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Los hombres débiles

La Razón

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Hablar es fabular, pero también, contender, «litigare», esto es, disputar, pelearse con palabras. En cada espectáculo, Angélica Liddell muestra sin ambages los miedos, las heridas y los deseos propios sin por ello dejar de confrontar lo íntimo con lo público, de enfrentarse a sí misma con lo social, y de transgredir, frente al espectador, tal vez desde un yo apasionado, el orden regular de la naturaleza por medio de la palabra y su cuerpo.
Así, «Frankenstein», «El matrimonio Palavrakis», «Histerica Passio» y, especialmente, «El año de Ricardo», son obras que de alguna forma comparten su atracción por lo monstruoso, por lo «anormal», que decía Foucault. Monstruos exaltados que sobreviven entre la emoción y la conciencia, la razón y el sentimiento, el mito y el logos... Y acaso sea en esos límites donde nace y crece la obra de Liddell. No en vano, su obra, tal como pronunció en la ponencia «El mono que aprieta los testículos de Pasolini», «acaba siendo una oveja rabiosa y epiléptica, inevitablemente oveja de la manada, pero al menos oveja resistente».
Resistencia y fuerza... pero también debilidad. Una extrema y dolorosa debilidad con la que cuestiona y pervierte, como pocos autores, la moral establecida. Y si no, oigamos estas palabras, un canto a la desobediencia civil, que nos arroja en «La casa de la fuerza» (La uÑa RoTa, 2011): «Y copularé con todos mis hijos para convertirlos en hom­bres débiles. Daré inicio de este modo a una estirpe de incapaces. Ninguno de ellos ejercerá más violencia que la que se emplea para respirar [...]. Con mi incesto doy el primer paso para oponerme a la fuerza. Yo acabaré con los hombres fuertes sin cavar ni una sola fosa. Simplemente desobedeciendo. Ofreceré resistencia armada con mi sexo. Desobedeceré». Amén.