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"Federico Gacia Lorca": Lorca, el hombre que amaba

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Autores: Irma Correa y Nando López. Director: Miguel del Arco. Intérpretes: Julen Alba, Óscar Albert, Ana Bokesa, Katia Borlado, Álvaro Fontalba, Xoán Fórneas, Pascual Laborda, Jesús Lavi, Rosa Martí, Nono Mateos, Íñigo Santacana y Carmen Tur. Teatros del Canal, Madrid. Hasta el 7 de abril.
Miguel del Arco dirige por primera vez a La Joven Compañía y se adentra, también por primera vez como director, en el universo literario y biográfico de Lorca. «Federico hacia Lorca» anticipa ya en su ingenioso y poético título lo que la función quiere proponer al espectador: acompañar al personaje en el iniciático viaje interior y exterior que lo llevó a convertirse, desde sus primeros titubeos creativos hasta su trágica muerte, en un autor fuera de serie. Y ese viaje, obviamente simplificado, se estructura en la dramaturgia que firman conjuntamente Irma Correa y Nando López a partir de las propias cartas, poemas y demás escritos que dejó para la posteridad el autor de «Bodas de sangre». A esos materiales originales, los autores han ido añadiendo otros, fruto de la reescritura o de una escritura nueva, hasta dar una cierta unidad dramática a todo el asunto. El resultado sirve para colocar sobre el escenario a un Lorca menos divinizado que nunca; un Lorca que ríe, que se ilusiona, que juega y que, sobre todo, ama y busca la belleza, como él mismo repite una y otra vez en la función. Es verdad que la posible bondad y la inocencia de su carácter están demasiado acentuadas; pero también es cierto que esos subrayados permitirán al público más joven –que al fin y al cabo es para quien está hecho principalmente el espectáculo– encontrar con facilidad a un ser humano cercano a ellos, frágil y vigoroso a la vez; un ser repleto de intenciones y de sueños que la sinrazón y la guerra le arrebataron trágicamente. Y ese retrato vitalista de la psicología del personaje es el que Miguel del Arco ha debido de tener siempre presente a la hora de concebir su puesta en escena; su trabajo va encaminado no ya a infundir entusiasmo y energía en el protagonista, sino a conseguir que ese entusiasmo y esa energía rebosen del personaje y empapen toda la sala. Y lo logra. Sirviéndose de una fantástica escenografía de Paco Azorín cargada de símbolos, que impregna la acción de una neblina onírica y espectral –soberbia la iluminación de Juan Gómez Cornejo–, podría decirse que Del Arco llena de Lorca todo el espacio: el director va asignando sucesivamente el papel protagonista entre los distintos actores y mueve a estos con mucha precisión por todas partes, al tiempo que les obliga a incorporar algunas canciones. Aunque la dificultad de la empresa hace que algunas escenas se embarullen, casi todo se desarrolla con agilidad y frescura en una función que es mucho más que coral: tiene un personaje casi único, llamado Federico García Lorca, en el que se filtran todos los demás.

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