«Pánico»: Sobre mujeres, pero sin mujeres
Autor: Mika Myllyaho. Director: Quino Falero. Intérpretes: Guillermo Ortega, Felipe Andrés y Mon Ceballos. Teatro Lara. Madrid. Hasta el 31 de mayo.
Después de un notable éxito comercial en toda Europa, llega a España esta comedia del finlandés Mika Myllyaho sobre tres amigos que se ven abocados a ayudarse mutuamente en sus pequeñas frustraciones amorosas e insatisfacciones vitales. Leo llega borracho a casa de Max y le pide que ejerza de terapeuta con él para afrontar una inesperada, e incomprensible para él, crisis de pareja. Por su parte, Max trata de camuflar su reciente fracaso sentimental en una anodina vida en la que cree controlar todas las variables. Joni, hermano de Max y amigo también de Leo, intercede entre ambos, muy seguro de sí mismo, para reconducir la terapia por la senda de la superficialidad que él mismo transita de manera no muy gratificante. Con peor fortuna que voluntad, y guiados más por la intuición que por la sabiduría, los tres, en su intento de comprender el mundo femenino desde una atalaya masculina, protagonizan una serie de situaciones cuyo humor reside, básicamente, en el desencuentro de caracteres y actitudes.
La obligatoria reconsideración de lo que significa el amor en las vidas de los tres jóvenes y, con ello, la reconstrucción de la identidad personal de cada uno conforman el eje dramático en torno al cual gira una función que discurre con la sencillez y agilidad características de los trabajos del director Quino Falero, quien parece haber tomado muy bien la medida a este tipo de comedias contemporáneas, desenfadadas y enfocadas a un público poco exigente. Felipe Andrés interpreta con facilidad y eficacia a un calmoso Max que parece haber sido escrito a su medida; Guillermo Ortega, aunque un pelín revolucionado en algunas escenas, resuelve con gracia y brío escénico su nada fácil cometido, como Leo, de ser motor y regenerador permanente del conflicto, y Mon Ceballos lo tiene un poco más complicado para dar entidad a un personaje, el de Joni, que sucumbe excesivamente al estereotipo sobre el papel y que tampoco está bien presentado –y peor vestido- sobre el escenario.
Un producto convencional y entretenido, en definitiva, que tiene como principal hallazgo en su construcción argumental y dramatúrgica haber introducido unas escenas, con unos diálogos muy bien elaborados, en los que se advierte una irónica y atinada reflexión sobre el arte
–representado en la función por una película de Almodóvar– y sobre la diferente percepción que tenemos del hecho artístico en función de nuestra experiencia, nuestra personalidad, nuestro ánimo o nuestro simple deseo.