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Helena Pimenta, Álvaro Tato y el Shakespeare más juguetón

Vuelve la dupla de la mano de «Noche de reyes», «una comedia llena de vida», dicen del estreno en Matadero
Jose Alberto Puertas

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«Pimentato» está de vuelta. «Así nos llaman algunos», dice él. Y ella responde y ríe: «Ay, no lo sabía. Qué gracia». Son Helena Pimenta y Álvaro Tato. Maestra y alumno (ya elevado desde hace tiempo a la categoría de maestro), directora y autor o directora-dramaturga y actor-poeta. Se les puede abordar desde mil lugares, pero en esta ocasión se ponen el traje de adaptadores: «Lo hemos hecho al alimón», sostienen; además del inalterable uniforme de la directora Pimenta. No coincidían entre bambalinas desde el fin de la etapa de ella al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, donde trastearon juntos en montajes como El castigo sin venganza, La dama duende y El banquete, entre otros. «Es nuestro reencuentro después de todas esas aventuras, que tuvieron sus cosas buenas y malas –explica Tato–. Fue muy intenso y ahora, sin todas las presiones del cargo, solamente hay paz y calma. Es una historia de amor en el tiempo, de cariño, de confianza...». Pimenta le da la réplica mientras parafrasea a Sir Andrew (interpretado aquí por Patxi Pérez): «Lo mismo digo». Luego, sentencia: «Es fácil. Nos entendemos de maravilla».
Sin embargo, esta vez la dupla le da un giro a esos últimos trabajos del Siglo de Oro español y recupera el espíritu inglés de antaño. Ese que ya se pudo ver en Coriolano en 2005. Regresan a Shakespeare. Y lo hacen con un texto que, puntualiza la directora, ya habían investigado hace mucho, pero que «hemos vuelto a descubrir». Se trata de Noche de reyes (en las Naves del Español, Matadero), «una comedia que no ha dejado de seducirme en cada ensayo. Es deliciosa y está llena de vida pese a partir del tema de la muerte».
Arranca la trama con un naufragio y, desde ese punto, se arma la función. «Los personajes van descubriendo su propia identidad independientemente de la edad que tengan». Las figuras de Noche de reyes viven engañados. Creen ser quienes no son. Igual que Yago en Otelo, Viola (Haizea Baiges) asegura pronto «no ser el personaje que represento». Y sobre esa frase se levanta una pieza sustentada en el «morir para renacer», añaden de «una obra con cierto toque melancólico».
Pero más allá de los bajones, Pimenta y Tato son la alegría personificada. Lejos de argumentos áureos, de teatros isabelinos o de pentámetros yámbicos, su género es el «buenrollismo» y, su objetivo, asienten, «servir a Shakespeare». Desde ese rigor que les da su deber al teatro y «el respeto al texto», Pimenta habla de la mezcla de experiencias entre las piezas del repertorio español y las del Bardo: «Después de años con nuestros autores del Siglo de Oro llegué a la conclusión de que había muchas aguas subterráneas que comunicaban la tradición de nuestro teatro con la del isabelino. Las preguntas que ya se habían hecho los estudiosos sobre el universo shakesperiano podían ser aplicadas en el español». Y sabe la directora de lo que habla, pues, como comenta Tato, «Shakespeare corre por sus venas»; y es que, con este, ya son quince los textos del inglés que ha defendido Pimenta.
Amor, erotismo, la pérdida y la renovación de la vida son algunos de los temas de este «gran poema absurdo», como lo define la directora: «Hay muchos momentos en los que perdemos el rastro y volvemos a encontrarlo. Resulta una sorpresa de obra y muy adecuada en este momento porque propone una mirada a la vida desde el humor y, a la vez, reflexiona sobre el renacer constantemente. Es una prioridad porque algunos, a veces, tienen ganas de quedarse abajo o, por lo menos, de no levantarse».
Quien no tiene la opción de quedarse en el fango es Viola cuando llega a Iliria, un lugar un tanto inverosímil donde el tiempo parece haberse detenido y que debe encontrarse «por la zona de Serbia», aproximan. El mar trae a Viola, que se ha salvado de la muerte en un terrible naufragio en el que perdió a su hermano gemelo, Sebastián (Sacha Tomé). «Y allí prepara un lío... Va a espabilar a todos aquellos despiertos durmientes –continúan– que han pactado con el conservadurismo de la vida». Sus ojos y su voz mueven el mundo, lo agitan hasta que este puede contemplarse a sí mismo y revivir. «Shakespeare quiere locura», aseguran, y ellos se la compran. Así lo confirma Tato: «Nos dejamos llevar por los delirios del deseo, los disparates del lenguaje, los desafíos irresueltos, las burlas crueles, las ilusiones ardientes, las borracheras, los batacazos, los triunfos y los anhelos».
Se reúnen alrededor del «imperfecto, a veces desastroso, otras veces sublime, pero casi siempre divertidísimo empeño de hacer reales nuestros sueños». Cuenta el adaptador que, si Sueño de una noche de verano es el Everest de la obra del Bardo, Noche de reyes es el K2, «otro pico excepcional, masivo por su belleza, por la muerte, por el dolor y por la risa». Y prosigue con la comparación: «Sueño... es una comedia de situaciones, y esta de palabras. Aquí no hay tanta tradición escénica ni existe ese cariño por su lenguaje, por lo que es mucho más difícil de llevar a cabo y es donde hemos encontrado el principal obstáculo. En esta obra todo el mundo se enamora o se burla por la palabra. Las palabras son tentáculos, cuchillos. Hay toneladas de juegos de palabras. Por eso hemos intentado verter con fidelidad al Shakespeare más juguetón y más revolucionario con el lenguaje», suscribe sobre una pieza con aires mediterráneos que, además de los citados Pérez, Baiges y Sacha Tomé, completa su elenco con Carmen del Valle, José Tomé, Rafa Castejón, Victoria Salvador y David Soto Giganto.
  • Dónde: Matadero (Naves del Español), Madrid. Cuándo: hasta el 6 de marzo. Cuánto: 20 euros.