Sean Penn convierte la guerra de Ucrania en una sitcom
El actor presenta en la Berlinale su documental «Superpower», su retrato del presidente Zelenski
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“Con la excepción del momento en que mis hijos vinieron al mundo, no recuerdo otro día en que sintiera que estaba conociendo a alguien con un corazón tan valiente”. Así evocaba ayer Sean Penn en la Berlinale el primer encuentro con Volodímir Zelenski, veinticuatro horas después de que empezara la guerra de Ucrania. Se supone que el documental “Superpower”, que Penn definía como la “guía para idiotas” sobre el conflicto ruso-ucraniano, tenía que ser un retrato del presidente más mediático de la contemporaneidad, pero no se equivoquen: es un documental sobre Sean Penn convirtiéndose en Zelenski antes de encauzar su carrera como político advenedizo.
En un plano teórico, lo más interesante de “Superpower” era ver el resultado de la confrontación del ego de dos actores. Sean Penn podría haberse esforzado en analizar los puntos en común que tienen la política y la interpretación, deteniéndose en el feroz control de lo performativo que demuestra la omnipresencia de Zelenski en la aldea global mediática, y de su extraordinario control de la puesta en escena, que volvió a ejercer en la Berlinale interviniendo en directo (como ya hizo en Cannes y en Venecia) en la gala inaugural. En el transcurso del metraje se produce una curiosa inversión de roles: si, por un lado, “Superpower” cuenta cómo el cómico de una popularísima ‘sitcom’ se ha convertido en un presidente que se ha ganado la confianza del pueblo ucraniano, que lo votó con escepticismo, por otro certifica cómo un actor que abandera su conciencia política como signo de identidad ha acabado siendo el protagonista de una ‘sitcom’ involuntaria orquestada por él mismo, la parodia de un narcisista convencido de su porvenir mesiánico.
[[DEST:L|||En un ridículo ejercicio de vanidad y el análisis superficial de un conflicto bélico]]
En este sentido, para “Superpower” Zelenski no es más que una excusa. Este es un documental a mayor gloria de los rostros de Penn (despeinado en una nube de humo y alcohol, la caricatura tabernaria de lo que él cree que es un actor de izquierdas) comprometiéndose con la causa ucraniana. “Estamos en un momento de lo más extraño, porque la respuesta humanitaria más importante que se puede producir ahora es la entrega y suministro de mísiles de precisión de largo alcance a un país invadido”, explicó. “Se trata de estar del lado correcto de la Historia”. Este argumento, que monopolizó la rueda de prensa de ayer en la Berlinale después de descalificar a Putin (“escalofriante pequeño matón”, “criminal de guerra”), se repite una y otra vez durante un documental que no hará más sabios a los que siguen las noticias sobre la guerra desde el 24 de febrero de 2022.
En esa explosiva mezcla entre el ridículo ejercicio de vanidad y el análisis superficial de un conflicto bélico de consecuencias catastróficas, Penn navega chupando cámara como el que más. Por ejemplo, es cuando menos sorprendente que, en su huida hacia la frontera con Polonia los primeros días de la guerra, no haya ni un solo testimonio de las víctimas que escapaban con lo puesto, que dejaban atrás a familias enteras sin saber cuándo podrían volver a su país. Penn, que se entrevista con las élites ucranianas -el alcalde de Kiev, diversos ministros, banqueros, militares, etc.-, solo se codea con el poder. El pueblo no existe, es solo una abstracción que, desde el asiento trasero de su coche o su habitación de hotel de lujo, se despliega como un ciclorama de fatalidades que podrían pertenecer al plató de rodaje de su denostada “The Last Face”. Puede que Penn sea el megáfono de la causa de Zelenski en el planeta mundo, pero lo que se le da mejor es ser portavoz de su propia estulticia.
MASCULINIDADES EN CRISIS
Era el día de las masculinidades incómodas, débiles, confusas, tóxicas o psicopáticas. En la vacilante, fallida “The Shadowless Tower”, el chino Zhang Lu pone a deambular por Pekín a un pobre divorciado, la viva imagen de la duda y la fragilidad, atrapado entre la reconciliación con un padre que lo abandonó y la posibilidad romántica de una relación con una fotógrafa esquiva. En la agresiva “Manodrome”, el británico John Trengove imagina el descenso a los infiernos de un hombre que es rabia en estado puro, paradigma de una masculinidad amenazada por un deseo homosexual reprimido que, al entrar en contacto con una secta que sublima la comunión testosterónica, estalla en mil pedazos. Lo mejor de “Manodrome” es la tensa interpretación de Jesse Eisenberg en esta relectura del Travis Bickle de “Taxi Driver”, catálogo viviente de todos los complejos del hombre que siente que no está cumpliendo las exigencias del mercado de la virilidad normativa.