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«El perro del hortelano»: La frescura de Lope y la ligereza neoclásica

Autor: Lope de Vega. Dirección: Helena Pimenta. Intérpretes: Marta Poveda, Rafa Castejón, Joaquín Notario, Natalia Huarte, Francisco Rojas... Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 22 de diciembre.
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La CNTC ha inaugurado su temporada con uno de los platos fuertes del año: «El perro del hortelano», de Lope de Vega, bajo la batuta de Pimenta. En su mirada sobre esta archiconocida y simpatiquísima comedia palatina que, con algunas variantes, pertenece al grupo de las de dama de posición elevada que se enamora de subalterno de clase social inferior, la directora ha querido, con buen criterio, resaltar el amor sobre el escenario. Y tanto es así que Pimenta lo ha convertido incluso en un personaje más –sin texto– que aparece en algunas escenas o transiciones, con su oportuna venda en los ojos, para remarcar y hermosear una acción en la que los personajes están siendo zarandeados por sus inescrutables y caprichosos dictados. Hay, además, una interesante traslación de la obra al siglo XVIII en la puesta en escena, probablemente con la intención de hacer ese sentimiento amoroso más diáfano en una época más festiva socialmente que el XVII original; se percibe en el fantástico y colorido vestuario de Pedro Moreno y Rafa Garrigós, en la juguetona, y hasta frívola, música que ha preparado Nacho García; en la vitalidad que imprime la luz de Juan Gómez-Cornejo, o en la mínima, y al mismo tiempo exquisita, escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda. Si a eso sumamos el trabajo del «ronlalero» Álvaro Tato como responsable de una versión en la que una vez más ha buscado –y encontrado felizmente– la claridad del concepto sin restar fuerza ni brillo al verso de Lope, no hay duda de que el resultado global rezuma una dulzura y un encanto que cala enseguida en el público (llamaba la atención ver en las butacas a gente tan distinta con la misma sonrisa). Sin embargo, todo el meollo estrictamente dramático hubiera tenido todavía más vigor variando un poquito el reparto. Y no porque los actores elegidos no estén a la altura de la obra, pues son todos estupendos, sino porque algunos tienen que luchar encarnizadamente contra sus cualidades fisiológicas e interpretativas en el intento de plegarse a unos personajes que no les van demasiado bien.

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