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"Coronada y el toro": La contradicción española y quizá universal ★★★★☆

Las Naves del Español de Matadero presentan esta obra de Francisco Nieva con su particular universo expresionista, cañí y esperpéntico
Imagen de la representación de "Coronada y el toro"
Imagen de la representación de "Coronada y el toro"Javier Naval
La Razón

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Obra: Coronada y el toro. Autor: Francisco Nieva. Dirección: Rakel Camacho. Interpretación: Lorena Benito (la Melga), Pedro Ángel Roca (Maraúña), Eva Caballero (Mairena), Álvaro Romero (La voz cantante), Juanfra Juárez (Don Cerezo), Antonio Sansano (Panzanegra), Jorge Kent (Hombre-Monja), Sanna Toivanen (la Dalga), Chani Martín (Zebedeo), Germán Vigara (Tenazo) y Nerea Moreno (Coronada). Naves del Español en Matadero. Desde el 17 de marzo al 15 de abril de 2023.
No resulta muy fácil explicar el argumento y el propósito de Coronada y el toro a quien no tenga alguna que otra referencia de la obra, como no resulta fácil, en definitiva, hablar sobre el universo de Francisco Nieva a quien que no esté mínimamente familiarizado con él. No obstante, mi trabajo es intentarlo. Simplificando mucho para no escribir más palabras de las que me permite mi editor, y sacrificando, para que se pueda comprender bien lo expuesto, la ingeniosa y delirante poesía del autor -presente ya incluso en los antropónimos y topónimos-, podría decirse que la obra cuenta las afecciones y disensiones que se establecen entre los habitantes de un pueblo cuando, en vísperas de sus fiestas, la hermana del alcalde se rebela contra este por la tiranía que ejerce. Obviamente, teniendo en cuenta cómo era Nieva, esa trama se plantea en el texto, y también en esta puesta en escena, muy lejos de las coordenadas realistas de mi sinopsis: todo es puro esperpento tanto en la palabra como en la acción; comedia desquiciada y tragedia cañí; expresionismo irracional y lirismo verbenero, gigantesca amalgama insólita y, a la vez, reconocible paisanaje de trazos casi armoniosos.
Desde luego, para poner en pie de manera eficaz todo ese barroquísimo tinglado dramático, pocos directores se me ocurren más idóneos que Rakel Camacho; pocos habrá tan capaces de incurrir, de manera consciente y voluntaria, en las mismas discordancias estéticas y conceptuales que Nieva asimismo asumía de forma consciente y voluntaria. Tan desmesurada es la creadora manchega como lo era el
manchego dramaturgo. Y eso es precisamente lo que necesitaba esta función, buenas dosis de exceso para mostrar con ironía y grosera belleza, como en un gran carnaval, la inexplicable contradicción que nos define como pueblo, como colectividad; una colectividad donde la tradición y la libertad pasean de la mano mientras con la otra se lían a mamporros, y donde el conservadurismo y el progreso se conjugan, a gusto de cada cual, de la manera más inverosímil que cabría imaginar. Con la ayuda de un gran equipo artístico (José Luis Raymond en el diseño del espacio escénico, Ikerne Giménez en el vestuario, Baltasar Patiño en la iluminación o Julia Monje en el movimiento), Camacho convierte el escenario en un formidable espacio de celebración y confrontación en el que cualquier cosa puede ocurrir sin la rigurosa necesidad de que tenga que estar justificada, porque nosotros mismos, retratados aquí de manera caricaturesca, no siempre tenemos demasiada justificación. Tan eclécticas, extravagantes y cautivadoras a la vez como exige el espectáculo son la música de Pablo Peña y las canciones de Álvaro Romero, interpretadas por él mismo en directo. En cuanto a las interpretaciones, todas correctas, cabe destacar especialmente a Jorge Kent, como el Hombre-Monja, y a Pedro Ángel Roca, en el papel de Maraúña.
  • Lo mejor: La divertida mezcla de expresionismo incongruente y sutileza poética, tanto en el texto como en la escenificación.
  • Lo peor: Una vez planteado el gran festín carnavalesco, la obra tiene en realidad poca acción dramática.

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