“Alfonso el Africano”: El rey del porno ★★☆☆☆
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Autores: Chiqui Carabante, Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa. Director: Chiqui Carabante. Intérpretes: Font García, Juanfra Juárez, Pablo Peña (músico en directo) y Vito Sanz. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 26 de diciembre.
Parece que hay interés en el Centro Dramático Nacional por abordar artísticamente un periodo histórico que, ciertamente, el teatro contemporáneo tiene un poco dejado de lado si lo comparamos con otros. Me refiero al primer tercio del siglo XX o, lo que es lo mismo, a la España anterior a la Guerra Civil. Tal vez sea casualidad, pero estos días coinciden en la cartelera de la institución pública dos obras –eso sí, de estilos muy diferentes– en las que, de una forma u otra, salen a colación el reinado de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Una es «Rif», que se estrenará mañana, y la otra, concebida como una gamberra sátira, es este «Alfonso el Africano», de la irreverente compañía Club Caníbal a cuyo frente cabe situar en la dirección a Chiqui Carabante.
El gusto de Alfonso XIII por producir películas pornográficas pare ser exhibidas en pases privados en palacio –un hecho real– es ya, desde luego, un punto de partida argumental brillante para perseguir los objetivos teatrales que se propone el director: por un lado, censurar y ridiculizar la frivolidad de un monarca que se desentendía de manera flagrante de los asuntos de Estado; por otro lado, dejar ver con claridad la vergonzosa desigualdad que condicionaba la evolución de la sociedad de esa época.
Sin embargo, más allá de ese metafórico hallazgo para hacer que la trama eche a andar, y del originalísimo diseño del espacio escénico que ha hecho Walter Arias –con toda la suntuosidad y la decadencia que cabe asociar a ese extinto mundo que se está criticando–, la obra se va desmoronando rápidamente a medida que avanza. La estructura dramatúrgica es algo caótica; el desarrollo está falto de ritmo; y el humor, la seña de identidad de la compañía, resulta esta vez demasiado tosco. Cierto es que hay algunos destellos de ingenio –por ejemplo, en la escritura del diálogo sobre el medio ambiente–; pero, en general, falta chispa para redondear el trabajo.