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Grandes dilemas del verano
Tatuajes: ¿sí o no?
Con un simple paseo por la orilla de la playa comprobamos la conquista del cuerpo por la tinta en los últimos veinte años

Si uno daba un paseo a principios del presente siglo por la playa, por la piscina o simplemente por la calle, no era común ver cuerpos tatuados –haremos especial hincapié en la piscina y, sobre todo, en la playa por aquello de que son espacios de rebaja textil y escaparates de la carne humana–. Sin embargo, un cuarto de siglo después, caminando por la orilla de una cala concurrida encontramos un amplísimo muestrario de tinta sobre la piel en una importante parte de la población, especialmente la joven. ¿Qué ha pasado en apenas 20 años? No, no ha habido un gran ataque calamar con intenciones más o menos artísticas. Se ha producido un «boom» del tatuaje y una «democratización» y «normalización» del mismo, como bien expone Pablo Cerezo en su ensayo «El cuerpo enunciado. Cómo el tatuaje explica nuestro tiempo» (Siglo XXI), en buena medida por la tendencia marcada por los futbolistas en el caso de ellos –David Beckham fue el pionero–, y por las cantantes y artistas en el caso de ellas.
Y con tanta tinta por doquier es complicado sustraerse a un debate de tintes estéticos que nos apela como sociedad: ¿nos parece bien esta proliferación de cuerpos tatuados?, ¿es una horterada?, ¿nos la repampinfla?... Así, uno de quienes ha entrado de cabeza a polemizar en esta disputa ha sido el reputado filósofo Javier Sádaba, quien soltaba una andanada contra los tatuajes hace una semana en El Confidencial, tachando esta moda de «obediente sumisión a la masa» y de «idiotez». Además, el autor de «Al final del viaje» consideraba está práctica como «uno de los más claros ejemplos de imbecilidad de nuestros días» porque «se pintan los cuerpos como si pertenecieran a los indios comanches, se graban en la piel las mayores tonterías, se agrede al cuerpo a costa de la salud, se banaliza el arte y se ensalza lo hortera».
En busca de relatos personales
Pablo Cerezo, joven librero en Pérgamo y autor del antecitado libro, no se mordió la lengua y en el mismo digital respondió al filósofo Sádaba. No vamos, desde luego, a reproducir su respuesta, porque para eso hemos leído su libro y charlado con él, aunque haya sido de una punta a otra del Atlántico. Le preguntamos si acaso el verano es la fecha más propicia para los tatuajes, para mostrar aquellos diseños que quedan ocultos por la ropa el resto del año. A lo que el escritor reflexiona afirmando que «hay algo muy chulo que pasa con esta tensión que hay siempre de si nos tatuamos para que nos vean o para nosotros mismos: las dos miradas están bastante relacionadas y la imagen que queremos proyectar tiene que ver con cómo nos vemos en ese sentido. Hay un momento de sacar más la piel a relucir, y seguramente el tatuaje en el verano encuentra una periodo más propicio».
Le planteamos si acaso se produce una transformación en el sentido o en el objeto de esos «tatoos» que mostramos en playas y piscinas y que durante el año quedan invisibles a la mirada ajena. Cerezo se refiere «a esta paradoja de que los tatuajes son una cosa muy íntima, muy privada, y al mismo tiempo los exponemos al ojo ajeno. La decisión del tatuado tiene que ver con a quién le muestras esos tatuajes, o al menos a quién le muestra el sentido de los tatuajes». «El tatuaje siempre habita ese espacio ambiguo de mostrarse ante el otro y ocultarse al mismo tiempo», agrega el autor de «El cuerpo enunciado».
Respecto a la evolución del tatuaje hortera y de trazo grueso, más vinculado a las clases populares, hacia una diversificación y sofisticación del mismo, Pablo Cerezo sostiene que «el tatuaje ha sufrido un ‘‘boom’’ enorme: hay una serie de innovaciones técnicas; entra el tatuaje de línea fina que permite jugar un poco más con los estilos y las formas, y eso hace que las clases medias empiecen a tatuarse, y para ello tienen que romper con lo que era el tatuaje históricamente: línea más gruesa, colores más vivos, motivos más barrocos. No tiene nada que ver un infinito en la muñeca que un tatuaje del Betis en el gemelo o el cristo de los gitanos en los omóplatos». «Estos cambios –prosigue Pablo Cerezo– tienen que ver con la idea que cuento en el libro de buscarse relatos personales, hay una sofisticación en los estilos que permite a la gente llenar los tatuajes de mayor significado. De repente, hay una amplitud en los significantes que implica también una amplitud en los significados».
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