El insondable océano de la vida
Markos Marín y Adolfo Fernández protagonizan "El nadador de aguas abiertas", una historia de superación personal que se quedó a las puertas de los Max después de obtener seis nominaciones
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Conocido sobre todo por su faceta de periodista especializado en temas de nutrición y salud, Adam Martín Skilton es también autor de una breve novela titulada «El nadador de aguas abiertas» (Comanegra, 2019) que, en cierto modo, tiene que ver también con la salud, aunque en este caso sea emocional o vital. Cuando el libro cayó en manos de Fernando Bernués, el director advirtió rápidamente sus posibilidades teatrales y decidió llevar la historia a los escenarios con la colaboración del actor Adolfo Fernández. A través de sus respectivas compañías, Tanttaka Teatroa y K. Producciones, ambos se embarcaron en la producción de un montaje de pequeño formato, a partir de la adaptación del texto firmada por María Goiricelaya, que no ha dejado de darles satisfacciones desde su estreno absoluto el pasado año en el Teatro Rojas de Toledo. Con seis nominaciones a los Premios Max en las categorías consideradas más importantes, la obra, que cuenta con una versión en castellano y otra en euskera, llega por fin ahora al Teatro Pavón de Madrid.
Nilo (Markos Marín) es un actor sin trabajo que ha entrado en una seria crisis personal y anímica después de que su mujer lo haya abandonado. A los 48 años decidirá aprender a nadar tomado clases de Walrus (Adolfo Fernández), un nadador experto que sufrió la devastadora pérdida de su hija en el mar. «Mi personaje –explica Fernández– es un tipo muy peculiar, antisocial, casi anarquista, un hombre que está ya de vuelta de todo y que será quien enseñe a Nilo no solo a nadar, sino también a centrarse en las cosas realmente importantes de la vida». «Porque casi todo lo que nos pasa –añade– es en realidad anecdótico; el porcentaje de cosas fundamentales, por las que merece la pena preocuparse, es en verdad muy pequeño». Además de Walrus, Fernández ha de ir incorporando los otros personajes que van apareciendo a lo largo de la función; cuando Nilo rememora su vida, él se convierte en cada una de las personas que participan en ella: el padre, la novia... «Lo hemos trabajado de una manera muy sencilla –señala el actor–: cambio un poco la voz y hago una construcción física un poco diferente, jugando solo con unas gafas como elemento». No obstante, los auténticos protagonistas de la obra son, sin duda, el desorientado alumno Nilo y su instructor Walrus. «En cierto modo, damos un salto al clown para convertirnos en el payaso listo y el payaso tonto –dice Fernández–. Es un clown sin nariz, eso sí; el clown de la vida misma. Penetramos en una realidad ingenua para que afloren las verdades puras».
En efecto, «El nadador de aguas abiertas» trata de ser básicamente una historia de amistad y de superación personal que se sirve del inmenso e inescrutable mar como metáfora de la vida, aunque, según Fernández, «no se dan lecciones de ningún tipo». «Esto es precisamente lo divertido de la función –aclara el intérprete–: Nilo trata continuamente de extraer conclusiones vitales y conclusiones filosóficas de las lecciones de Walrus; sin embargo, este le replica siempre que lo que él le está enseñando es simplemente natación, y que la vida es otra cosa mucho más compleja. Solamente le pide que se concentre en dar una brazada y luego otra, sin pensar en lo que ha hecho ni en lo que le falta por hacer».
Uno de los obstáculos que presenta a priori toda obra novelística es su posible adecuación o no al lenguaje puramente teatral. Fernández, que tiene una dilatada experiencia como productor, y en ocasiones también como adaptador, de en este tipo de materiales, considera que el reto es siempre «saber traducir en acciones lo que es pura literatura; que las cosas no se narren, sino que pasen en el escenario; y eso es lo que ha hecho María Goricelaya en esta versión». A las dificultades que pueda presentar el texto en su vertiente más literaria, se suman, en este caso, otras que tienen que ver con el marco espacial en el que cabe concretar, con las limitaciones que tiene un teatro, una historia con tanto protagonismo del mar y del agua en general. El director Fernando Bernués cree que «la historia invita a una poética alejada del realismo». Y añade: «Si bien las interpretaciones de ambos protagonistas han de ser orgánicas y alejadas de lo farsesco, la plástica que demanda la escenografía ha de inspirar un mar, una playa, un cielo, un océano, en definitiva, que acojan esta bella historia con una sonrisa cómplice, como si desde el escenario se guiñara el ojo a cada uno de los espectadores».
- Dónde: Teatro Pavón, Madrid. Cuándo: del 17 al 29 de septiembre. Cuánto: desde 12 euros.