Salvador Alvarenga: «Estuve un mes tomando sangre de tortugas y pájaros para sobrevivir»
Pescador. «Salvador» (Alienta) es un libro que relata la supervivencia de un hombre que estuvo 438 días a la deriva en alta mar
Estuvo 438 días a la deriva, en alta mar, alimentándose de su propia orina, pescado crudo, tortugas y pequeños pájaros. Y sobrevivió. Se le atragantó el Pacífico durante los 14 meses que duró su naufragio. Un pescador pescado por la tempestad. Un Salvador salvado por un milagro. Alvarenga salió el 17 de noviembre de 2012, junto a Ezequiel Córdoba, en busca de tiburones y no volvió a dar señales de vida hasta que apareció el 30 de enero de 2014 en las Islas Marshall, a 7.000 millas de donde partió. Jonathan Franklin relata en un libro esta odisea que demuestra la resistencia, ingenio y determinación de quien estuvo cerca de la muerte y la venció. No es el guión de una película. Es una historia real, que supera a la ficción.
–¿Fue entonces un milagro?
–Claro. El milagro de Dios. Él fue mi salvación. Yo le pedía de corazón que me cuidara. Sólo puse de mi valentía.
–¿Qué lecciones aprendió?
–A cuidarme, ya no soy aquel hombre de antes. Ahora respeto mi vida, la considero perfecta.
–Su embarcación era pequeña...
–Llevaba bidones de gasolina, comida, cigarros, limón, sal, cuchillos, arpones, anzuelos...
–Pero ¿qué es lo único imprescindible para vivir?
–(Piensa) Cuidarse. Ahora doy charlas a quienes tienen problemas y piensan en quitarse la vida. Es bonito vivir.
–¿Resiste el cuerpo humano mucho más de lo que pensamos?
–Por supuesto. Hay que concentrarse en lo bueno, no en morir. En tales situaciones uno piensa aunque sea en comerse un pájaro o en tragarse la saliva.
–¿Conocemos nuestros límites?
–Depende. Mi compañero Ezequiel no tuvo fe. Yo nunca perdí la esperanza de que sobreviviría.
–¿Qué diferencias hay entre los supervivientes y los vivientes?
–Hay gente que habla conmigo y me pregunta qué hacer ante determinados problemas. Piensan en matarse o caen en los malos vicios. Pero hay que confiar y tener fe. Nunca deben darse por vencidos Siempre hay que pensar en salir adelante. En vivir, no en morir.
–Y ahora, ¿vive o sobrevive?
–Vivo, pero no como antes, cuando era fuerte y valiente. Me cuido mucho. Quiero vivir más tiempo.
–Usted, que ha visto la muerte de cerca, ¿cómo es?
–La tuve en mi espalda. Pasé hambre y sed durante un mes. Pensé que moriría, pero me dije que tenía que seguir.
–¿Qué comió durante los 14 meses que estuvo a la deriva?
–Estuve un mes tomando mis orines, sangre de tortugas y pájaros.
–¿Dormía?
–Únicamente me preocupaba de proteger mi vida. Me dediqué a pescar o cazar algún pájaro que sobrevolara para el día siguiente. Luego empezaba a llover, había muchos huracanes, escuchaba ruidos... El mar es muy inquieto, y yo no podía estar tranquilo nunca. Prefería mantenerme despierto. No dormía más de tres minutos seguidos.
–¿Soñaba con salvarse o tenía pesadillas?
–Pensaba que me comería algún animal.
–¿Qué le mantuvo vivo?
–Pedir a Dios, pescar y cazar.
–¿Perdió la noción del tiempo?
–Sólo de los días. Sabía qué mes era porque en mi época de pescador trabajaba con la luna y con el sol. Para conocer la hora me orientaba según cómo estuviera la luna.
–¿Ahora puede mirarla?
–Me da miedo. Prefiero mirar el reloj (risas tímidas).
–Se llama Salvador, pero ¿a usted quién le ha salvado?
–Dios. Oraba cada día. Le pedía el milagro y me lo concedió. Le suplicaba que me encontrara un barco o mis compañeros. Me entregué a él.
–¿Llegó a pensar en acabar?
–Lo intenté cuando falleció Ezequiel. Me pregunté qué haría yo solo, sin nadie con quien hablar. Pero no tuve la cobardía de asesinarme. Le pedí a Dios paciencia, calma y sabiduría para sobrevivir.
–¿Cuál fue su momento de mayor desesperación?
–Cuando murió mi amigo.
–Ezequiel lo hizo a los dos meses de naufragio. Y arrojó su cuerpo al mar...
–Anduve ocho días en mi barca hablando con él, saludándole cada mañana. Le preguntaba cómo era la muerte, que si estaba sufriendo. Él murió tranquilo, no se quejó. Yo me cuestionaba cómo sería la mía, si me comerían los tiburones, si moriría ahogado... Quería su muerte, en paz.
–Su familia le ha demandado, alegando que no lo tiró al agua...
–Cuando le di el pésame a su madre, ella no me dijo nada. Yo le conté cómo fue. Tiene que creerme.
–Tras navegar durante tanto tiempo hacia ninguna parte, ¿para adónde va ahora?
–Busco los caminos buenos. Valoro mi vida, la trato de otra manera. La cuido intentando no meterme en ningún problema.
–¿Tiene miedo?
–Sí.
–¿A qué?
–Al mar. Me traumatizó.
–¿Qué piensa cuando ve llover?
–También me da miedo. Cuando me baño o me acerco al agua me vienen muchos recuerdos. A veces no puedo dormir.
–Como pescador de tiburones, ¿dónde hay más, en el agua o en la tierra?
–(Tímida risa) En la tierra. Sólo hay que seguir mi historia para comprobarlo. Hay quienes quieren sacar mucho provecho de mi naufragio.
–¿Volverá a pescar?
–La psicóloga me dice que debo entrar tres veces por semana al mar para que se me olvide todo lo que me ha pasado.
–Pero a usted difícilmente se le olvidará...
–Nunca. Sufrí mucho personalmente. Nadie me ayudó. La mente que no ha sufrido así no cree en Dios.
–Es ésta una historia de película, con final feliz.
–Exacto (risas). Estamos trabajando en ello. Este libro me ha ayudado a que la gente sepa que mi historia es real. Los que dudaban y lo lean sabrán que no miento. La película está en proceso, pero todavía no firmaré ningún contrato.
–¿Qué le diría a quienes dudan de su verosimilitud?
–El año pasado dudaban mucho, pero me investigaron a fondo. He salido en las noticias... Ya no hay dudas.