Crítica de teatro

“Un animal en mi almohada”: Teatro social, pero, sobre todo, teatro ★★★★☆

En muy poco tiempo Vanessa Espín ha pasado de ser casi una desconocida a estar programada prácticamente en todos los teatros públicos de Madrid

Vanessa Espín firma la autoría y la dirección de "Un animal en mi almohada"
Vanessa Espín firma la autoría y la dirección de "Un animal en mi almohada"Teatro Fernán Gómez
Autora y directora: Vanessa Espín. Intérpretes: Elena González, Concha Delgado, Laura Galán, Paula Iwasaki, Rebeca Hernando. Teatro Fernán Gómez (Sala Jardiel Poncela), Madrid. Hasta el domingo.

En muy poco tiempo Vanessa Espín ha pasado de ser casi una desconocida a estar programada prácticamente en todos los teatros públicos de Madrid, ya sea en su faceta de ayudante de dirección, ya en la de directora, ya en la de autora, ya empleándose en varias de ellas a la vez, como ocurre en esta función sobre la violencia de género que ella misma dirige a partir de un texto suyo.

En líneas generales, el interés desmedido de los programadores públicos por dar prioridad al teatro social sobre cualquier otro tipo de propuestas no solo está generando un desequilibrio temático y estilístico, a veces inexplicable, en la oferta cultural que le llega al ciudadano, sino que, además, está provocando que se cuele en esa oferta demasiado gato por liebre. Parece que, dentro de las coordenadas del teatro social, hoy todo vale: como las intenciones del creador son éticamente razonables, y aun defendibles, cualquier resultado es justificable. Y, en clave puramente artística, no debería ser así.

Por eso resulta reconfortante encontrar en la cartelera un montaje como Un animal en mi almohada. Salvo alguna rara y brillante excepción, apenas hay funciones en los dos o tres últimos años que hayan sido concebidas bajo la premisa de una crítica o denuncia social acuciante y que se hayan revelado, como es el caso, ricas y entretenidas en lo argumental, potentes en su conflicto dramático y poéticas en su lenguaje. Ni siquiera la propia Espín lo había conseguido, esta misma temporada, con su obra 400 días sin luz, sobre la penosa situación de la gente que vive en la Cañada Real. Diría, incluso, que hay pocas funciones de este tipo, y esto empieza a ser preocupante, que estén, por lo menos, correctamente interpretadas. Y esta supera con creces la corrección: hay un elenco formidable en el que destacan Rebeca Hernando, Elena González y Paula Iwasaki.

Un animal en mi almohada es una sencilla y muy atinada tragedia contemporánea que tiene todos los ingredientes de las grandes tragedias griegas y, sobre todo, de las grandes tragedias lorquianas, repletas de símbolos: los elementos propios de la naturaleza y el universo, como la luna, el mar...; la imposible huida de un destino fatal, aquí explicitada en las carreras de una protagonista que no logra esquivar a su verdugo; el anhelo de un mundo más feliz y amoroso, expresado en ciertos ritos de lúdica confraternización que se muestran sobre el escenario casi a modo de sueños, o el empleo formal de textos y canciones de aliento poético –estupendamente interpretadas a capella por las actrices– definen el espíritu de una obra en la que hay, ¡por fin!, mucho más rebato que doctrina, y mucho más arte que panfleto.

Lo mejor

La tragedia, aunque puramente lorquiana, está contada sin ese tremendismo –guste o no, hoy un poco pasado– propio del poeta granadino.

Lo peor

El personaje de la jueza, muy sólido al principio, se desvanece sin ton ni son cuando sobreviene la tragedia.