Crítica de teatro

"Manual para armar un sueño": El teatro, la imaginación y la vida ★★★★☆

La Zaranda hace un bonito homenaje a algunos personajes inmortales como don Juan Tenorio, Max Estrella, Bernarda Alba y Segismundo

La Zaranda regresa a Madrid con los de siempre: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos.
La Zaranda regresa a Madrid con los de siempre: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos Isabel Cortés Rico

Aunque no sea tan compleja y tan completa como la extraordinaria La batalla de los ausentes, su último trabajo exhibido en Madrid, Manual para armar un sueño viene a demostrar, una vez más, que el nivel medio de la veterana compañía andaluza La Zaranda está al alcance de muy pocos.

Con su proverbial estilo irónico y poético, llevado a la práctica siempre bajo esa inconfundible estética descarnada y feísta, la nueva función de La Zaranda tiene como protagonista a un extravagante sujeto –puede representar a cualquier actor o a cualquier artista en general sin mucho éxito– que busca la suerte con un cedazo de manera incansable pero infructuosa. Hasta él llega, como una posible imagen de sí mismo devuelta por el espejo y pasada por la ficción, otro personaje que quiere “rescatarle del olvido”. Juntos, y en compañía de un particular demonio –hay una espléndida metáfora del ángel caído como el primer actor fracasado de la historia en el gran teatro del mundo–, emprenderán un viaje por los intersticios del arte escénico que les permitirá ver y conocer de cerca la fama, los celos, la falsedad y el prejuicio, la adulación interesada, la estupidez y la obstinación a la hora de valorar una obra (“Lo poco que se entendía era incomprensible”, dice un personaje), la repetitiva y ridícula utilización de algunos conceptos que suenan desprovistos ya de cualquier significado (“Es un espectáculo muy bueno porque es inclusivo, sostenible y transversal”), la inflexibilidad e inoperancia de la burocracia para dinamizar la práctica artística…

En este disparatado recorrido, hay un bonito homenaje a algunos personajes inmortales como don Juan Tenorio, Max Estrella, Bernarda Alba... y muy especialmente Segismundo, estableciéndose un agudo paralelismo entre las reflexiones del príncipe de Polonia a partir de su quebradiza realidad y la escurridiza naturaleza del teatro. Tan presente está esa simbología onírica en la función que esta acabará con los personajes componiendo la figura del caballo Clavileño, en un bonito canto a la imaginación y los sueños como único combustible válido para hacer funcionar el motor del teatro y, por extensión, de la vida.

  • Lo mejor: La combinación de ingenio poético y agudeza cómica que tiene siempre la compañía.
  • Lo peor: La naturaleza del personaje que sale del espejo para encontrarse con el otro no queda bien aclarada en escena.