Historia

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Santiago Muñoz Machado: «La lengua en América no fue un arma política de conquista»

El autor, que ha impulsado un documento en el que se propone una reforma de la Constitución Española, ofrece en su nuevo ensayo una historia desde el punto de vista político del español en Latinoamérica del descubrimiento a la independencia de las nuevas repúblicas.

El pintor Dióscoro Puebla vio así la llegada de Cristóbal Colón a tierras de América
El pintor Dióscoro Puebla vio así la llegada de Cristóbal Colón a tierras de Américalarazon

El autor, que ha impulsado un documento en el que se propone una reforma de la Constitución Española, ofrece en su nuevo ensayo una historia desde el punto de vista político del español en Latinoamérica del descubrimiento a la independencia de las nuevas repúblicas.

«El propósito de este libro es exponer de modo sistemático y completo las políticas desarrollas por la monarquía española y por las repúblicas independientes surgidas para implantar y expandir el español en América», explica Santiago Muñoz Machado sobre su nuevo ensayo «Hablamos la misma lengua» (Crítica). El secretario de la RAE –sillón «r»– analiza las circunstancias políticas, jurídicas y sociales que determinaron durante tres siglos la implantación del castellano como lengua principal de América. «Había muchas explicaciones sobre las diferencias léxicas y fonéticas, pero no un análisis que abordara las políticas, instrucciones, regulaciones, órdenes y leyes que desarrolló la monarquía para procurar la implantación del español, las directrices que impuso la metrópoli y sus resultados».

–Llegan los españoles y lo primero que encuentran es gran diversidad de lenguas.

–Colón pensó, al no entender nada, que los indios hablaban una única lengua. Después rectificó y contó a los reyes que no lo había apreciado bien, que había muchas lenguas. Tantas, que años después se supo por antropólogos y etnólogos, que cada valle o montaña tenía algunas diferenciadas, muchas dentro de troncos comunes. Alrededor de 1.500 lenguas pertenecientes a 170 grandes familias lingüísticas.

–¿El lenguaje fue una muralla de separación?

–Cuando llega Colón a La Española lo primero que preguntan es dónde están el oro y las riquezas de sus adornos. Eran lo que iban buscando y sólo pueden preguntarlo con gestos o dibujos. Así se entendieron hasta que unos y otros fueron aprendiendo ciertos rudimentos de la lengua para comunicarse oralmente.

–¿Fue la lengua un arma política de conquista?

–No, no fue utilizada como un arma política de conquista. El legislador español es muy respetuoso con sus lenguas y costumbres, aunque no se reconoce o no se ha explicado bien. Los reyes, desde Isabel y Fernando, instruyen a colonizadores, conquistadores y gobernadores de que enseñen castellano y las costumbres de Castilla y, sobre todo, el evangelio, pero no imponen ni obligan por la fuerza, al contrario, indican que sean respetuosos, amorosos y cuidadosos con los indios, pero América está a más de 10.000 kilómetros y sus buenas intenciones no siempre se aplicaron con rigor.

–Dos aspectos aparece unidos, evangelización versus castellanización. ¿Cuál prevaleció?

–La evangelización durante los dos siglos de los Austrias. El predominio evangelizador ocurre porque el título principal de los españoles para estar en las Indias deriva de una bula de donación que Alejandro VI había concedido a los Reyes Católicos por la que les daba el derecho de ocupación con la condición primera de evangelizar a sus habitantes, es decir, la primera finalidad es evangelizadora por determinación papal y los reyes aceptaron. Esto comenzó a corregirse con los Borbones, que trataron de rectificar el gobierno de Indias.

–Los misioneros prefirieron aprender las lenguas nativas.

–Se plantearon el dilema de si era mejor cristianizar en castellano o en sus propias lenguas. Dilema interesante y complejo porque los defensores del castellano decían que las lenguas nativas no tenían recursos idiomáticos para explicar bien la significación e ideas de la religión cristiana con conceptos abstractos sin traducción posible. Pero como no entendían el español, incluso muchos pensaban que serían incapaces de aprenderlo porque los tenían por poco capacitados para el aprendizaje, los misioneros hicieron el prodigio de aprender sus lenguas, hacer una gramática y un diccionario en un movimiento cultural único en la historia, para evangelizar en sus propias lenguas.

–¿Esto los colocaba en una posición preeminente, les dio poder?

–Una posición de enorme poder. Franciscanos, dominicos y, posteriormente jesuitas, tuvieron mucho poder. Tanto, que constituyeron zonas de gobierno autónomo en las que la monarquía, el poder civil, no podía entrar o entraban a través de los misioneros. El poder civil no se entendía con los indios y necesitaba a los misioneros como intermediarios porque solo ellos conocían la lengua. Esto duró tiempo y tuvo mucha expansión, fue generalizado.

–Se produjo una reducción importante de la población indígena. ¿Hay cifras?

–Esta ha sido una cuestión muy debatida durante años, pero demógrafos y expertos han llegado a aproximar bastante sus posiciones. Al independizarse de España había alrededor de 13’5 millones de habitantes, de los que sólo 3 hablaban español. Desde el principio de debatió cuántos indios había al llegar por primera vez. Las cifras oscilan entre 10 y 15 millones. Las mermas de población fueron importantes y las interpretaciones variadas.

–¿Cuáles fueron las razones?

–La principal, suficientemente probada, las epidemias llevadas por los colonizadores, a las que no estaban acostumbrados ni eran inmunes. Pestes, viruela, sarampión que produjeron enormes quebrantos en la población, murieron por miles. Las causa bélicas existieron, pero en menor medida. También los trabajos más duros de lo acostumbrado, la sobreexplotación en las minas y la mala alimentación. Parece que la tristeza producida por el cambio en su modo de vida redujo su capacidad de reproducción y que, incluso, murieran. La violencia de los conquistadores influyó, pero menos de lo que se dice. Para ellos, la riqueza más importante que encontraron al llegar fue la población, los necesitaban para cultivar la tierra o extraer minerales.

–La propaganda adversa se cebó con España, creo la Leyenda Negra.

–Comenzó con la famosa homilía del dominico Montesinos, que criticaba la actitud de los colonos que forzaban a los indios, les exigían y los maltrataban. Denuncia que terminó asumiendo fray Bartolomé de las Casas, que llevó a la corte testimonios y mucha documentación y al final escribe su «Brevísima relación de la destrucción de las Indias», en 1542, fundamento de la Leyenda Negra, donde cuenta verdaderas barbaridades y, sin más demostración que su propia palabra, consigue un crédito extraordinario. En la Europa del XVII y XVIII se difundió el estereotipo de crueldad vinculado con nuestra forma de ser, los españoles son brutales, bárbaros y crueles.

–El lento proceso de castellanización cambió con los Borbones.

–Ellos cambiaron los criterios de gobernación y ese cambio lo trasladan a las Indias. Convierten España en un estado centralizado y establecen la figura del intendente, un aparato de vigilancia que asegura la línea de mando, el cumplimiento de las decisiones de la monarquía. Ese es un paso esencial. La monarquía recupera poder y desplaza la posición institucional adquirida por las órdenes religiosas, que ocupan espacios que correspondían al poder civil e incluso al poder secular de la Iglesia. Carlos III, tras expulsar a los jesuitas, despeja fronteras y obstáculos y genera una nueva política que configura la enseñanza forzosa del español a cuyo aprendizaje obligan.

–¿Y las nuevas naciones?

–Al constituirse como repúblicas independientes, se plantean la necesidad de leyes y de una lengua. Eligen el castellano, pero algunos estados lo cuestionan, aun siendo el único idioma que saben hablar. En Argentina llegan a plantearse el francés. No se puede seguir con el idioma del opresor, del imperio del que acaban de liberarse. Quieren diferenciar el español de América del de España, como una variedad sobre la que generar un idioma propio. Una nación debe de tener una sola lengua, lo cual determina la expulsión de las demás. El dilema termina implantando el castellano, por tanto, establecen políticas de educación en español y potencian su aprendizaje.

–Se generó una literatura importante.

–Sí, inspirada en los acontecimientos ocurridos. La primera literatura americana fueron las crónicas, las cartas de relación de Cortés, el propio diario de Colón, las de Díaz del Castillo sobre la conquista de México, incluso Bartolomé de las Casas hace una historia de las Indias. Aparece la poesía épica que narra el apasionante y fantástico episodio que se está viviendo del que sale una literatura vigorosa, «La Araucana», de Ercilla, sor Juana Inés de la Cruz, el inca Garcilaso, etc.

–¿Qué papel jugó y juega la RAE?

–Querían tener un idioma propio. La polémica que suscita es si reconocen la autoridad de la RAE. Pensaban que «limpiar» y «fijar» eran propósitos contrarios a la emergencia de idiomas nacionales y rechazan una institución metropolitana que decide qué es correcto o no, querían ser ellos quienes decidieran sobre las peculiaridades y variaciones del lenguaje. Pensaban que la academia era un epígono o una simple continuación del imperio, del poder que los había subyugado. Con los años, las cosas se asentaron poco a poco y llegó la pacificación. Luego se fundaron las academias locales y, finalmente, la asociación de academias que va regulando el desarrollo nuestro idioma común.

–¿Debemos tener motivos para avergonzarnos o para sentirnos orgullosos?

–Tenemos razones para estar muy orgullosos. Las colonizaciones de otras naciones europeas han sido, en general, mucho peores, más crueles y aportando menos. España cometió brutalidades, parte de lo que dijo De las Casas era cierto, pero han primado las exageraciones, inculpándonos de cosas que han hecho todos, y no se han reconocido otras que solo nosotros hemos hecho. España dio mucho, implantó con éxito una lengua y una religión, no extinguieron aquellas razas y se mezclaron con ellos. Y siempre se olvida que las leyes dictadas por la monarquía fueron protectoras, que pretendían el buen trato, aunque no siempre se cumpliese.