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“Castroponce”: Pueblerinos de mucho nivel ★★★★☆

Una de las propuestas menos mediáticas y más atípicas en las que se haya podido involucrar Pablo Rosal es, sin duda, esta inclasificable y brillante función
Laura Ortega
La Razón

Creada:

Última actualización:

Autor, director e intérprete: Pablo Rosal. Teatro del Barrio, Madrid. Hasta el 26 de junio.
Implicado en algunos proyectos importantes del Teatro de La Abadía y del Teatro del Barrio en los últimos tiempos, Pablo Rosal está despertando con sus variopintos quehaceres escénicos una creciente expectación entre el público más teatrero de Madrid. Y la verdad es que hay motivos para que así sea.
Una de las propuestas menos mediáticas y más atípicas en las que se haya podido involucrar el dramaturgo, director, actor y “performer” es, sin duda, esta inclasificable y brillante función titulada Castroponce. La obra está estructurada como un monólogo en el que el propio autor, o quizá un personaje que no es exactamente él, a modo de introducción, explica al público la falseada naturaleza del proyecto: “En el marco del ciclo Teoría y praxis del teatro político en el siglo XXI que organiza el Teatro del Barrio para fomentar el debate sobre lo político en el teatro, os presento el espectáculo Castroponce 2015, dice Rosal.
Y, a partir de aquí, se enfunda otro personaje, con el ridículo nombre de Mónica Comino Tróchez, que empieza a narrar cómo se desarrolló, incorporando para ello a todos los protagonistas que intervinieron en él, un supuesto y delirante simposio de teatro político que se celebró en una remota localidad de la comarca castellana de Tierra de Campos, y en el que ella actuó como secretaria. Todo lo que la tal Mónica Comino relata y recrea a continuación, hasta el final del espectáculo, es un ingeniosísimo y paradójico disparate: por un lado, resulta deliberadamente inverosímil que los habitantes de un pueblo diminuto de la España vaciada puedan ser activos partícipes de un evento de tanta erudición como es el mencionado simposio; sin embargo, por otro lado, no pueden estar mejor dibujados y dotados por Rosal, desde el punto de vista intelectual y psicológico, todos los personajes que salen a colación.
De manera que, a lo largo de los 70 minutos que dura la representación, el espectador verá a un puñado de entrañables paletos que, sin dejar de ser como son, es decir, bien afianzados en el rudo contexto rural al que pertenecen, razonan como auténticos sabios y defienden sus posiciones –todas muy diferentes– haciendo gala de una capacidad lógica y argumentativa que ojalá tuviéramos todos los que estamos en el patio de butacas. Lo que hace Rosal es sacar a la palestra temas e ideas complejos y profundos para exponerlos dentro de un entramado teatral surrealista, de tal modo que logra mover cómodamente al espectador hacia el humor más desbocado sin dejar de lanzarle poderosos interrogantes acerca del sentido del arte, sus posibles normas y limitaciones –si es que las tiene–, su relación con la ética y la política y, en definitiva, su imbricación en la vida misma.
Que el espectáculo se subtitule Teoría y praxis para una vanguardia del siglo XXI puede ser consecuencia, en un primer nivel, de una mera gamberrada más de Rosal; pero, en un nivel más soterrado, viene a manifestarse casi como una declaración de intenciones del autor, pues nada puede ser más vanguardista, y más necesario hoy, que dinamitar la realidad a través del humor para llegar a la verdad pura y reveladora que se esconde tras ella. Y no menos transgresor es, asimismo, el intento de poetizar la España vaciada sacándola de sus coordenadas realistas y trágicas para dotarla de una luz, aunque sea artificial, que quizá nos permita advertirla y entenderla mucho mejor.

Lo mejor

Toda la propuesta es una prodigiosa mezcla de lucidez y disparate.

Lo peor

Una vez más, resulta incomprensible que un espectáculo tan bueno, sencillo y barato no tenga más cabida en la cartelera.