos por plantas, arbustos, árboles y solo son divisibles algunos trechos y, sobre todo, la base de la torre que vigilaba la calzada y que tenía una visión sobre ella de varios kilómetros. El lugar, no obstante, permite contemplar dónde la voluntad del Islam se quebró de nuevo en Hispania. La suerte, que, como se suele cantar, es variable como la luna, no reservó la misma suerte para la tercera ocasión que la luna y la cruz se enfrentaron en Asturias. «Sucede en 734. Las fuentes aseguran que esta vez el valí tuvo éxito. Es probable que, en lugar de ir de frente, entraran por Galicia y tomaran el muro por detrás. Esa aceifa que tuvo éxito y ese dato coincide con los restos que tenemos hoy: porque Homón de Garo y Mesa (la otra defensa en línea) fueron derruidos. No tiene sentido que eso lo hiciera Pelayo. Solo lo pudieron hacer los árabes. Consiguieron hacerse con la posición, pero no acabaron con Pelayo, que se retiró a los Picos de Europa».

Una victoria pírrica

Pero ese triunfo no sirvió de nada. Habían transcurrido demasiados años desde la última vez que las tropas de Al-Ándalus se habían internado en ese terreno arriscado. Durante ese periodo de tiempo, el incipiente reino cristiano ya había echado raíces y ya resultaba muy complejo de desmontan con una sola campaña. Los árabes regresaron al sur. Lo que no sabían en ese instante es lo que vendría después, que sería Alfonso I. «Es muy relevante que hayamos identificado este emplazamiento y que hayamos encontrado cuál fue su utilidad en aquel momento decisivo», reconoce Soto Chica.

Él mismo, no obstante, reconoce que la influencia de este hallazgo va más allá. «Supone un cambio profundo sobre la figura de Pelayo y la idea que se tiene de él, como un ser medio mítico para algunos y con una legendaria victoria a sus espaldas. Homón de Faro habla, en cambio, de un rey con otras divisas, muy estratégico, inteligente. No es un montañés ajeno al mundo, sino espatario, que ha sido educado y que es capaz de diseñar una defensa con una visión estratégica. Eso es algo propio de una persona que conoce bien el territorio en el que se mueve y que es capaz de generar unos recursos logísticos, algo que es crucial, y crear un reino sólido a medio plazo. En realidad, Homón de Faro es la primera piedra de la reconquista. Solo después es cuando vendrían los castillos y las ciudades amuralladas»