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«El idiota», una bondad casi divina

Gerardo Vera y José Luis Collado levantan otra novela de Dostoievski «imposible» de teatralizar.

En primer plano, Jorge Kent y Marta Poveda, Parfión Rogozhin y Nastasia Ivánovna en «El idiota», que se presenta en el María Guerrero
En primer plano, Jorge Kent y Marta Poveda, Parfión Rogozhin y Nastasia Ivánovna en «El idiota», que se presenta en el María Guerrerolarazon

Gerardo Vera y José Luis Collado levantan otra novela de Dostoievski «imposible» de teatralizar.

La adaptación al teatro de una novela como «Los hermanos Karamázov» se antojaba complicada, pero José Luis Collado, tirando de ingenio, logró una versión muy aseada en el otoño de 2015. Ahora, el creador intenta repetir la proeza con otro texto de Dostoievski, «El idiota»: «Es tan rico que permite seleccionar lo que te conmueve, lo que te inspira, adaptarlo a tu forma de contarlo», explica Collado. Una obra que en manos de Andrezj Wajda quedó reducida en «Nastazja» a dos únicos actores (Toshiyuki Nagashima y Tamasaburo Bando, en los papeles del príncipe Myshkin y Nastasia).

El caso que nos ocupa no es tan drástico, aunque sí un «milagro», en palabras de Gerardo Vera, director del montaje: «Es un reto descomunal, como “Los hermanos Karamázov”, aunque quizá este aún más. Pasar de una novela de 800 páginas a unas 60 es un trabajo admirable», comenta de un libreto en el que se han suprimido muchas tramas secundarias, pero en el que «el grueso de la narración original está presente». Por su parte, Collado prefiere hablar de un proceso «largo» al que despoja de la dificultad de Karamázov: «No es que la novela sea menos compleja o extensa, pero supongo que la inmersión en el universo Dostoievski que supuso aquel trabajo me ha proporcionado ciertas herramientas, cierta conexión inconsciente con su universo creativo. La clave ha sido la misma que en aquella ocasión –continúa el autor de la versión–: desprendernos de todo lo accesorio a la historia que queremos contar, redibujar personajes para que asuman claves y rasgos de otros muchos que no pueden estar y simplificar espacios y tiempos para poder ponerlo encima de un escenario». Resumiendo, destilar centenares de páginas para convertirlas en una obra de teatro de dos horas.

La decadencia de la nobleza

El centro de la trama sigue siendo para el príncipe Myshkin, el último miembro de una familia noble arruinada y, en boca de Collado, «uno de los más grandes personajes jamás salidos de la imaginación de un escritor». Un honor que comparte con Alonso Quijano, con el que se ha comparado a lo largo de la historia por su ingenuidad y candidez: «Existen rasgos en común, como esa alienación que tiene su origen en un trastorno mental y que les hace ver el mundo desde una perspectiva diferente a la del resto de los mortales», comenta sobre un idiota creado un cuarto de siglo después de que Cervantes hiciera lo propio con su caballero. Fue entonces cuando la literatura dio «varios pasos de gigante y los personajes ganaron en profundidad y riqueza de matices». Porque Myshkin es un Quijote, sí, «pero también como un Jesucristo –analiza Collado–. Es un cordero en un mundo lleno de lobos, pero al contrario que el hidalgo, cuando los lobos le atacan él siempre está dispuesto a poner la otra mejilla. Su determinación, su necesidad de hacer el bien a cuantos le rodean, nace de una profunda bondad que podemos considerar casi divina».

Pero el Myshkin de «El idiota» es un «alter ego» del propio autor y del Smerdiakov de «Los hermanos Karamázov». Tres personajes unidos por una epilepsia que marca sus acciones, aquí las del príncipe, como desarrolla Vera: «Sus pasiones son extremas, tiene una personalidad angustiada y una ardiente necesidad de amor, posee un orgullo sin límites y se deleita la mayoría de las veces en ser humillado. Infinitamente soberbio, se complace en su propia superioridad y en la manifiesta indignidad de los demás. Los que no le conocen se burlan de él; los que sí lo hacen no pueden evitar temerle –continúa–. Podría convertirse en un monstruo de rencor y de deseos de venganza, pero el amor le salva, le llena de la más profunda compasión y le enseña a perdonar los errores de los demás, desarrollando así a lo largo de la narración un elevado sentimiento de moralidad».

Un protagonista que fascina a todos los que le rodean, que «no pueden evitar dejarse fascinar por él, aunque al mismo tiempo sienten un profundo terror ante esa mezcla de orgullo, pasión e inocencia que a todos les desborda. Este es el personaje, este “idiota” que no lo es tanto y que ya forma parte de los grandes personajes de la literatura de todos los tiempos», cuenta el director de un Myshkin que pasa de la lucidez y la esperanza a la podredumbre y a la miseria. Así lo cuenta el texto: «Estoy fuera del mundo, desterrado del mundo, si fuera posible desaparecer de aquí en un instante y empezar una nueva vida, desearía que todos me olvidaran. Qué maravilla si no os hubiera conocido, si todo esto no hubiera sido como un mal sueño».