«Filoctetes»: El héroe plúmbeo
Autor: Sófocles. Versión: Jordi Casanovas. Director: Antonio Simón. Intérpretes: Perdro Casablanc, Pepe Viyuela, Félix Gómez, Samuel Viyuela. Festival de Teatro Clásico de Mérida. Hasta el 29 de julio.
Una buena parte del equipo artístico que firmó hace un par de años aquella original joyita que fue «Yo, Feurbach» se ha vuelto a reunir para el «Filoctetes» de Sófocles. Una tragedia que no es que se haya representado poco; es que, simplemente, según aseguran los responsables de este montaje, jamás se había llevado en España a las tablas. Había muchísimo interés, por tanto, en ver el resultado de una propuesta, en la que, además del título, todo resultaba atractivo a priori: el elenco, con dos actorazos como Pedro Casablanc y Pepe Viyuela a la cabeza; el tándem dramaturgo/director que ya habían formado con tan buenos resultados Jordi Casanovas y Antonio Simón; las soluciones escenográficas, siempre sorprendentes, que pudiera aportar Paco Azorín. Sin embargo, la historia del héroe Filoctetes, herido y abandonado en la isla de Lemnos por sus compatriotas, y conminado a volver por Ulises y por el confundido Neoptólemo pasados más de diez, después de conocer por el oráculo que su arco y su brazo serían imprescindibles para ganar la Guerra de Troya, tiene hoy sobre el escenario, por desgracia, menos interés del que ya literariamente a duras penas conserva. Reacio, precisamente, a sacrificar los presuntos valores poéticos del original, Casanovas ha hecho una versión excesivamente esclava de su lenguaje a la que Simón, como director, no logra infundir la tensión dramática que pretende. Podría decirse que hay un patente desencuentro entre un texto que parece fluir de la introspección lírica y una representación pura y dura que lo que busca, ante todo, es sacudir al espectador con el estallido de su conflicto. Algo imposible de conseguir, en primer lugar, porque ese conflicto resulta bastante endeble –a pesar del esfuerzo de los actores–; en segundo lugar, porque la trama no evoluciona ni se lo permite a los personajes; y, en tercer lugar, porque el texto se aleja de la acción, con estériles dibujos lingüísticos, en los presuntos momentos de mayor intensidad. Como consecuencia, la función, aunque ejecutada con impecable corrección, aburre más de la cuenta: el espectador sabe lo que va pasar desde el principio porque, básicamente, no pasa casi nada.