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«La Traviata» en el Teatro de la Maestranza: Musicalmente ajustada

Revisión en el Maestranza de esta producción de 2015 de la Scottish Opera, Welsh National Opera, Teatro del Liceu y Teatro Real
Eduardo BrionesEuropa Press
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Verdi: «La Traviata». Director musical: Pedro Halffter. Concepción escénica: David McVicar. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 14-VII-2022.
Revisión en el Maestranza de esta producción de 2015 de la Scottish Opera, Welsh National Opera, Teatro del Liceu y Teatro Real. Pudimos verla años ha en este coliseo. Tanya McCallin es la autora de unos trajes bien diseñados y de una escenografía en la que predominan los tonos negros y oscuros, con cortinajes que se abren y se cierran para delimitar espacios. Todo, pese a la inclusión de contrastes en blanco, resulta en exceso luctuoso. Ciertas incongruencias escénicas de la obra, imposibles de resolver, se tratan de paliar sin éxito, como el movimiento de los asistentes a la fiesta de Flora. Un detalle banal e innecesario: no tiene mucho sentido que la cortesana esté presente en la cama cuando Alfredo canta su aria al comienzo de ese acto segundo mientras se viste. Un trago para el tenor.
En general casi todo es bastante convencional y pasajeramente rancio, con resoluciones curiosas, como el que Germont, en el momento en el que Violetta se muere, se ponga la chistera y se largue. Es también nuevo, para quien pueda percatarse de ello, lo que no es fácil, el que la acción comience, en un flash back que se encuentra en la obra de Dumas, mientras suena la música del preludio inicial, en el momento en el que unos trabajadores, que volverán al final, parece que se están llevando o se van a llevar los muebles de la difunta Violetta y que Alfredo deambule sin norte. Poco afortunada la coreografía del tercer cuadro, por los pasos y por los bailarines. Las ideas de McVicar fueron puestas en pie por Leo Castaldi.
Estuvimos algo lejos del ideal en el apartado voces, pero hubo cosas muy apreciables. La georgiana Nino Machaidze, tras sus comienzos como lírico-ligera, es ahora una lírica de timbre cálido, bien poblado de armónicos. Canta y delinea con gusto, emite por derecho, sin tapujos y se maneja con pasajeras estrecheces, en una coloratura nada fácil. Justita en la zona alta (no se va de hecho, como otras, al Mi bemol sobreagudo al final de “Sempre libera”, lo que no es criticable), carnal en el centro, convincente, sin excesos, en la expresión.
Arturo Chacón-Cruz es un lírico en crecimiento de coloración opaca en la primera octava y mucho mayor lustre en la segunda, con notas bien puestas y brillantes (ese Do no escrito de la “cabaletta”, por ejemplo). Fraseo más bien alicorto. Cumplió. Como Dalibor Jenis, un barítono de emisión tirando a nasal, de pálido timbre y escaso grave. Dice con sentido y da el tipo del cavernícola padre de Alfredo, aunque su canto es bastante monótono. Un buen equipo, con el diestro tenor Manuel de Diego, el competente barítono Carlos Daza y con el prometedor Andrés Merino, también barítono, al frente, dio vida a los secundarios.
Tods ellos, con la base de un Sinfónica de Sevilla en excelente forma, afinada y pulcra, y de un Coro en su sitio, actuaron a las firmes órdenes de Pedro Halffter, que al parecer entiende muy bien el concepto tempo-ritmo verdiano y que trató de ser muy fiel a la partitura, sin elongaciones innecesarias. Un buen ejemplo fue la manera de llevar la escena de las cartas en casa de Flora, en el segundo cuadro del segundo acto, respetando el prescrito Allegro en 6/8, rectilíneo y ajustado. Puede que el cierre de ese acto, en el gran concertante, hubiera convenido sin embargo un balanceo más elástico. Pero es tuvo muy atento a todo y logró hermosos pianísimos en los Preludios. Mucha electricidad, sin embargo, en la despedida de Violetta en el final del cuadro primero de ese acto. Buen éxito, a Teatro lleno, al cierre.

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