Arlequino, el «slapstick» que vino del West End
En «Dos peor que uno» hay tres obras y a la vez sólo una. Me explico: la primera, fue escrita en 1743 en Venecia. La firmó un tal Carlo Goldoni y se titula «Arlequino, servidor de dos patrones». Hoy es un clásico, una comedia de equívocos, hambre y disfraces y un vehículo de primera para el teatro en estado puro. La segunda pieza que se agazapa detrás del título en castellano que llega esta semana a los Teatros del Canal es «One Man, Two Guvnors». Es decir, la actualización personalísima, en clave musical, hilarante y muy «british» que el dramaturgo inglés Richard Bean realizó en 2011. Un título estrenado en el National Theatre que bebía de «Arlequino» sin ser una mera versión. Fue un éxito inmediato, con producción en el West End, gira por Reino Unido y salto a Broadway. Y llegamos a la tercera obra, o la nueva capa de la misma historia: «Dos peor que uno». La versión española del musical de Bean. Sus responsables se llaman Paco Mir (adaptación), uno de los tres Tricicle, y Alexander Herold (dirección), dos viejos amigos que llevan años de colaboración. Ambos conocieron a Bean en Londres y dicen que está «encantado» con esta puesta en escena española.
Arlequino es el «zanni» o sirviente veneciano que se ve envuelto en un lío de mensajes que van y vienen entre dos señores que no saben que se gana el pan a dos bandas. Un enredo complicado con una tapada disfrazada de hombre –uno de sus amos– y el hombre al que ésta ama, que casualmente ha matado a su hermano –el otro señor del criado–. En «One Man, Two Guvnors», Bean se lo llevó todo a Brighton en los años 60, convirtió a Arlequino en Francis Henshall, un vividor que sirve a dos gángsters y le metió música de «skiffle», un género anglosajón similar al folk en el que se toca con toda suerte de instrumentos de andar por casa. Arrasó. Crítica y público se volcaron. No le fue bien en los premios de 2012, sin embargo: multinominada en los Olivier británicos, «Matilda» le robó la cartera. Al otro lado del charco, los Tony se le escaparon también casi todos –la culpa la tuvo «Muerte de un viajante»– salvo el del actor, James Corden.
Brighton, la Marbella inglesa
Ahora, Mir y Herold transforman a Arlequino/Henshall en Dino y se lo traen todo, explican, a un espacio «no definido». Fernando Gil, Miren Ibarguren y Peter Vives encabezan el reparto de esta comedia que, cuenta Paco Mir, «lo tiene todo» de «One Man, Two Guvnors». «No es literal, porque aquella estaba ambientada en Brighton, una sociedad un poco criminal», añade. «Algo así como nuestra Marbella», apostilla Herold. «Aquí –prosigue Mir–, lo hemos sacado de contexto. No está en ningún sitio: podría ser Inglaterra o el Mediterráneo». Para ello, explica, «hemos adaptado las bromas locales inglesas a otras inteligibles españolas... y poca cosa más». Es, define Herold, «una comedia inglesa basada sobre una commedia dell’arte italiana. Pero ahí termina lo italiano. No intentamos hacer Goldoni, sino Richard Bean».
Para definir el tipo de comedia, Herold es rotundo: «Es ‘‘slapstick’’. Un compendio de gags. Recuerdo, cuando lo vi la primera vez, que me maravillaba que la gente se riera tanto. Y es el público del National –lo más parecido en España sería el CDN–, clase media, de 50 años para arriba. No he visto a los espectadores reaccionar así desde ‘‘Noises off’’, en los años 80. Era apoteósico. Cuando lo sacaron al West End, fueron al Adelphi, que tiene 1.500 butacas. Hacer una comedia en un teatro así, con tres niveles de público, ya es arriesgado. Pero llenaban, ocho veces por semana, y se rompieron butacas todos los días, de la gente riéndose».
Es un tipo de comicidad específica, basada en el absurdo inglés. Cuenta Mir que «adaptar cualquier cosa a cualquier idioma ya es complicado. Y el humor, mucho más: están los juegos de palabras, las bromas locales... Hay cosas que se pueden traducir y otras que hay que traicionar para mantener el ritmo original de la función. Es complicado». Para Herold, «el humor nunca es fácil. El arte de la comedia es que lo parezca. Pero hay mucho trabajo detrás». Hay que encontrar de qué se reirá el espectador, y no es igual en Londres o Nueva York que en Barcelona, Madrid o Zamora. Por eso, el restaurante The Cricketers del original ha quedado convertido aquí en el Arlequino, un homenaje a Goldoni.
¿Qué elementos hacen que una obra triunfe en Londres y son los mismos que apelan al espectador español? Son preguntas sin respuesta. Si la tuvieran, habría miles de productores millonarios. Pero Mir hace una reflexión: «Siempre hay un escalón enorme entre Londres y España. Ellos tienen una tradición centenaria de espectáculos, una cultura teatral muchísimo más grande que la nuestra. Hay muchos tipos de humor, muchas comedias que funcionan allá y aquí no, simplemente porque no estamos todavía preparados para escucharlas. Pueden hacerlo en círculos pequeños, pero no de forma general. Hay todavía un gran ‘‘décalage’’ de educación, de ir al teatro». Herold va un paso más lejos: «Esta diferencia es cultural. El público de Londres o Nueva York saben que cuando pagan sus entradas, que cuestan hasta cuatro veces más que en España, sólo han hecho la mitad de su trabajo. El resto lo tienen que hacer cuando entren en la sala. También tiene su parte en la experiencia teatral. En Londres noto la grandísima diferencia entre estos dos públicos. El de allí está siempre a favor de los actores. Siempre quieren que el asunto salga bien. Están dispuestos a encontrar todo lo positivo. Están allí para reír, para llorar y para trabajar. Aquí hay una cierta tendencia a sentarse, cruzar los brazos y decir: ‘‘Entretenedme’’».
Dos mercados muy diferentes
Lo que Herold defiende –le hago notar– se ha definido como el «síndrome de Estocolmo del espectador»: la obligación de disfrutar aquello que se ha pagado. El director asegura que no es así en Londres: «Vas a los ‘‘pub theatres’’ y es la misma idea. Y allí ver teatro te cuesta una cerveza. Pero la gente quiere que salga bien». Mir sabe que «no hay una fórmula. El mundo está lleno de malos espectáculos que triunfan y buenos montajes que no lo hacen. Hay muchos elementos intangibles: el marketing, el tiempo, el fútbol... Sino, todo el mundo lo dice: los bancos invertirían en teatro». A pesar de todo, Mir defiende que «todo Madrid es nuestro Broadway. Es el único sitio donde la gente va a hacer turismo y a ver teatro. Esto no pasa ni en Barcelona, o en una proporción más pequeña. Madrid siempre se ha nutrido de la población flotante». Con todo, reconoce, «la industria teatral londinense es única».