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Sexo, drogas, abusos y «Whitney»

El documental de Kevin Macdonald sobre la cantante narra su ascenso y caída y su turbia relación con su prima Dee Dee Warwick, mientras «Burning», de Lee Chang-Dong, marca la vuelta triunfal del coreano

La vida de la artista estuvo marcada por la fama y las drogas, como las de tantos otros ídolos de masas
La vida de la artista estuvo marcada por la fama y las drogas, como las de tantos otros ídolos de masaslarazon

El documental de Kevin Macdonald sobre la cantante narra su ascenso y caída y su turbia relación con su prima Dee Dee Warwick, mientras «Burning», de Lee Chang-Dong, marca la vuelta triunfal del coreano.

«Whitney» justifica su existencia por un solo «scoop», que ha tardado lo que dura un tuit en saltar a la primera plana de los medios digitales. Whitney Houston fue víctima de abusos sexuales por parte de su prima, Dee Dee Warwick, cuando era niña. Una de sus tías, Mary Jones, hace esa confesión en el clímax del documental de Kevin Macdonald que ayer se presentó fuera de concurso en Cannes, y aprovecha el trauma para explicar las dudas de la cantante sobre sus preferencias sexuales y su obsesión por casarse y formar una familia. Exceptuando esa noticia bomba, «Whitney» no aporta nada nuevo a lo que los tabloides y los programas de cotilleo explotaron en la larga, prolija decadencia de la cantante de «I Will Always Love You».

«Whitney» intercala numerosas entrevistas a amigos, familiares y colaboradores de Houston –Cissy, su madre, solo aparece en un par de ocasiones; Bobby Brown, su marido durante catorce años, no quiere hablar de drogas– con imágenes de archivo de actuaciones y películas domésticas, y montajes que intentan situar cada periodo de su vida en un marco sociopolítico concreto. Es un «biopic» de manual, por mucho que Macdonald busque un contexto macrohistórico que no provoca ninguna reflexión sobre la relación del icono con los tiempos que le tocó vivir. A diferencia de «Amy», en la que Asif Kapadia utilizaba la voz en off de Amy Winehouse como inscripción fantasmagórica de su prematura ausencia, «Whitney» documenta el auge y caída de la cantante sin escapar de la narrativa clásica del juguete roto. Apunta maneras cuando habla de lo que significó la dimensión simbólica del éxito de Houston para la cultura afroamericana, pero el hilo se pierde entre tanto comentario sensacionalista.

Porque la vida de Whitney Houston es como la de la citada Winehouse, o la de Kurt Cobain, o la de Elvis Presley, o la de Michael Jackson, como la de tantos ídolos de masas echados a perder por la fama, la droga y el alcohol. Madre dominante, padre corrupto, amiga (y amante) tan protectora como manipuladora, éxito cósmico, dinero a espuertas, esposo con complejo de inferioridad, politoxicomanía, rehabilitaciones fallidas, maternidad disfuncional, divorcio mediático, ruina, expolio público, muerte en la bañera. No hay más donde rascar: su vida se adapta a la fórmula del «biopic» musical como si fuera pura ficción. Macdonald no se resiste a terminar su documental repasando la corta vida de la hija de Houston, como si las desgracias familiares se heredaran genéticamente. En fin, esa es la gran maldición de los privilegiados: vive rápido, muere joven y deja un cadáver (más o menos) bonito.

He aquí otra historia de ricos y pobres, aunque el comentario socioeconómico de la coreana «Burning», candidata a la Palma de Oro, es una más de sus capas de significado. Después de ocho años de silencio, Lee Chang-Dong vuelve a Cannes («Poetry» ganó el premio al mejor guión) con esta libre adaptación de un cuento de Haruki Murakami. Libre porque es una auténtica ampliación en el campo de batalla: de la brevedad en clave haiku del relato, titulado «Los graneros quemados», el autor de «Secret Sunshine» exprime una tragedia de dos horas y media en la que no sobra ni un plano.

Una pasión muda

La película, en verdad extraordinaria, parte de un triángulo amoroso en el que la rivalidad de clase abisma una pasión muda, contenida hasta la asfixia. Aspirante a escritor que vive en una granja en la frontera con Corea del Norte, Jongsu se enamora de Haimi, una antigua amiga de la infancia. Volviendo de unas vacaciones en Kenia, Haimi conoce a Ben, un Gran Gatsby de sonrisa autosuficiente e impertérrita. Una de las mejores secuencias de todo el certamen es la que reúne a los tres personajes ante una puesta de sol, con la música de «Ascensor para el cadalso» de Miles Davis como banda sonora para una coreografía sombría. Un movimiento de cámara hacia el cielo, sostenido sobre un horizonte incierto, anuncia una brusca desaparición, la de Haimi, que, como en «La aventura» de Antonioni, desatará el drama.

Y el drama es un misterio. Lo más fácil es leer «Burning» en clave de denuncia anticapitalista, como si la desesperación de Jongsu por encontrar a Haimi fuera consecuencia de los privilegios de Ben, de su falta de empatía. Pero Chang-Dong es un cineasta de la ambigüedad: es imposible saber lo que oculta Ben, porque su maldad reside en no distinguir entre verdadero y falso, y es esa incertidumbre la que arrastra a Jongsu a una espiral de angustia. Es esa ambigüedad lo que tensa la narrativa de «Burning», lo que la convierte en un thriller existencial de primer orden, en un hermoso, perturbador ensayo sobre las arritmias del corazón humano cuando no sabe expresar lo que siente.