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Temporada de Ibermúsica: Viaje caleidoscópico y emotivo

Ha vuelto Yo-Yo Ma y nos ha ofrecido ahora un programa más ligero, en algunos momentos espumoso
Austin Mann
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Auditorio Nacional. Obras Mendelssohn, Shaw, Sibelius, Bloch, Dvorák, Wallen, Mariano, Parra y Piazzolla. Violonchelo: Yo-Yo Ma. Piano: Kathryn Stot. Madrid, 26-X-2022
Ha vuelto Yo-Yo Ma que, después de su demostración, a la que se le pueden poner escasos reparos, de hace unos meses tocando de una sentada las seis “Suites” de Bach, nos ha ofrecido ahora un programa más ligero, en algunos momentos espumoso, en otros nostálgico o romántico, en otros meditativo o soñador. Una muy variada panoplia de emociones y sugerencias, un cúmulo de principios estéticos que, como apunta María del Ser en sus clarividentes notas al programa, otorgaban a la sesión una curiosa dimensión.
Programa caleidoscópico y sin duda taquillero. En él Ma se exhibió a conciencia, sobre todo en las cuatro “Piezas románticas” de Dvorák o en el “Libertango de Piazzolla” (en arreglo de Stott) y mostró su bello y bien cincelado sonido, no muy grande, sus maneras expresivas, sus acentuados “rallentandi”, a veces excesivos, su amor por la línea sinuosa, su habilidad para la regulación de dinámicas, su eventual delicadeza, sus exquisitos pianísimos y su capacidad para cantar; y siempre sonriente y bienhumorado. Su entusiasmo es contagioso y su proyección hacia el público, inusitada, dado el calor que impirme a sus ejecuciones. Tañe un instrumento extraordinario, un stradivarius de 1712, que perteneció a Jacqueline du Pré. Y sobre él desarroló muy fluidamente el programa anunciado.
Airosa la línea con la que dibujó la transcripción de la “Canción sin palabras op.109″ de Mendelssohn, con pianísimos muy de la marca, como en toda la sesión, mostrando una gran compenetración con la pianista. En la tradicional “Scarboruyh Fair” (en arreglo de Hough) disfrutamos de unos dlelicados “pizzicati”. El arco virtuoso se exhibió en “Shenandoah” de Carolyn Shaw. La canción “Fue un sueño” de Sibelius, deicada al público, se nos ofreció con la mayor de las efusiones.
Con las tres piezas del “Alma judía” de Ernest Bloch se nos hizo ver los entresijos del esa cultura. En “Oración” el chelo expresó su triste canto de reminiscencias sefardíes. “Súplica” recogió el sentido de una silenciosa meditación y “Canto judío” mostró las excelencias del legato del instrumento.
Las cuatro “Piezas románticas” de Dvorák dieron pie a poner en evidencia las credenciales del chelista para el “cantabile”, la animación “scherzante”, la esbeltez de la línea y la formulación a media voz.
“Dervish” de Errolyn Wallen sirvió para que adniráramos las facultades de Ma en la búsqueda de contrastes junto a un piano obsesivo sobre acordes de la mano izquierda. Tras una repetitiva y rítmica sección la pieza desemboca en una secuencia de aire jazzístico tocada en este caso con una acentuación contagiosa. El “moto perpetuo” de “Cristal” de César Camargo Mariano dio pie de nuevo a comprobar la pericia agógica de la pareja. Luego la agradable ligereza de Violeta Parra en “Gracias a la vida” nos trasladó al tríptico de Piazzolla.
El famoso “Libertango” reveló una vez más la gracia y el abandono cadencioso de Ma y su estupenda acompañante. En “Soledad” se subrayó el grado de introspección, con un delicadísmo glisando final, y en el “Gran tango” se pudo apreciar el grado de firmeza, virtuosismo y sentido de la imperovisación de los dos intérpretes a lo largo de un muy accidentada escritrura. Dos bises de entraña jazzística dieron fin a un concierto constantemente aclamado por un público que casi llenaba la sala

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