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“Policías y ladrones”: Sátira zarzuelera de nuestros días

La pretensión de esta nueva pieza es trazar en clave de farsa un retrato animado y crítico de un estado de cosas lamentablemente frecuentes en el terreno de nuestra vida pública
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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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«Policías y ladrones», de Tomás Marco sobre libreto de Álvaro del Amo. Intérpretes: César San Martín, Miguel Ángel Arias, Alba Moreno Chantar... Director musical: José Ramón Encinar. Directora de escena: Carme Portaceli. Madrid, 18-XI-2022.
Sin nuevos contratiempos accedió por fin al escenario del Teatro de la Zarzuela de Madrid «Policías y ladrones», composición de Tomás Marco sobre libreto de Álvaro del Amo. A finales de 2016 se daba fin a la elaboración de la obra, cuya pretensión era trazar en clave de farsa, de sátira, un retrato animado y crítico de un estado de cosas lamentablemente frecuentes en el terreno de nuestra vida pública. Un retrato vívido y agudo de ciertas formas de corrupción política.
El libreto de Álvaro del Amo es ágil, punzante, contrastado, alusivo, posee las adecuadas dosis de humor con la correspondiente moraleja. Una muestra más del talento narrativo del escritor, que hace años ya hizo una excelente labor como adaptador de tres libretos de zarzuelas. Sobre su magnífico texto Marco ha compuesto una música estilizada, colorista, variada, fluida y bien ensamblada, integrada, como en los viejos tiempos, por números de distinto signo: solos, dúos, tríos, conjuntos varios, coros, y un chispeante quinteto que cierra la primera parte. Un modelo de construcción contrapuntística, de imitaciones y cruces de líneas, de ataques inesperados y de acelerada rítmica, cerrado por un virtuoso concertante.
Marco mantiene un lenguaje que entrelaza y combina elementos de diverso signo y que él mismo reconoce: pasajes tonales y modales, escalas exóticas, atonalidad y serialismo, incluso compases microtonales y bruitistas. En una amplia panoplia que se va administrando con sentido teatral y que puede considerarse a veces como emparentada con el tradicional minimalismo. La música fluye amena tocada por una orquesta en la que han de lucir las percusiones a menudo apoyadas en timbales y bongós, que animan el continuo discurso que adopta con mucha frecuencia aspecto danzable.
Puede que en ocasiones pese un poco el continuo empleo de los parches y que pidamos una mayor variedad de registros, de un colorido más vivo y contrastado. Pero no puede negarse la habilidad de la pluma para engarzar ritmos sin solución de continuidad y para dotar de intensidad a determinados momentos, en los que el Coro tiene también ocasión de lucirse. Y hay citas. Por ejemplo, en la última escena, una de «La verbena de la Paloma»: «Mi chi-no-no» («Un mantón de la chi-na-na»). O, previamente, una mención del inicio de Los remeros del Volga; o de la Habanera de Carmen...
No se exige gran cosa a las voces. Se sigue una línea vocal, reconoce el compositor, basada en la semántica y la prosodia del idioma, que es algo que se aparta en buena medida de lo que escriben los músicos contemporáneos y que Marco dejaba bien consignado en su cantata «La isla desolada». A los cantantes no se les plantean grandes retos. El personaje central, Presunto implicado, un barítono, tiene una escritura más bien central. Lo cantó César San Martín, de emisión franca y fácil, fraseo bien cincelado y soltura en la dicción. Al Policía, un bajo, se le piden en ocasiones algunas notas bastante graves –puede que incluso un Fa 1– que emitió con cierta facilidad y escaso relieve Miguel Ángel Arias, voz más bien opaca pero de buena pasta.
La pareja de jóvenes, ella hija del Poli y él del político corrupto, estuvo aceptablemente servida por Alba Moreno Chantar, soprano lírico-ligera de canónica emisión y timbre espejeante, y por el tenor lírico-ligero César Arrieta, de corto volumen y agudo incierto, pero de tinte muy agradable. María Hinojosa, soprano de amplio aliento, más lírica que ligera, cantó con calor y vis cómica con alguna agilidad peligrosa. Vibrato muy acusado el suyo. Bien todos Y bien el Coro, como casi siempre, gracias al trabajo de Antonio Fauró.
Y a buen nivel la Orquesta de la Comunidad, con la que Encinar ha trabajado a conciencia una partitura que sin duda aprecia. Los cambiantes ritmos no fueron obstáculo y todo pareció estar en su sitio. Como la puesta en escena de Carme Portaceli, de sesgo minimalista y que busca la complicidad de la imaginación del espectador. Una gran puerta giratoria, situada en el centro de la escena, funciona como la entrada de la cárcel o la de un hotel. Alrededor hay una rampa que se mueve constantemente y unos círculos concéntricos que dan vueltas. Todo muy limpio, práctico y eficaz. El público aplaudió con ganas. Y todos saludaron muchas veces... Menos los autores de la música y del libreto. Ignoramos lo que pudo ocurrir para que se produjera este dislate.