Sergio Ramírez: «La vida sin ideales debe ser muy triste y vacía»
El lunes recibe el Premio Cervantes con un discurso sobre Rubén Darío, su concepción de la escritura y lo que debe al autor del «Quijote».
El lunes recibe el Premio Cervantes con un discurso sobre Rubén Darío, su concepción de la escritura y lo que debe al autor del «Quijote».
Sergio Ramírez trae el gesto sereno de los hombres de acción; la mirada cansada del revolucionario que soñó un mundo mejor. Su estatura es como una metáfora en carne y hueso del cielo que una vez aspiró a tocar y que la realidad, esa hurtadora de quimeras, le arrebató sin más. Le quedó la literatura, su otra vocación, porque el novelista, que el próximo lunes recibirá el Premio Cervantes, llegó con el alma bifurcada entre las letras y las utopías políticas. Sus libros, «Margarita está linda la mar», «Adiós muchachos», «Sombra nada más» y sus dos novelas negras, «El cielo llora por mí» y «Ya nadie llora por mí» (todos editados por Alfaguara) son el testamento de una estética y de unos valores morales.
–Como Don Quijote salió a deshacer entuertos.
–(Risas). Y en las dos partes, el Quijote vuelve con la lanza quebrada. Aunque insiste en salir, porque los ideales en la vida solo se buscan de esa manera, lanzándose a los Campos de Montiel persiguiendo lo que salga.
–El ideal del bien es eterno.
–Sí, y la derrota de los ideales en la vida de uno no nos tiene que dejar amargura ni volvernos pesimistas ni tampoco llevanos a decir que los ideales no existen, que para qué intentarlos de nuevo, ni yo ni nadie del futuro. Yo creo que la vida tiene una dinámica en la que los ideales que tienen un fundamento ético son palpables. La vida de las personas sin ideales debe ser muy triste. No la conozco, pero deben poseer un enorme vacío... no saber por qué se vive y para qué se vive, qué es lo que se quiere. Esta idea de que uno solo debe mirar hacia adentro de sí mismo. El individualismo sobreviene cuando la humanidad entra en crisis.
–Ahora prevalece el individualismo.
–Sí, comenzó en los noventa, cuando se derrumbó el muro y se vio que era un decorado falso, cuando la misma izquierda reconoció, por fin, que existió el estalinismo. Recuerdo que viví el nacimiento de ese fenómeno en la revolución, cuando la gente dijo: «Ya me ocupé de los demás, ahora voy a ocuparme de mí». Esta era la señal de la derrota de esos ideales, de que era un retorno al individuo. No es que no se tenga que ver el mundo como individuo. Uno de los grandes fracasos sociales es tratar de ver el mundo de manera colectiva. Pero como individuo, uno también debe ver a los demás.
–Pero no es así hoy.
–Uno de los grandes fenómenos del siglo XX es que el indivudo no sale de su caparazón. La derechización de Europa central, el resurgimiento del fascimo, el odio contra los inmigrantes son viejos síntomas que nos recuedan que nos estamos olvidando de los demás. No estamos mirando hacia el otro. Siempre hay que ponerse en la posición de los demás. La humanidad ha perdido esta mirada.
–¿Qué aprendió del hombre en la revolución?
–Lo mismo que Erasmo enseñó a Cervantes: humanismo, a ver al hombre con compasión. Esa capacidad está ahora dormida. Mi motivación para entrar en la revolución fue humanista.
–Pues lo que hoy mueve a la sociedad es el dinero.
–El capitalismo siempre ha sido igual. En determinadas épocas se exacerba el peso del dinero, la riqueza, el poder y los sueños colectivos desaparecen o pasan a tercer plano. El humanismo trata de hacer algo por los demás. Esto es muy cristiano.
–¿Qué ha ocurrido con los ideales?
–Lo primero es el derrumbe del tejido idealista y, luego, por los huecos de esa red rota se coló el amor al dinero. El amor al dinero está soterrado en el alma humana y cuando se quitan todos lo obstáculos, reaparece. Cuando alguien dice que va a pensar en él, lo hace en términos económicos. Se añade «de cualquier modo» y este «de cualquier modo» es lo que se llevó el entramado ético de la revolución.
–¿Cuáles son hoy sus «Dolores Morales»?
–(Risas). La corrupción, porque la moral del dinero se ha convertido en corrupción. El dinero fácil, el quiero tener dinero sin trabajar, como me caiga, de manera expedita, es lo que facilita la corrupción. Se ha convertido en un fenómeno orgánico.
–¿La literatura vacuna contra el ansia de poder?
–Para mí era una puerta sin cerradura. Donde estuviera siempre la miraba, porque me devolvía a otro mundo. Entré en la política por esa puerta y así por ella misma. Sin esa puerta yo hubiera estado perdido, porque yo entré en la revolución como literato, intelectual. Yo no era un guerrillero, no había empuñado un arma en mi vida. Mis armas eran intelectuales: el pensamiento, la inspiración. Cuando no había papel en ese escenario para mí crucé la puerta.
–Daniel Ortega sigue ahí.
–Siempre he sentido indiferencia hacia el poder. Daniel sí tenía ese sentido por él, que es algo muy tradicional en América Latina, el poder caudillista. Eso de que si no estoy ahí las cosas no funcionan. Se ve el fenómeno en Correa, Maduro, Morales...
–Raúl Castro se aparta.
–Del gobierno, no del partido. Y el partido es el poder en ese esquema leninista. Y él va a estar en el partido hasta su muerte.
–La educación fue un ideal.
–Y todavía sigo creyendo en él. La educación es la gran revolución que falta en América Latina. Siempre estuvo en la mira de los independentistas. Eran racionalistas. Cuando se subieron en el caballo venían de la Ilustración y conocían muy bien cuál es el valor de la cultura. Eran positivistas, por lo que creían en el progreso. Pero sin educación no lo hay. Quienes abolieron la cultura como instrumento de cambio fueron los caudillos militares. Nunca les interesó la educación. Pero sin ella es imposible crear ciudadanos. Tenemos sistemas electorales con un voto de la población. Pero este voto debería ser de calidad, y no lo es. La educación es un motor de cambio, sobre todo ahora, porque las sociedades del siglo XXI son sociedades de educación: tanto sabes, tanto vales. Si los jóvenes no reciben educación transformadora me parece que vamos a seguir siendo países mediocres y dependientes.