«Macbeth» o cómo retorcer un libreto
El Real presenta una polémica versión del clásico de Verdi. «Macbeth». Verdi. Solistas: D. Tiliakos, V. Urmana, D. Ulyanov, M. Nogales, S. Secco, A. Nigro. Orquesta y Coros titulares del Teatro Real. Dir. escena: D. Tcherniakov. Dir. musical: T. Currentzis. Teatro Real. Madrid, 2-XII-2012.
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Los aficionados a la música en vivo sabemos que los espectáculos no se agotan en su propia duración, sino que hay un antes y un después en los que disfrutar de intercambio de opiniones, un gin-tonic o una cena. Una crítica tampoco se agota con el análisis de obra o interpretación. El «Macbeth» supone uno de esos casos en que este plus es conveniente. Basta entrar en la página del teatro dedicada a la compra de entradas para comprobar el ansia que hay en el público por Verdi y el gran repertorio. Excepto la primera función, con sus muy caras entradas, prácticamente las otras siete representaciones están vendidas. Esto no ha sucedido con otros títulos que no han superado un 65 por ciento de ocupación. Es una cuestión a tener en cuenta en una época en la que, con menos subvenciones oficiales, la taquilla es más importante que antes. El Real estrenó una producción propia en 2004 que encargó a Gerardo Vera, no muy lograda por cierto, y guardaba en sus almacenes y ahora alquila o compra una proveniente de los teatros de París y Novosibirsk (2008).
En calzoncillos y corbata
Mortier afirma que este «Macbeth» es «para personas inteligentes» y nos somete una vez más a uno de sus análisis superficiales. El director artístico que amplía sus funciones al supuesto ensayo ha de saber y admitir que ensayistas, musicólogos o críticos podamos y debamos decir algo al respecto. Tcherniakov, uno de sus registas favoritos, es un profesional con ideas, incluso quizá demasiadas, muy atento al detalle, quizá más al árbol que al bosque, con un afán persistente en reinventar libretos. A veces acierta, pero siempre es a base de forzar los conceptos originales. Lo hace en este Verdi, en el que no hay brujas, al igual que en el pasado «Eugenio Oneguin» no había duelos. Las brujas somos el pueblo, Macbeth es un ser quizá inicialmente bueno que ha sido corrompido por la sociedad. Su lady es una infeliz locamente enamorada... ¿Fueron así los Ceausesco? En realidad sólo le falta tal alusión. La provocación es también evidente, por ejemplo en Macbeth cantando en calzoncillos y corbata su gran aria. El recurso al Google Earth para acercar, alejar, centrar la acción o representar la distancia entre el poder y el pueblo ya ha sido utilizado otras veces, por ejemplo por la Fura hace años. Es cierto que hay ideas y que muchas pueden ser interesantes -elegantísima la resolución de la muerte de Banquo-, pero muchos nos preguntamos por qué estos profesionales tan imaginativamente al borde de la masturbación mental -en ocasiones sus lecturas necesitan una conferencia previa para volver a entender a Verdi o Puccini- no dedican sus esfuerzos a escribir nuevos libretos en vez de retorcer los existentes.
Mortier es muy amigo de sus amigos -loable en lo personal, no tanto en lo público- y nos los sirve hasta en la sopa. En el fondo, su mundo es tan pequeño como la casa de muñecas en la que Tcherniakov sitúa el palacio y supondría una alegría que reflexionara y un buen día derribase parte de sus planteamientos, como hace Tcherniakov con dicha casita tras la muerte de Macbeth. Por cierto, con un ruido que perjudica la música y con un coste que no debe ser despreciable.
Teodor Currentzis dirige con la fogosidad de la juventud pretendiendo, inútilmente a veces, que el coro mantenga sus tempos con los consiguientes desajustes. La orquesta mantiene su buen nivel. La ocultación del coro, junto al marco de la escena, potencia la impresión de estar ante un monótono filme con sonido surround. El barítono Dimitris Tiliakos tiene muy preparado el papel y por ello sortea las aristas con soltura y medias voces. Como diría Piero Cappuccilli, da el pego. Violeta Urmana, siempre vocalmente poderosa, posee incluso un timbre más agradable del que Verdi dibujó para la protagonista a pesar de las evidentes limitaciones por arriba. El tenor Stefano Secco arranca los mayores aplausos en una entregada «Ah la paterna mano», cantada desde dentro del corralito de sus hijos y el bajo Ulyanov, abonado al Real, cumple. «La vida es una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia, que no significa nada», escribió Shakespeare al final de este drama. La frase sería trasportable a la producción a juicio de la parte del público que protestó su ejecución. Perdón señor Mortier, siento no ser inteligente.