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Muñoz Machado: "La RAE no tiene la culpa de la desigualdad entre hombres y mujeres"

El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, revela en LA RAZÓN el gran problema del futuro del español: que se fracture con la robotización de la sociedad y la necesidad de hacer un idioma común para las máquinas.

El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, hoy en LA RAZÓN. (Foto: Alberto R. Roldán)
El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, hoy en LA RAZÓN. (Foto: Alberto R. Roldán)larazon

El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, revela en LA RAZÓN el gran problema del futuro del español: que se fracture con la robotización de la sociedad y la necesidad de hacer un idioma común para las máquinas.

La política aparcó sus diferencias para arropar al director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, y demostrar que el lenguaje, el español, uno de nuestros grandes patrimonios culturales de los que disponemos y uno de los mayores legados que nos ha dejado la historia, no solo lo hablan todos los ciudadanos de este país, sino que también cuenta con el apoyo de ellos para afrontar los desafíos presentes y los retos que traiga el futuro.

En un acto multitudinario, Santiago Muñoz Machado, que ha tomado las riendas de esta institución hace unos meses y en uno de sus momentos más importantes y delicados, y con el mismo ánimo y entusiasmo que demostró cuando salió elegido por los demás académicos, repasó la historia de la RAE desde sus inicios, cómo se fundó, en qué siglo, por qué rey, con qué función, qué ha hecho y cuál es su principal preocupación hoy en día. «Se constituyó en 1713 y hasta 2019 ha ganado un prestigio que la ha convertido en la primera de nuestras instituciones culturales. No hay ninguna otra comparable».

Santiago Muñoz Machado recordó, por eso, que la «Academia es un asunto de Estado» y subrayó que «no es algo que podamos poner en manos de mecenas privados, a pesar de que su complemento y apoyo nos ayudan mucho, porque lo que hacemos es de interés general y siempre está prestando un servicio público, respondiendo incluso las consultas de los ciudadanos».

Con discreción, quiso describir la situación reciente de la RAE y lo hizo sin caer en el victimismo, pero con severidad y contundencia: «Hemos pasado un periodo crítico, dramático, porque los recursos habían ido aminorando poco a poco. Se redujo la prestación presupuestaria y las reservas que tenía hasta entonces se habían agotado. En 2018 llegamos sin apenas poder atender los servicios básicos. Quiero hacer hincapié aquí, porque lo que intento expresar es que la institución cultural más relevante de nuestro país, la que ha regulado la lengua de nada menos que 570 millones de personas, en estos últimos meses estaba agonizando. Seré honesto y es justo resaltar que he encontrado eco en el Gobierno actual, en el presidente del Gobierno, la vicepresidenta, la ministra de Hacienda y todos los ministerios, que, desde el primer día, me comprendieron. Me parece que es de honestidad agradecérselo. Espero que dentro de unos días pueda anunciarse un cambio radical, porque tenemos retos y si contamos con recursos podremos enfrentarnos a la sociedad digital, que me entusiasma, y pensar en los efectos en la comunidad científica y poner en red todo lo que tenemos, la totalidad de lo que se ha creado en estos 300 años».

Cambio de la radical

Muñoz Machado no quiso evadir cuestiones principales y las afrontó antes de que alguno de los periodistas presentes se le adelantara. Y uno de ellos, de los más relevantes que hay al día de hoy, es la unidad de la lengua, un peligro al que la RAE ya dio respuesta en el pasado, en el siglo XVIII, con enorme inteligencia y eficacia: unidad. «¿Cómo seguir manteniendo la unidad de la lengua que está cambiando radicalmente?», se preguntó en su intervención sin dejar de dirigirse a los numerosos asistentes que llenaban la sala, entre ellos, aparte de políticos, académicos y escritores. Aprovechó la ocasión para comentar una experiencia personal, una anécdota que ilustraba la paradoja de estos tiempos tan perturbadores en que no solo hablan las personas. «Recuerdo que le comentaba a un representante de una empresa tecnológica cuántos hablamos español y, también, que somos la segunda lengua nativa del mundo, después del chino mandarín. Pero entonces, él me interrumpió y me preguntó una cosa que me sorprendió: “¿Hablas de humanos? Porque hay que empezar a pensar en el español de la máquinas”. Y es cierto, tiene razón, porque existen miles de millones de máquinas y estas máquinas hablan el español que les indican sus creadores. Y si esta tendencia va creciendo, no podrán entenderse entre ellas mismas si no tienen una lengua que esté regulada. Podría suceder lo mismo que ya ocurrió durante el siglo XVIII, que hubo que normalizar esa lengua. Tenemos que ordenar el español de las máquinas para entendernos con los robots».

Tres contra trece

Santiago Muñoz Machado acudió a los libros de Historia para ilustrar los riesgos futuros desde los tiempos pasados y señaló que durante el siglo XIX, el español que se hablaba en las Américas apenas alcanzaba a los «tres millones de hispanohablantes, fren-te a los trece millones que había». Y añadió que «con las independencias y la formación de los nuevos Estados trataron de hacer lo mismo que los franceses, tener una lengua de la nación». Frente a todas las expectativas se superó el inicial rechazo que podría suscitar la lengua de la metrópolis y consideraron que lo «mejor era establecer el idioma del colonizador, según esa leyenda que nos impugnan. Muchos intentaron importar el francés, otros pretendieron, la mayoría, construir una lengua derivada del español pero que se diferenciara tanto de él como las lenguas romances. Querían crear nuevas lenguas. No ocurrió nada de esto, los criollos repararon en el español castizo, en su gramática, su ortografía, y luego también hicieron otras gramáticas. Al final las reglas y la norma de la regulación del español en América es la de la Academia, simplemente por su autoridad, porque todas las Academias americanas aceptaron que lo más importante era hablar una lengua bella, la lengua que habían llevado los conquistadores». El director de la RAE, entonces, quiso matizar, hacer hincapié en algo que tiene un extraordinario valor y que muy pocas veces se resalta lo suficiente: «La expansión del español se hizo de la mano de los criollos independentistas y eso se hizo de manera irreversible».

Muñoz Machado, a través de unas palabras que iba pronunciando con cuidado, remarcando unas frases y pasando sobre otras con un tono ligero, apuntó una tercera etapa en la historia de nuestra lengua que muchas veces no recibe tanta atención como otros periodos y sobre los que se pasa de puntillas: «Al final del XIX hubo una época en que la Academia temió que el español se dispersara y se rompiera en lenguas dialectales. Era un riesgo evidente y, por eso, ahí empieza un proceso nuevo que arranca con la creación de la Academia de Ecuador, y así continuamente hasta que se fundó la última, que es la americana (Estados Unidos), donde no es la lengua oficial, pero que es una que hablan 40 millones de habitantes». Muñoz Machado estuvo respaldado por los principales colores del arco parlamentario, una unidad que puede vaticinar que en el futuro la RAE no tenga de nuevo que pasar por filigranas financieras ni finos equilibrios presupuestarios. Muñoz Machado lo dijo claro, lo dijo alto y lo dijo, no fuerte, pero con suficiente redoble.