«Gilgamesh»: Los orígenes de la épica
Autor: Anónimo. Director: Álex Rojo. Intérpretes: Ángel Mauri, Alberto Novillo, Alfonso Luque, Macarena Robledo e Irene Álvarez. Teatro Fernán Gómez, Madrid. Hasta el domingo.
Llevar a las tablas el «Poema de Gilgamesh» y querer hacerlo atractivo para el público de hoy puede convertirse en una gesta mayor que todas las que contiene esta epopeya mesopotámica de base mitológica. Compuesta entre el 2500 y el 2000 a.C., la obra original está considerada como la más antigua en la humanidad de cuantas empezaron a tener ya cierta envergadura literaria. En ella se cuenta la historia del rey de Uruk, llamado Gilgamesh, un hombre despótico contra el que los dioses, ante las quejas del pueblo, envían a luchar al salvaje Enkidu. Ambos, no obstante, acaban haciéndose amigos, y juntos recorren el mundo buscando la gloria. Tras la muerte prematura de Enkidu, Gilgamesh continuará solo, en busca ahora de la inmortalidad. Todo el poema constituye una alegoría –un tanto tosca en su arquitectura argumental– del hombre enfrentado, en primer término, a sus semejantes; después, a su legado en la historia, es decir, a la memoria que de él pueda quedar; y, por último, al inexorable destino de la muerte. Lo curioso de esta propuesta de Álex Rojo, y también lo más atrevido de ella, es que no renuncia en ningún momento a ese trasfondo alegórico y esencialmente poético de la obra. Contando solo con cinco actores, el director opta por escenificar la historia apoderándose de los símbolos literarios que ya hay en el original, y le añade otros tantos procedentes del lenguaje corporal y del lenguaje sonoro. El resultado es una función, sin duda, cargada de significados, pero que se presentan excesivamente metaforizados, y no siempre de una manera que hoy podamos considerar hermosa. Todo tiene un interés casi más antropológico o histórico que teatral. Es cierto que la obra invita a mover el pensamiento hacia la abstracción; pero la representación escénica está excesivamente ritualizada, convertida casi en liturgia, y eso impide que el espectador pueda resignificar con verdadera emoción la épica historia que está viendo.