Armando del Río: «Quien no ha recibido cariño no sabe lo que es querer»
Armando del Río / Actor. Interpreta en la sala Mirador, junto a su pareja, un duro texto sobre la soledad y el desarraigo emocional
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Interpreta en la sala Mirador, junto a su pareja, un duro texto sobre la soledad y el desarraigo emocional
Cuando una persona crece sin haber sido querida, es fácil que desconozca los caminos para querer. Cuando no se ha sentido de cerca el afecto y el calor de la ternura, es posible que la soledad sea el único refugio o la violencia la única manera de defenderse. «Danny y Roberta», del norteamericano John Patrick Shanley, es la historia de dos soledades encontradas frente a frente. Protagonizada por Armando del Río y Laia Alemany –su pareja en la vida real– y dirigida por Mariano de Paco, estará en la Sala Mirador hasta el próximo día 6 de marzo. Para Armando del Río «actoralmente es un privilegio dar vida a este Danny, tan extremo, tan infantil, tan desolado, a punto de tirar la toalla en la lucha por su propia vida. Un día conoce a Roberta, que sufre como él y, un halo de esperanza se abre». ¿Podrá tener esa felicidad que ansía y ser como la gente «normal»?
–¿Una historia de perdedores?
–Es un retrato de la vida cotidiana. Son perdedores porque no saben gestionar sus emociones. Socialmente se han quedado aislados, su comportamiento es afectivamente inmaduro, no saben llenar ni satisfacer sus propias necesidades.
–Pero a quien se valora es a los ganadores.
–A los ganadores sociales. Los héroes de ahora, los modelos que se admiran son los que tienen más dinero, los líderes, no a los que hacen buenas obras. No se valora a los voluntarios que van a las islas griegas a salvar personas. Eso socialmente no interesa. El foco se va al que brilla.
–¿La sociedad es cruel con los más débiles?
–La naturaleza es así. Desde el colegio ya se ve. A los débiles no se les deja jugar, los acosan, los insultan. Yo lo sufrí y tuve que defenderme. Los niños son crueles con los débiles. Cuando se juntan contra alguien dan miedo porque se dejan llevar. Eso se traslada a la sociedad. Pero los perdedores son más sensibles, más reflexivos, han sufrido.
–¿Quién es Danny?
–Un tipo que trabaja de camionero y tiene problemas para expresarse y relacionarse. Esto le provoca una frustración que muestra con la violencia y está agotado. Se agarra a Roberta porque en ella encuentra a alguien con quien puede hablar, que lo escucha. Con ella conecta en el dolor, puede ser él mismo. Ella es su último barco.
–¿Y Roberta? ¿Cómo es ella?
–Es una madre soltera y ha sufrido tanto como él, una chica de buen corazón, pero muy complicada. Con secretos que le hacen sentirse culpable, que la tienen anestesiada emocionalmente. Tiene un trauma y no le importa nada.
–¿Son almas gemelas?
–Ambos han sufrido mucho y se entienden. Tienen ganas de amar y de quererse porque están muy necesitados. Roberta le da el cariño y afectividad que necesita y él le da la posibilidad del perdón, de perdonarse a sí misma ante su profundo sentimiento de culpabilidad. Una historia de amor extrema.
–¿Hasta qué punto es importante crecer sintiéndose querido?
–Los dos hablan mal de sus padres. Roberta los odia y él ni los nombra. Son familias desestructuradas y ellos heredan ese patrón. Quien no ha recibido cariño no sabe lo que es querer. La responsabilidad de los padres es ser guías, educar desde el cariño y si no, que no tengan hijos.
–¿Hay gente a la que parece que se les niega cualquier felicidad?
–Ellos atraen la desgracia inconscientemente. Hay gente que parece traer la mala suerte. Son ondas que se mandan, un mecanismo psicológico. El inconsciente pesa mucho y ellos se están negando de alguna manera la felicidad. Lo saben y lo sufren, pero no pueden cambiarlo. Son víctimas, no saben ser felices porque no lo han sido nunca.
–¿Tienen miedo?
–Sí, miedo a ilusionarse y que la vida les vuelva a dar otro palo, sobre todo Roberta. Ella es más escéptica. A él le importa menos. No cree en sí misma y ve la realidad, lo violento que es, cómo se altera. Se cuestionan hacia dónde van. Miedo a que no funcione y el fracaso les haga daño.
–¿Ése es el origen de su violencia?
–La violencia es una forma de expresarse, un arma y una coraza para protegerse, un recurso, un signo de impotencia, de miedo... Atacar antes de ser atacado. Una manera de tapar su fragilidad, su inseguridad.
–¿Hay esperanza para ellos?
–La transmiten. Hay un mensaje de ¡ojalá que se queden juntos y dejen de sufrir! Pero... no sabemos.
–¿Qué le supone como actor un personaje así?
–Es un reto porque tienes que bucear en tu propia violencia interna y llevarla al extremo. Explorar tus dificultades para el afecto. Es un personaje con una mentalidad infantil, inmadura, que pasa de 0 a 100 en un segundo, de la violencia más absoluta al desamparo o a la ilusión. Tienes que meterte muy dentro.
–¿Cómo lleva representar a esta pareja con la suya en la vida real?
–Es algo que suma, sobre todo en esos momentos tiernos de complicidad y, como la tenemos, se nota. Pero también se ve en las discusiones, que en eso también hay experiencia (risas).
–¿Y se llevan el trabajo a casa?
–¡Nooo...! Muy poco, sólo lo imprescindible. Alguna cosa del montaje, detalles o cuando volvemos andando a casa.
–¿Qué tiene el teatro que no tengan la televisión o el cine?
–La energía que te transmite el público, el «feedback» y que durante hora y media eres el dueño de tu trabajo, nadie te corta, aunque pueden pasarte muchas cosas y necesitas estar muy alerta, con la alarma encendida.
–¿Qué medio prefiere?
–El cine. Me he criado con él, como actor y espectador. Me gustan las atmósferas que se pueden crear, las músicas, el lenguaje audiovisual y dirigir. Estoy empezando a hacer cortos y escribiendo. Me gustaría hacer más cine.
El lector
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