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“Tea Rooms”: Mujeres en precariedad laboral y vital ★★★☆☆

La pieza que dirige Laila Ripoll habla de los problemas de las mujeres para compaginar, en un entorno tan hostil con ellas, el trabajo y la familia con la felicidad
MarcosGPunto
La Razón

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Autora: Luisa Carnés. Directora: Laila Ripoll (también responsable de la versión). Intérpretes: Paula Iwasaki, Silvia de Pé, María Álvarez, Carolina Rubio, Elisabet Altube y Clara Cabrera. Teatro Fernán Gómez, Madrid. Hasta el 24 de abril.
Bonita iniciativa, por parte de Laila Ripoll como directora del Teatro Fernán Gómez, la de recuperar la figura de la escritora Luisa Carnés y poner en valor su obra, hoy por desgracia injustamente olvidada.
Defensora de la República y del sufragio femenino, y muy comprometida en general con las causas sociales, Carnés fue una autora formada de manera autodidacta que conoció de primera mano la dura realidad laboral, familiar e intelectual de las mujeres de su tiempo, a las que convirtió en protagonistas de sus novelas y relatos. Pero no fue la suya una obra de militancia supeditada a la defensa de una ideología política concreta, sino una obra de verdad literaria en la que, amén de sus preocupaciones sociales, se aprecian no pocas virtudes relacionadas con la creación y la estructura de las tramas, con la caracterización de los personajes y con el manejo fluido del lenguaje narrativo.
Inspirada en su propia experiencia como trabajadora de un establecimiento hostelero de Madrid, Tea Rooms habla de los problemas que tienen las mujeres para compaginar, en un entorno tan hostil con ellas, el trabajo y la familia con la felicidad. Pero hay, además de esa queja más que razonable, un hálito de emancipación, muy bien advertido y plasmado por Ripoll en su adaptación, que impele a algunos personajes femeninos a buscar su propio camino vital, aun a sabiendas de que las cosas pueden ser a veces catastróficas para ellas.
En su versión, concentrada exclusivamente en un puñado de personajes femeninos –que son, desde luego, los protagónicos en la novela–, Ripoll ha acentuado la teatralidad del libro haciendo que toda la acción –incluso la que ocurre fuera– dimane de la percepción que de ella tienen las empleadas del establecimiento, que son las que ocupan en todo momento el espacio escénico mientras realizan su trabajo diario. Es una función que trata de reproducir el trasiego de ese trabajo, con permanentes entradas y salidas de personajes, no solo en el espacio físico, sino en la acción y en los diálogos. Es por ello un espectáculo que necesita, para fluir de la exigente manera que se ha impuesto a sí misma la directora, una precisión de relojería que solo pueden dar más ensayos y más rodaje; pero que seguro se alcanzará, si es que no se ha alcanzado ya, cuando esta crítica sale publicada.
En cuanto al trabajo actoral, destaca especialmente Carolina Rubio dotando al personaje de Laurita de una curiosa y muy convincente mezcla de inocencia, frivolidad y ternura que acrisola muy bien la poesía inherente a su destino trágico.
En cuanto a la ambientación, pocas veces la Sala Jardiel Poncela ha lucido tanto con la recreación que ha hecho allí de la trastienda de una confitería el escenógrafo Arturo Martín Burgos –convenientemente iluminada por Luis Perdiguero–, si bien pueden despistar un poco la ubicación de cristalera y de la caja registradora.

Lo mejor

La propuesta viene a demostrar que se puede hablar de cosas importantes y eternas sin necesidad de actualizarlas artificiosamente.

Lo peor

Hay algún que otro personaje, como el de la encargada, que está innecesariamente llevado al estereotipo.