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«El corazón de las tinieblas»: Fría estampa de la perversión

larazon

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«El corazón de las tinieblas». Autor: Joseph Conrad. Dirección: Darío Facal. Intérpretes: Ernesto Arias, Ana Vide, KC Harmsen y Rafa Delgado.
Teatros del Canal. Del 26 de abril al 13 mayo de 2018
La compañía Metatarso acomete con valentía la difícil tarea de llevar a las tablas «El corazón de las tinieblas». Como en prácticamente la totalidad de sus obras, Conrad partió en esta famosa novela de sus experiencias personales como marinero para reflexionar sobre la vulnerabilidad moral del ser humano. Las atrocidades cometidas en el Congo durante la época del colonialismo belga, conocidas de primera mano por el autor anglo-polaco, son trasladadas al escenario por Darío Facal en una propuesta que mezcla lo teatral, lo documental e incluso lo performático. A partir de una falsaria declaración de intenciones del rey Leopoldo II recogida por Conan Doyle («Nuestro único objetivo, no me canso de decirlo, es la regeneración moral...»), el director trata de llevar al espectador por el mismo camino intelectual y psicológico que va trazando Charles Marlow, el protagonista, hasta descubrir que cualquier buena intención primigenia en aquella empresa, si es que la hubo, quedó enterrada bajo la codicia que despierta el tráfico de marfil y bajo el abuso de una población foránea que solo trataba de dominar, y aun esclavizar, a una población nativa más débil. En un afán por universalizar la idea del mal sobre la cual trata la obra, ese recorrido que va haciendo el personaje se ilustra con otras referencias bien seleccionadas, que van desde el Génesis hasta Solzhenitsyn, pasando por Montaigne, Sade, Diderot, Nietzsche o Primo Levi. Lejos de optar por una dramatización convencional del conflicto, y por presentar una acción eminentemente dialogada, Facal ha mantenido, y hasta ha potenciado, la narración y el monólogo que caracterizan la novela, tal vez buscando cierta neutralidad documental en la exposición de los hechos. Inevitablemente, eso pasa factura y la obra, a pesar de sus aciertos, se hace un poco aburrida en su desarrollo; ello a pesar de las hermosas pinceladas musicales de José Luis Franco y Ass Sabar, así como de los esteticistas y sugerentes diseños de escenografía y vestuario –obra de María de Prado y Ana López, respectivamente. Como protagonista casi absoluto, Ernesto Arias, en su doble condición de Charles Marlow y de narrador –la novela cuenta también con estas dos voces narrativas–, hace un formidable trabajo interpretativo, regido por la contención introspectiva del personaje y por la «asepsia» que marca el director, para expresar con verosimilitud la sosegada compunción de quien ha visto el reverso más oscuro del alma humana.

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