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Puro Valle-Inclán, puro Sanzol

El director y dramaturgo, actual ganador del premio que lleva el nombre del clásico gallego, levanta en el María Guerrero «Luces de bohemia».

Una escena de «Luces de bohemia», protagonizada por Juan Codina (a la izquierda) y Chema Adeva (centro), que interpretan a Max Estrella y Don Latino de Hispalis
Una escena de «Luces de bohemia», protagonizada por Juan Codina (a la izquierda) y Chema Adeva (centro), que interpretan a Max Estrella y Don Latino de Hispalislarazon

El director y dramaturgo, actual ganador del premio que lleva el nombre del clásico gallego, levanta en el María Guerrero «Luces de bohemia».

Si hay un hombre en la actualidad teatral al que no se le hubiera reprochado meterle mano y darle la vuelta a Valle, como él lo llama, es a Alfredo Sanzol –cuyo regusto de «La ternura», donde se vistió de Shakespeare, todavía sigue en no pocos paladares, avivado ahora con la vuelta del éxito a la cartelera madrileña–. Porque aunque es verdad que los clásicos están para releerlos y manosearlos, el aquí director ha preferido justamente eso, hacer en exclusiva de director: «Aunque a sabiendas de que hay un estilo del que uno no es consciente y de que existe una parte personal que no se controla al 100%», defiende. Aun así, Sanzol ha querido ser fiel a la historia que Ramón María del Valle-Inclán nos contó, primero por fascículos (1920) y luego de forma ampliada y conjunta (1924) en «Luces de bohemia». «He buscado ser lo más respetuoso posible con el texto original, que aquí está íntegro. Además de una puesta en escena potente que tuviera una interpretación eléctrica y con la fuerza que propone el autor».

Con estas intenciones se presenta en el escenario principal del María Guerrero –del 4 de octubre al 25 de noviembre– después de recogerle el guante a Ernesto Caballero, director del CDN. «Me llamó y me pidió que hiciera un Valle-Inclán», recuerda de una decisión relativamente fácil. Hay un título que Sanzol siempre había tenido como referencia, «que admiro, con el que he soñado, aprendido y divertido muchísimo»: esas últimas doce horas de Max Estrella por las calles de Madrid impregnadas de «humor violento», define. «Es así, es despiadado y está lleno de ironía, aunque paradójicamente convive con una visión empática y muy humana de los personajes. Creo que Valle da grandes bandazos a la hora de construir la acción y que nos lleva de unos lugares en los que no deja títere con cabeza a otros de los que da una perspectiva muy compasiva».

Criticarlo todo

Porque si Valle-Inclán sentía algo era el derecho a criticarlo todo. Un ser inteligente y analítico con la capacidad de dar una idea global del momento de la sociedad y sintetizarlo en una obra. Más el añadido de condensar todo ello en una sola noche, de 8 de la tarde a 8 de la mañana, «un espacio en el que repasa toda una época en Madrid». Tiempo que, argumenta Sanzol, «sigue sonando muy actual». Para bien y para mal: «Lo primero, porque el personaje de Max Estrella está lleno de fuerza y de vitalidad con esa mirada de crítica hacia la sociedad en la que vive y las aspiraciones poéticas, sociales y espirituales tan marcadas, y lo segundo, porque los problemas que cuenta existen aquí a la hora de funcionar, siguen presentes desde que Valle los analizó de esa manera tan clara», continúa. Por eso, el que precisamente es el último Premio Valle-Inclán de Teatro ha querido «poner en escena las mismas líneas de acción que plantea el original, enmarcado dentro de los problemas de Europa y del mundo que se vivían entonces. España no fue una excepción en este asunto. Toda la literatura de entreguerras es muy crítica con la sociedad en la que vive. Se habla de “Luces...” poniendo el acento en la auto flagelación española, aunque hacer énfasis en la justicia, la redistribución de la riqueza, las libertades... fue un hecho general. Pero más allá de eso, creo que es un clásico porque plantea una lucha entre la materia y el espíritu, entre la realidad social opresiva, injusta y mezquina, y los deseos del hombre de trascender en esa realidad, y por la búsqueda de una utopía en la que se pueda vivir en paz». Una reflexión que para Sanzol justifica «ese punto de amargura y dulzura al mismo tiempo».

Dos puntos encontrados que bien podrían ser sus protagonistas, Max Estrella (Juan Codina) y Don Latino de Híspalis (Chema Adeva): «Una de esas parejas inseparables de nuestra literatura y de la de todos los tiempos. No se puede entender el uno sin el otro», Max, ese personaje a caballo entre ser el «alter ego» de Ramón María, la estela de Alejandro Sawa «y otros muchos amigos que no conocimos, pero que seguro que tenía Valle en su memoria», añade Sanzol. «Aunque lo que más me gusta de esta figura es cómo encarna el deseo de ser de una determinada manera de su autor: una persona, sobre todo, libre, pero también entregada a su trabajo artístico y con un código ético que defendía en su vida diaria con una visión de la justicia social, comprometido, amigo de sus amigos...». Y, a su lado, Don Latino, «con el que forma las dos caras de un mismo movimiento». Son la pareja de blancos y negros que articula una pieza repleta de belleza para Sanzol: «La encuentro en esa lucha por la dignidad, por edificar una obra a partir del desastre, de la hipocresía, de lo precario. “Luces” es una creación que se levanta digna y entera, que no se rinde ni se resigna, que no se duerme. No adula ni castiga. Es empática y sarcástica. Tiene humor violento y tierno. Y, además, está repleta de una acción que supone un intento agónico de salvar la dignidad de sus personajes», añade.

Son los argumentos que Alfredo Sanzol tiene para presentar una versión fiel de «Luces de bohemia» en la que la escenografía , de Alejando Andújar, da el toque más atrevido. Pasa de los espejos deformantes del Callejón del Gato para apostar por reflejos puros que suben, bajan y se mueven, y con los que quiere aportar «profundidad, además de jugar con las imágenes y la luz». Nada más que adorne la caja del María Guerrero a excepción de los actores, claro. Fiel al teatro, fiel a Valle.