Historia
¿Y si la Segunda Guerra Mundial no fue como nos la contaron?
Esta enorme investigación abarca el origen, el devenir y las consecuencias de la guerra de 1939-1945 bajo cuatro premisas que renuevan el prisma del conflicto
Se podría decir que el El Tema por antonomasia de la literatura del último centenar de años es el nazismo y todo lo derivado de él, ya sea la recuperación o traducción de obras desconocidas en nuestra lengua, o la publicación de novelas históricas o de suspense, investigaciones históricas… en torno al Tercer Reich, Hitler, la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, los campos de exterminio y mil asuntos más que tocan todos los géneros. De tal modo que es absolutamente imposible que mes a mes, en las mesas de novedades de cualquier librería del mundo no aparezcan libros relacionados con una temática –convertida en la estrella del sector editorial desde hace años– que, frente a su abundancia inabarcable, presenta desde estudios útiles y contrastados hasta una narrativa contagiada de tópicos peliculeros, romanticismo empalagoso o épica afectada.
De entre los primeros ahora mismo tendrá que destacar por necesidad la aparición de «Sangre y ruinas. La gran guerra imperial. 1931-1945» (traducción de Francisco García Lorenzana), de Richard Overy, profesor de Historia en la Universidad de Exeter y autor de otros libros que estaban al alcance del lector español, como «Por qué ganaron los Aliados», «Interrogatorios. El Tercer Reich en el banquillo» y «Dictadores. La Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin», más otros trabajos publicados por la editorial Tusquets, a saber, «El camino hacia la guerra. La crisis de 1919-1939 y el inicio de la Segunda Guerra Mundial», «Al borde del abismo. Diez días de 1939 que condujeron a la segunda guerra mundial» y «Crónica del Tercer Reich», en que analizaba el sistema totalitario alemán que se extendió entre 1933 y 1945. Ahora, el autor vuelve a esta franja cronológica, por lo tanto, pero adentrándose en el conflicto armado más allá de Europa.
De esta manera, al entender todo como una guerra entre imperios a escala global, pisa ampliamente territorios como el sudeste asiático y el Pacífico, haciendo bueno el epígrafe con el que empieza su libro, de Friedrich Nietzsche: «Hemos entrado en la época clásica de la guerra en su escala más amplia, la época de la guerra científica con apoyo popular: se librarán guerras como nunca se han visto en la Tierra». Lo significativo es que esta cita es de 1881, más de treinta años antes de que estallase la Primera Guerra Mundial. Con todo, por muy espeluznante que esta fuera, quedó empequeñecida por la Segunda, dentro de una nomenclatura, esta de «guerra mundial», que como refiere Overy agrupa una serie de acontecimientos que «provocaron sufrimiento, privaciones y muerte en unas dimensiones casi ilimitadas».
Objetivo: la guerra
El autor, asimismo, plantea en el prefacio lo difícil que es en la actualidad imaginar un mundo en que más de cien millones de personas fueron movilizadas para luchar, o ver cómo los Estados destinaron dos terceras partes del producto nacional a sus objetivos bélicos. «También es muy duro comprender la descomunal escala de privaciones, desposesiones y pérdidas sufridas a causa de los bombardeos, las deportaciones, las requisas y el robo –prosigue Overy–. Sobre todo, la guerra desafía nuestra sensibilidad moderna cuando tratamos de comprender la extensión de las atrocidades, los actos de terrorismo y los crímenes cometidos por cientos de miles de personas que en al mayoría de los casos no eran ni sádicos ni psicópatas». Es decir, eran gentes normales y corrientes que se vieron en la situación de matar o morir.
En este sentido, «Sangre y ruinas» va a explorar todo un cúmulo de encarcelamientos y torturas, de genocidios y crímenes masivos, cometidos tanto por parte de soldados profesionales o fuerzas de seguridad como por partisanos y civiles, hombres y mujeres. Para el autor, todo ello hasta la fecha se había observado desde un plano estándar: la guerra como reacción militar de unas naciones que se veían amenazadas en el mantenimiento de la paz frente a otras que ostentaban una rotunda ambición imperial. Los Aliados contra los Estados del Eje, básicamente, más lo sucedido, como algo aparte pero con vasos comunicantes, en el Lejano Oriente en torno al ejército japonés.
Esto, para Overy, sería un planteamiento tradicional, aquel que considera que Hitler, Mussolini y los militares japoneses «son las causas de la crisis más que sus efectos, que es lo que realmente fueron», afirma. Por ello, en estas páginas se tienen en cuenta las fuerzas históricas que provocaron, ya desde comienzos del siglo XX, una «inestabilidad social, política e internacional y que, al final, fueron las causantes de que los Estados del Eje emprendieran programas reaccionarios de conquista imperial de territorios». Con este enfoque, Overy plantea cuatro premisas: una, que la cronología convencional de la guerra ya no es útil a efectos de entender este ámbito que estamos tratando, pues merece la pena apreciar que los combates se iniciaron en China a comienzos de los años treinta «y en este país, el sudeste asiático, Europa Oriental y Oriente Medio no terminaron hasta la década posterior a 1945».
Visto así, cabría mirar las dos guerras mundiales como algo unitario, como si fuera una suerte de Guerra de los Treinta Años. La segunda premisa, por otro lado, sería la de ver la Segunda Guerra Mundial como algo planetario, dejando de verla, en lo que respecta al conflicto del Pacífico, como un mero apéndice. O sea, cabe dejar este eurocentrismo bélico y ver que más allá del Viejo Continente, otras regiones de Oriente Medio y el Lejano Oriente «confluyeron en una crisis de inestabilidad global más amplia y explican por qué la guerra alcanzó no sólo a los grandes Estados sino también a áreas tan remotas como las islas Aleutianas, en el Pacífico norte, Madagascar, al sur del océano Índico, o las bases en las islas del Caribe». En conclusión, se debería equiparar en importancia la guerra asiática con la europea, pues ambas fueron igual de trascendentes a la hora de que se reformara el orden mundial en la posguerra.
Como tercer punto, Overy pretende diferenciar diversos tipos de guerras; está la habitual, entre Estados, claro está, ya sean de agresión o de defensa, pero también en el campo que nos concierne ahora estaban las «guerras civiles», «libradas como guerras de liberación contra una potencia ocupante (incluidos los Aliados) o como guerras de autodefensa civil, principalmente para superar el impacto de los bombardeos; estos conflictos serían protagonizados por los partisanos en Rusia o por los integrantes de la Resistencia en Francia, por ejemplo. Por último, estos tres factores convergerían en un cuarto que da forma a la tesis general del libro: el hecho de que la Segunda Guerra Mundial –más larga a todos los efectos que en su cronología fundamental, 1939-1945– fue la última guerra imperial.
Overy explica tal cosa desde el primer capítulo, donde examina los llamados imperios-nación y la crisis global de la década 1931-1940, para luego presentar la muerte de este tipo de imperios en el periodo 1942-1945. Ya lo dijo Leonard Woolf en 1928, en su libro «Imperialismo y civilización»: «El imperialismo, como se conoció en el siglo XIX, ya no es posible, y la única duda es si tendrá un entierro pacífico o en medio de sangre y ruinas». Así, de esta cita toma el autor el título de un libro en que, con gran minuciosidad, se interna en mil y un asuntos derivados de esta larga etapa del mundo moderno: las economías «de» guerra o, dicho de otra manera, con un sutil matiz, las economías «en» guerra, el dilema de si hay guerras justas e injustas, la transición que se da de los imperios convertidos en simples naciones y que dan pie a una era global diferente...
En conclusión, el lector tendrá ante sus ojos una nueva forma de conocer un conflicto mil y una veces explicado en excelentes estudios, pero teniendo en cuenta asuntos tradicionalmente alejados de la crónica bélica europea, como las conquistas japonesas en China entre los años 1931-1941, el Imperio italiano entre 1935-1941, el avance japonés hacia el sur entre 1941 y 1944, más otras materias de máximo interés histórico, como un examen de las grandes potencias en 1939-1945, una estadística comparativa de los soldados alemanes y soviéticos muertos durante toda la guerra, y un montón más de detalles, del todo significativos para comprender la dimensión de la tragedia, como lo barcos mercantes japoneses y el comercio de productos entre los años 1941-1945 o la proporción de mujeres en la mano de obra nativa.
Una generación imperialista y guerrera
Según Overy, cabe alejarse de los factores que se destacan en los análisis sobre los orígenes de la Segunda Guerra Mundial. «No fueron la causa, sino la consecuencia de la nueva oleada de formación de imperios». Es una época en que la nueva generación que llegó a «la madurez del liderazgo político y militar en la década de 1930 creció en el mundo de las fantasías imperiales, rodeada por una cultura que destacaba la superioridad de los Estados modernizadores y “avanzados”, líderes en la marcha de la civilización contra los pueblos menos desarrollados o primitivos que conquistaban». Esa generación estaba muy afectada «por la experiencia de las guerras (...) El imperio, exclamaba el líder fascista italiano Giuseppe Bottai, gobernador de la capital etíope Addis Abeba en 1936, durante un breve período de tiempo, había “inculcado en mí el deseo de vivir la guerra en lo más profundo de mi conciencia».
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Pasividad ante la tragedia